El ronroneo del puma

9.

"¿Qué a qué he venido?" Manuel sabía a lo que había ido. Necesitaba hablar. Por primera vez en mucho tiempo sentía esa necesidad. Tenía que contarle a alguien lo que había visto.

—Vengo por los hombres puma, pero eso ya lo sabes —le contestó a Román.

— Tienes razón, imaginé que más tarde o más temprano me harías una visita por eso —le dio una calada a su puro y expulsó el humo— .Tú dirás.

No era fácil explicar todo lo que sentía. Manuel nunca había sido demasiado expresivo y, ahora, se encerraban en su interior tantos pensamientos que no sabía por dónde empezar. Debía ordenarlos, buscar la forma de darle sentido a la tremenda necesidad que sentía de ponerse en contacto con aquellos seres y, sobre todo, volver a ver al bebé humano.

—Mi mujer se llamaba Marta —se escuchó decir a sí mismo—. Estaba embarazada de nuestra primera hija y las asesinaron a las dos en el atraco a una gasolinera— hizo una pausa esperando que Román dijera algo, pero éste no lo hizo—. Sé que no soy la única persona que ha vivido una tragedia como esta, pero eso no me consuela, más bien lo contrario.

Era una tarde de verano espléndida. El cielo limpio, completamente azul, el sol calentando el aire, las piedras, la hierba... Debían ser las tres o tres y media.

—Cuando me negué a hablar, fue porque me negué a creer que algo así había podido pasar. Quizá pensé, estúpidamente, que si no hablaba nada sería real, por eso me dolía cada pésame, cada gesto de consuelo, porque era como si me dijeran que sí, que era cierto, que el mundo realmente era así de cabrón, que dejara de lloriquear y me hiciera a la idea —buscó los ojos de Román y los encontró—. Pero yo no quería eso, yo sólo quería que me dejaran en paz, que no me hablaran, que me dejaran seguir creyendo lo que yo quisiera —Manuel se encogió de hombros—. Por eso solicité tu destino en cuanto Tocho me avisó del retiro, se lo agradeceré siempre. En esa cabaña conseguí lo que tanto buscaba. Ya nadie venía a contarme lo que yo no quería saber, salvo por las noches, cuando me asaltaban las pesadillas.

Román volvió a rellenar los vasos de coñac. Manuel, que hacía tiempo que no bebía, empezaba a notar los síntomas del alcohol.

—Y mira por dónde que, una noche de invierno salgo a respirar ese aire, que de frío casi corta, y veo a un niño en pleno bosque. Y yo que pienso "¿Qué demonios hace un niño pequeño aquí de noche y solo?" Pero resulta que ni él era un niño, ni estaba solo.

Miró a Román y sonrió. Levantó las cejas y esperó hasta que el viejo guardabosques se dio por vencido.

—Vale, el niño era un puma, pero lo de que no estaba solo no lo pillo.

Manuel acabó de vaciar la botella de coñac en los vasos. Ahora, un avión atravesaba el cielo dejando una estela blanca tras de sí. Manuel se concentró durante un rato en el avión y Román esperó pacientemente porque sabía que aquel hombre estaba demasiado dolido como para que nadie le metiera prisa.

—Era un bebé, un bebé humano —dijo de repente, como si hubiera perdido el hilo de la conversación y acabara de recuperarlo.

Por primera vez durante toda la conversación, Román se mostró sorprendido. Se había equivocado. Claro que sabía que Manuel había ido a verle porque había avistado a alguno de los hombres puma, pero no se esperaba aquel nuevo personaje en la historia.

—Espera, ¿qué quieres decir?

Manuel se pasó una mano sobre la boca y la limpió, el calor y el alcohol espesaban su saliva y le parecía que se le pegaba a los labios.

—Ese niño llevaba a un bebé humano en sus brazos, envuelto en una manta.

Román negó un poco con la cabeza, como si no acabara de comprender de lo que Manuel estaba hablando.

—¿Estás seguro de que era humano? Se parecen mucho a nosotros, y dices que era de noche, podría ser un bebé puma ¿no?

Pero Manuel, negó con la cabeza, él con firmeza.

—No, era humano, estoy seguro. He venido a verte porque eres la única persona en el mundo que conozco que no puede tomarme por loco al contarle esto.

—Eso es lo que tú pensaste de mí ¿verdad?

—Sí, para qué negarlo. Bueno, pensé que tanto tiempo en soledad podía haber alterado tu imaginación, tampoco le di importancia, no volví a pensar en ello hasta que vi al niño.

Román asintió con la cabeza. No iba a culparlo de tomarle por loco, era lo más lógico. Así eran los humanos, desconfiados e incrédulos, siempre esperando lo peor del prójimo, con miedo a pensar diferente. Imaginaba que eso era algo que jugaba a favor de aquella raza perdida en los bosques, porque aunque otros muchos les hubieran visto ¿quién iba a creerlos?

—¿Te habló? —preguntó Román.

—No, qué va, salió disparado con el bebé en cuanto me vio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.