Diecinueve de septiembre…
La persona enamorada se vuelve vulnerable ante la otra, no puede dejar de pensar en cuándo se volverán a ver o simplemente imaginarse una y otra vez en su mente. Nunca imaginé que enamorarse me iba a portar todo esto.
No voy a decir que no me aterra el hecho de estar enamorada de él. Tengo miedo de cegarme completamente por el amor y no ver como realmente me trata, quiero ser consciente de las idas y venidas que tiene conmigo y de las consecuencias que comportará. Pero… ¿Y si acabo ignorando todo lo negativo porque solo soy capaz de ver lo positivo?
Odiaba esta pregunta, lleva dos días apareciendo en mi cabeza una y otra vez.
- Ariadna.- me llamaron por detrás.
Me detuve y me giré, era Miquel.
- Miquel.- exclamé- ¿Qué haces tú por aquí?
- Mis abuelos viven una calle más abajo. Suelo venir a Santa Coloma bastante.-explica- Tú eres de aquí, ¿verdad?
- Sí.
- ¿A dónde ibas?
- Ahora volvía a casa.- puse una mueca por las pocas ganas que tenía.
- Oye, ¿quieres venir conmigo?
- ¿Dónde?
- He quedado con los chicos en Bellvitge.- dudo- Prometo que seré yo quien te traiga de vuelta cuando acabemos.
Miré la hora, eran las siete de la tarde.
- Está bien. No les importará, ¿no?
- Seguro que no. Y si les molesta, una patada en el culo nunca va mal.
Reí con él. Me dirigió hasta donde estaba su coche y una vez dentro aprovecho para decirle a mi madre que llegaría tarde.
- ¿Salías de trabajar?
- No.- negué- Trabajo por la mañana. Venía de ver a mis primos.
Miquel asintió con la cabeza y subió la radio hasta que llegamos a Bellvitge. Aparcó en un barrio que, de haber estado sola, hubiera salido corriendo. Nos dirigimos al único bar que había en la plaza. Cuanto más nos acercábamos, me ponía más nerviosa por la anticipación de verlo. Erik está ahí.
- Lleva unos días de un humor de perros.- me advierte Miquel sobre su comportamiento.
- ¿Cuándo ha estado de buen humor él?- bromeo.
Miquel suelta una carcajada a la que me uno sin duda. Llegamos a la mesa aun riendo y Yago es el primero que me saluda. Miquel se sienta a su lado, a mí no me queda otra opción que ocupar la silla libre, al costado del pelinegro que mira a Miquel fijamente. Corro la silla y me siento, Erik fija su mirada en mí.
- ¿Qué haces aquí?- murmura con voz áspera.
- Yo…- balbuceo. Me está mirando fijamente y serio.
- Me la he encontrado en Santa Coloma y la he invitado. No tenía nada que hacer.- interrumpe Miquel.
- ¿Ya está?- pregunta. No ha apartado su vista de mí.
- Sí. Nos hemos encontrado hace veinte minutos solo.- frunzo el ceño por su comportamiento. Él parece destensar sus hombros- En todo caso, aunque no hubiese sido así, no tengo por qué darte explicaciones.- vuelvo a hablar. Enfrente, Yago carraspea por la situación. Erik no contesta, tan solo marca su mandíbula y da un trago largo a la botella de su cerveza.
Me produce impotencia su comportamiento.
Empiezo a dudar de si Miquel será capaz de llevarme de regreso a casa, no he contado todas las cervezas que se ha bebido, pero no son pocas. Arrugo los labios mirándolo y sopesando las posibilidades que tengo de coger el metro.
- Yo te llevaré de vuelta.- el cálido aliento del pelinegro sobre mi mejilla me provoca un escalofrío. Su humor ha ido mejorando desde que llegué.
- Gracias.- me giro y me percato de lo cerca que lo tengo- Empezaba a pensar que tendría que volver caminando.
- Buena idea, no lo había pensado. Así no tendré que hacer un viaje hasta Santa Coloma.
Me muerdo el labio inferior intentando no sonreír, su mirada baja ahí, aún serio. Mis mejillas se calientan.
- No te atreverás.- mi voz sale más ronca de lo que me imaginaba.
- Quién sabe.- contesta alejándose de mí, apoyándose en el respaldo de su silla.
No hemos tenido la atención de Yago y Miquel en ningún momento. Ambos están sumidos en una discusión sobre quién va más sobrio, y pista, los dos van igual de bolingas.
- Tíos.- los llama Erik- Es hora de irnos.
Sus dos amigos aceptan a regañadientes y se levanta, el único sobrio de los tres le hace una seña al camarero y empieza a caminar con sus amigos. A mí no me queda otra que seguirlos.
Al primero que dejamos en su casa es Miquel. Su calle no me da nada buena espina. Hay dos bares contados y uno de ellos, pese a estar cerrado, un grupo de hombres ocupan las mesas de la terraza. Nos encaminamos en dirección a casa de los otros dos. Yago va delante tambaleándose, Erik y yo detrás. Al pasar por el costado de los dos bares, uno de los hombres grita y los otros restantes, me miran de arriba a abajo. Inconscientemente, alcanzo la mano del chico que tengo a mi lado y él no duda en atraerme hacia su cuerpo y colocar un brazo sobre mis hombros. La situación con los hombres no ha cambiado, pero con Erik tan cerca mi miedo ha disminuido. Salimos de esa calle y nos adentramos en la rambla, llegando a casa del novio de mi amiga.