El romeo de sangre

Reclamo infernal.

 

Desde que tengo memoria, siempre fuimos mi padre y yo, se convirtió en papá soltero a una edad muy temprana, escuché unos rumores que me hicieron apreciarlo más, dicen las malas lenguas que mi mamá lo engañó con un citadino, un arquitecto que vino de paso a San Isidro, mi mamá era una mujer muy bonita, siempre deseo vivir rodeada de lujos, nadie entendía porque se había casado con mi padre, un indio color canela que apenas si había terminado la primaria.

Ella decía que mi padre tenía algo que los otros hombres que la cortejaban no poseían, y era honor, era un artesano muy humilde pero trabajador que procuraba que no nos faltara nada, él me dijo que mi madre falleció, pero los rumores dicen que se fue con aquel arquitecto y nos abandonó.

Ahora que recuerdo, tengo vagos recuerdos donde mi padre lloraba amargamente mientras me cargaba en sus brazos, me arrullaba con melancolía, no sabía como cuidar de mí, era una niña muy llorona, crecí sin una madre, pero el papá valía más que aquello que perdí.

Muchas veces se quito el pan d ella boca, fingió que no tenía hambre aunque su estomago lo delatara después, aguanto los ardientes abrazos del sol, para traerme el alimento, mi padre era un héroe y hoy me lo estaba demostrando otra vez, tanto me amaba que estaba dispuesto a dar su vida por mí.

—¡Vamos Frida! —exclamó Vanesa aterrada.

Pero yo no podía dejarlo, era mi papá y lo amaba.

—No iré a ningún lado…

—¿Que? ¡Nos va a matar!

—¡Vete tu! ¡Busca a Martín y dile que el demonio se ha hecho más fuerte! Tiene que detenerlo antes de que acabe con todo el pueblo…—le dijo Frida mientras le clavaba la mirada al romeo de sangre.

Vanesa se fue corriendo con todas sus fuerzas, tenia miedo de lo que podía pasarle a Frida y así papá, pero no pudo convencerla de acompañarla, sabía que debía buscar a martín antes de que el demonio los asesinara.

—Eres una buena amante, haz elegido lo inevitable, ahora entrégate a mí y pasemos juntos la eternidad.—le dijo el demonio con su voz de ultra tumba.

—Primero deja ir a mi padre.—exclamó Frida mirándolo con desprecio.

—Esta inconsciente, no será un estorbo para nosotros.

El sucubo se acercó poco a poco a Frida y ella comenzó a llenarse de miedo, presentía que su días en esta tierra habían terminado.

—Te amo papá..gracias por tanto amor…—expresó Frida cerrando los ojos, aceptando su destino, pero cuando el sucubo estaba apunto de besarla, German le saltó encima y le encajó una estaca en la espalda, provocando su ira definitiva.

—¡No toques a mí hija!—gritó German con todas sus fuerzas.

—¡Papá!

—¡Creí haberte dicho que no te interpusieras entre nosotros humano inservible!

—Me mantendré de pie hasta que mi ultimo aliento se vaya, moriré defendiendo a mi hija ¡eso es lo que hace un padre!

—Con gusto cumpliré tus deseos.—le dijo el romeo con gran desprecio.

—Corre mi niña, quiero que corras y no mires atrás…

—No quiero dejarte…—exclamó Frida entre lagrimas.

—Te amo, fuiste lo mejor que me pudo haber pasado en al vida, mi regalo del cielo.—exclamó German con las lagrimas hasta el cuello.

—No…papi….—Frida tenía el corazón partido, sabía que no podrían escapar del demonio, pero se fue dejando a German atrás, dejando también su corazón.

La pelea con el demonio no duró mucho, como era de esperarse, Frida corrió y corrió hasta que dejo de escuchar a su papá, entonces calló de rodillas al enterarse que su padre estaba muerto, efectivamente el demonio estaba bañado de su sangre caminado hacia ella con enojo.

Frida perdió las ganas de vivir, no quería seguir huyendo, ya no tenía caso, entonces el romeo de sangre la rodeo con sus brazos y la besó.

Por otro lado, Vanesa corría desesperada gritando a voz en cuello, pero nadie salía de sus casas, el demonio tenía a todo durmiendo.

—¡Martín! ¡Martín! —gritaba a voz en cuello.

Ángela y Martín escucharon los gritos y salieron de la iglesia a asustados, reconocieron la voz de Vanesa y cuando salieron, la niebla había invadido San Isidro.




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