El romance perfecto

XII

Veintinueve de agosto…

 

Mar sigue diciendo que no tengo ningún motivo por el que disculparme. Desde muy pequeña, bien porque me han criado así o porque es mi manera de ser, he sabido controlar mi temperamento, pero a la mínima que me defendía, veía la necesidad de pedir perdón. Decidida, sin decirle mis intenciones a Mar, salgo de casa y me dirijo al coche de mi madre. Me adentro en Bellvitge, esperando recordar el camino para llegar al barrio de los chicos. Aparco donde creo que lo hicimos la última vez y me bajo del coche. Miro a mi alrededor pensando bien cuál era el piso y así no hacer el ridículo. Camino unos cuantos metros, insegura, ya que no sé con certeza si su piso es el que tengo delante. Giro la esquina, donde está el portal y me topo con alguien, el chico que tengo delante no disimula la cara de sorpresa.

- Erik.- saludo, después de unos largos segundos en silencio- No esperaba verte aquí. O sea, sí. Vengo a tu casa, pero no esperaba verte de frente, aquí.- aclaro, atropelladamente. Asiente con la cabeza. - Lo siento, seguro que tienes planes, puedo volver otro día. Ha sido un poco precipitado.- me sonrojo, nerviosa.

- Iba a subir ahora a casa.- responde pausadamente- Venía de hacer la compra.- levanta las bolsas hacia arriba.

- Bien.- murmuro sin saber qué más decir- Yo quería hablar lo del otro día,- carraspeo- lo que pasó en el bar, pues…

- Sube.- dice con firmeza, dándome la espalda, subiendo las escaleras de su portal.

- ¿Qué?- pregunto con voz chillona.- No. Tus padres…

- Está el novio de Rachel. Se queda a comer. Hay comida para un arsenal, a mi madre no le importará.

- De verdad que yo solo venía decirte…

- Ariadna.- advirte, abriendo la puerta.

Paso por delante de él, incapaz de mirarlo. Subimos al ascensor y el trayecto se me hace eterno. En cuánto se para salgo pitando de ahí, su aroma empieza a marearme.

Y no de manera negativa.

- Mamá.- llama Erik, dejándome pasar y cerrando la puerta con el pie- Ariadna está aquí, se queda a comer.- afirma sin esperar respuesta.

Carmen asoma la cabeza, pero antes de poder saludarla unos brazos me envuelven las piernas.

- Precioso.- Llego a Tom, cogiéndolo en brazos.

- Te he echado mucho de menos, Ari.- le aparto el pelo de la cara- Tengo muchos juegos que enseñarte.

- Voy a saludar a tus padres y te alcanzo, ¿vale?

- ¡Vale! ¡Vale! ¡Vale!- chilló.

Sigo a Erik hasta la cocina, saludando a sus padres.

- Te presento a Jose,- me dice Tomás señalando al chico que está con Rachel, sentado en la mesa de la cocina- el vagabundo que se ha encontrado mi hija en la calle.

Abro los ojos de par en par, pero, por cómo Tomás le revuelve el pelo y él se queja riendo, percibo que se conocen desde hace mucho.

- Encantada, soy Ariadna.- asiente en mi dirección y me devuelve la sonrisa. Me quedo mirando a la pareja y parecen ser tal para cual. Él tiene el pelo negro y largo, por la altura de los hombros, lleva un pendiente en la oreja izquierda, y viste con unos tejanos y una camiseta de tirantes con el logo de una banda de rock en el pecho.

- Hacía mucho que no te dejabas ver por aquí, cariño. Ni tú ni Mar.- me dice Carmen desde los fogones.

- Sí, bueno… Tampoco he tenido mucho tiempo- miento. Estuve en el pueblo de mi madre, en Andalucía.

- Oh, yo soy de Almería.

- ¿Sí?- pregunto- Qué pequeño es el mundo.

- Ni que lo digas.- ríe- ¿No te lo había dicho Erik?

Lo miro, está apoyado con un hombro en la nevera.

- Cuando estamos juntos no es que hablemos mucho.- digo, arrepintiéndome al momento- ¡No! Quiero decir, no…- las carcajadas aparecen antes de que pueda acabar la frase.

- Ari.- me llama Tom desde otra habitación- ¿Vienes?- salvada por la campana, pienso.

Con la cabeza gacha voy hacia la puerta.

- En veinte minutos comemos.- avisa la madre de Erik.

Antes de salir de la cocina, pienso a dónde ir, ¿dónde estará Tom? Erik debe notar mi duda. El pelinegro pone su mano en la parte baja de mi espalda y salimos de la cocina a mano izquierda, dejamos atrás dos puertas, la siguiente hago el ademán de pasarla también, pero la mano de Erik me lo impide. Lo que hace me corta la respiración por completo. Me rodea sutilmente la cintura y gira mi cuerpo a la puerta que tengo delante, damos unos pasos hasta ella sin romper el contacto de sus manos ahí. Paso el umbral de la puerta, detrás de mí, Erik recarga todo su peso sobre la pared. Quita una de sus manos de mi cintura, pero la otra aún me tiene presa.

- Aquí estás. Mira esto,- Tom señala la vía de un tren de juguete a nuestros pies- me lo regaló mi tío. Voy a encenderlo.

Cuando lo enciende me quedo sorprendida, casi incluso me olvido del chico que tengo a unos centímetros de mí. El tren empieza a hacer luces, los semáforos y puentes que hay también se ponen en funcionamiento. 




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