El romeo de sangre

Caricias mortales.

 

Mientras el miedo y la incertidumbre me consumían, aquella criatura no perdía el tiempo y seguía causando daño aquellas mujeres desafortunadas que habían tenido la mala suerte de cruzarse en su camino, la noticia de que Carmen había sido encontrada sin vida cerca de la casona sacudió a todo San Isidro.

—¿Qué pasa papá? — mi padre había entrado por la puerta con la frente llena de sudor, tenía el sombrero entre las manos y una expresión de pena.

—Pónganse algo, vamos acompañar a Lorenzo al funeral de su hija, me daré un baño y me adelantaré, el pobre no tiene cabeza para nada y hay muchas cosas que hacer, dile a tu mamá que aparte algo de dinero para ayudarlos, van a enterrar a la pobre muchacha y no estaban preparados para algo así. —dijo mi padre al mismo tiempo que se dibujaba una cruz en la frente.

Carmen se convirtió en pura piel y huesos, llena de anemia, moretones, angustia y ansiedad, su cuerpo estaba desnudo y tendido como si fuera un perro que había muerto de hambre, recordaba a Carmen como una muchacha bonita y saludable, pero algo le había arrebatado la vida, dicen que el diablo se llevó su alma, pero parecía más como si le hubiesen roto el corazón y se lo hubiesen devorado.

Carmen dejó este mundo dejando una reputación de loca y poseída, pero yo sabía la verdad, yo y las otras mujeres que al igual que yo, habían tenido la mala fortuna de encontrase con el romeo de sangre.

—Pobre muchacha, tan alegre y bonita que era. —dijo mi abuela con un semblante decaído, al instante mi mamá llegó con un ramo de flores y se le notaba que había llorado, pues Manuela la madre de Carmen era su amiga de la infancia y le partía el corazón verla sufrir de ese modo.

—¿Qué te pasó mija? ¿te sientes mal? Estas muy pálida, deberías quedarte en casa. —me dijo mi madre al verme las ojeras, pero yo tenía miedo de quedarme sola, estaba aterrada de que el demonio de la casona me arrastrara hacia él cuando me encontrara vulnerable.

—No, yo quiero ir, me dijo Vanesa que viene para acá… —le dije de manera inmediata.

—Esa muchacha, pobrecita, ayer la regañé como nunca en su vida, me voy a disculpar cuando la vea, espérala aquí, tu abuelo ya esta en el funeral, estoy segura de que va a ir al entierro y no ha almorzado nada, avísale a tu papá que me adelante.

—Pero…

—Por Dios, mírate esas ojeras, insisto en que no deberías acompañarnos, pero eres muy necia.

—Ya no la regañes, ni que tu nunca te hubieses ido con tus amigos.

—Esos eran otros tiempos mamá, no había tanto peligro como ahora.

Mi madre y mi abuela se fueron y Vanesa aun no llegaba, era mentira que pasaría por mí, ella estaba muy enojada conmigo por que había mentido por mi culpa, no solo no quería quedarme sola, quería ver a Martín, quizás me animaba a decirle la verdad.

—¿Ya se fue tu mamá y tu abuela?

—Si ¿me puedo ir contigo papá?

—¿Estás segura de que no te sientes mal? —me dijo mi papá mientras me tocaba la frente.

—No, quiero acompañar a la familia de Carmen, me da mucha pena que estén pasando por esto.

—Vámonos pues, la gente ay debe estar camino al panteón.

Mientras mi padre me llevaba de la mano, yo seguía pensando en aquel misterioso hombre, todo el placer que me había brindado me había cobrado un alto precio, no sabía si Carmen se había encontrado con él, pero todo el pueblo apestaba a muerte y solo yo podía percibirlo.

Ángela y su padre habían llegado al entierro, Martín estaba ahí, dando un mensaje de paz y consuelo a los familiares desechos de la chica, el clima no podía ser más deprimente, comenzó a nublarse y poco después la lluvia caía con insistencia.

 tenía los ojos puestos en aquel sacerdote, era mi único lugar seguro, un santuario lleno de pureza al cual quería correr para esconderme, Vanesa también estaba ahí, se acercó a mí mientras se recargaba en mi hombro.

—Perdón por haberme enojado contigo, ya se me pasó ¿supiste que la encontraron desnuda cerca de la casona? Parecía que le habían chupado el alma… ¿Qué crees que le pasó en realidad?

—No lo sé… —Mis ojos se perdieron en una chica que tenía el mismo semblante que yo, no la reconocía, era rubia y muy hermosa, de unos veinte años aproximadamente, aunque tenía una blusa de manga larga y cuello, se le notaban los mismos moretones que a mí, ambas cruzamos la mirada, pero mis ojos se abrieron de golpe, en el momento en el que vi al romeo de sangre rodearle la cintura, mientras la jalaba hacia él, mi cuerpo se entumió y me llené de miedo, en ese momento supe que mi vida corría peligro.

 

 

 




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