Léndula se encomendó en cuerpo y alma al cuidado de la pequeña. Se la veía feliz, su carácter se había suavizado y la amargura había desaparecido de su rostro. Yuma nunca hubiera imaginado que el rostro de su madre pudiera ser tan bonito ahora que sus labios se veían relajados. Se alegraba de haber traído a la pequeña humana al clan sólo por el cambio que había pegado su madre. Se decía a sí mismo que había valido la pena.
El resto de tupis también le prestaba mucha atención a la niña. Se convirtió en el centro del grupo familiar y, a menudo, Min se reía y le decía a Léndula que no quería ni pensar el día que tuviera una nieta.
—Vivirás para verlo —se reía Léndula y le guiñaba un ojo a Namid, que enrojecía y bajaba la vista al suelo.
Namid y, en especial, Yuma, también pasaban mucho tiempo con el bebé. A Yuma le fascinaba el tamaño de sus dedos y no se cansaba de extenderlos sobre la palma de su mano. La veía tan frágil e indefensa que le hacía sentir poderoso. Ese sentimiento le turbaba y abrazaba al bebé susurrándole que nunca dejaría que nadie la hiciera daño. Un día la besó en los labios, tal y como le veía hacerlo a Léndula y aquella sensación húmeda y caliente le pareció maravillosa, sin embargo, sólo la besaba en los labios cuando estaba seguro de que nadie le veía.
La pelusilla de su cabeza se transformó en una mata de pelo dorado, sus ojos se oscurecieron y cambiaron del azul ciego de bebé a un marrón acaramelado y un día, sin más, se sostuvo de pie. Todos en el clan celebraban el más mínimo avance de la niña y quien más quien menos pasaba ratos con la niña. Todos menos Kasa.
A pesar de los meses, Kasa seguía recelando, no acababa de ver a Cala como una más y en su cabeza seguía rondando el miedo al peligro, al peligro de criar a una humana entre ellos. Veía al resto de su familia feliz con la niña, e incluso se sentía culpable por no ser capaz de compartir con ellos su alegría. Léndula prácticamente había vuelto a ser la mujer que había conocido hacía ya tantos años. Su hijo Yuma, en vez de sentir celos, ayudaba gustoso en todo lo relacionado con la niña y el resto hacían lo mismo y no dejaban de sonreír en cuanto la niña entraba en su campo de visión. En cambio él... Veía a la niña y a la vez veía a una humana adulta que en el futuro sería la mayor amenaza de su clan.
Su padre, Sush, le observaba, veía cómo seguía a la niña con la mirada y parecía adivinar sus pensamientos de forma que, un día, trató de tranquilizarle. Min les vio marchar camino del arroyo y suspiró. Estaba deseando que Kasa dejara su odio hacia los humanos y disfrutara del regalo que el bosque les había hecho. Kasa era un tupi bueno, noble, y la preocupación por su clan, en muchas ocasiones, no le dejaba vivir el momento presente.
Cuando llegaron al arroyo, Sush puso una mano sobre los hombros de su hijo y le miró a los ojos.
—Kasa, tienes que tranquilizarte y mirar este asunto con calma, puede ser bueno para el clan, aunque no lo creas.
—Pero padre ¿cómo va a ser bueno? Algún día Namid y Yuma buscarán pareja en otros clanes y convivir con un humano no les hará precisamente populares.
Sush miró a su hijo con absoluta seriedad y replicó secamente:
—Quien haya de quererlos los querrá tal y como son ¿Eso es todo lo que te preocupa? Yo puedo arreglarlo con los otros clanes, es más, lo haré, no tienes que temer por ello.
Kasa sintió haber herido a su padre y le miró con ojos llenos de lágrimas. Le preocupaban demasiadas cosas. Le preocupaba lo que pensaran en otros clanes, sí, le preocupaba en cómo eso iba a afectar a su hijo y a su sobrino, pero había algo que le preocupaba mucho más.
—No, padre, no es eso lo que me preocupa. Al menos no lo que más. Me preocupa lo que pasará cuando esa humana crezca y tal vez quiera abandonar el clan y unirse a los suyos.
Sush se encogió de hombros.
—Es una posibilidad, pero en la vida puede pasar cualquier cosa. Puede que sea uno de los nuestros quien quiera abandonar el clan. No podemos vivir en el futuro.
—Padre, eso es improbable que ocurra. Yo hablo de algo que puede suceder, que incluso sería natural que sucediese.
Kasa bajó la mirada al suelo y negó con la cabeza. Le costaba mucho hablar de sus sentimientos y mucho más de la melliza que habían perdido. Para Léndula, que la niña tomase esa decisión en un futuro sería como volver a perder a una hija.
Yuma, que vagaba por el arroyo a menudo ahora que no podía ir hasta la cueva osera por miedo a encontrarse de nuevo con el guardabosques, les vio y avanzó hacia ellos sonriendo, pero antes de que su padre le viera Sush le hizo un gesto para que se fuera. Yuma quedó paralizado en el sitio, un tanto desconcertado. Entonces, vio la expresión angustiada de su padre y sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda, porque sabía que el sufrimiento de su padre se lo había infringido él al traer a la pequeña Cala. Con el corazón encogido se agazapó tras unas rocas y esperó a que Kasa hablara.