El romance perfecto

XIX

Dieciséis de septiembre…

 

Saqué la mano de su pantalón, ambos jadeando. Adoptamos la misma posición que antes mirando hacia delante. Ariadna a mi lado se removió incómoda sin saber qué hacer o decir. Sin antes pensarlo, la atraje hasta mi cuerpo, acariciando con una mano su pierna y con la otra su espalda. Verla tan agitada previamente me ha excitado mucho, pero tenerla así, con los ojos cerrados, las mejillas sonrosadas, el corazón acelerado y con su piel bajo mi tacto, era mucho mejor. Me transmitía paz y ganas de no soltarla nunca más. Subí mi mano hasta su mejilla apartando el mechón de pelo que le caía encima, ella sonrió y abrió los ojos. A pesar de la oscuridad que nos envolvía, pude ver en su mirada una infinidad de cosas, entre ellas lo que a mí me pareció amor. Aparté la mía evitando que ella pudiese ver a través de mí igual que había hecho yo. Sutilmente, volví a ponerla encima de la toalla y me levanté. Le tendí mi mano y no la soltó hasta que llegamos a nuestras respectivas habitaciones. Incapaz de mirarla, le di un apretón a su mano, en forma de disculpa, y entré a mi habitación. Necesitaba una ducha fría.

 

Diecisiete de septiembre…

 

- ¿Es que lo que me dijiste el otro día en la piscina era mentira? Eso de que no era ni sentías nada.- pregunta Miquel apoyado en la puerta del coche como yo.

Hace veinte minutos dejamos a Ariadna en su casa y a la pareja en casa de Mar. 

- No sé de qué hablas.

- Os vi en la piscina.- lo acuso con la mirada, rezando para que no hablase de la parte en la que estábamos puestos tocándonos como si se acabase el mundo - Salí a fumar y os ví abrazados. No me culpes, si no hubiese visto eso, me habría dado cuenta con lo del coche.- lo miro buscando una respuesta- He visto como te mira de reojo cada dos por tres y te acaricia la mano sin percatarse de lo que hace, como si fuese un gesto totalmente natural entre vosotros.

Aprieto la mandíbula ante su contestación.

- Exacto, es ella. Todo el rato ella. Era ella la que estaba encima de mí y es ella la que no deja de mirarme o tocarme, no yo.- un ardor se instaura en mi estómago por el veneno que suelta muy boca.

- Estás siendo un verdadero capullo, Erik.- presiono los puños a mi costado. Me enerva que tenga razón y aún más que yo no sea capaz de reconocerlo en voz alta.

- ¿Qué coño te pasa con ella?, parece que te gusta.- me giro en su dirección.

- Y podría ser.- me tenso de pies a cabeza- La conozco desde hace dos días, pero no hace falta ni medio para ver como es. Es buena, agradable, mira porque los que están a su alrededor estén bien…

- Cállate.- siseo ya en cólera.

- Es de esas personas que todo el mundo necesita en su vida.- sigue- Y lo peor es que la gente como tú no se da cuenta de eso hasta que dejan de estar. Lo dice la frase, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.- lo encaro empujándolo contra el coche, él apenas se mueve- Y por lo que veo te espanta pensar eso, pensar que en algún momento se irá y tú serás consciente de lo que digo.

- Cierra el puto cuento de fantasía. Deja de ver cosas donde no las hay.- le advierto- Teníamos un trato, quedamos en olvidarlo todo después de este fin de semana. No tienes por qué meterte.

Miquel me aparta, tira el cigarro al suelo y niega con desaprobación.

- Coge tu mochila.

Le hago caso, alcanzo mi mochila y sin volver a mirarlo cruzo la calle entrando a mi portal.

 




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