El ronroneo del puma

10.

Los años fueron pasando y cualquier rastro de recelo que hubiese podido haber hacia Cala fue sustituido por puro amor. La niña se adaptó perfectamente al clan causando la delicia de todos y ya nadie ponía en duda que, Cala, era parte del clan.

Desde el principio, la niña tuvo constancia de que era diferente, que no era como ellos. Era clara su torpeza frente a la extrema agilidad del resto, su falta de oído y olfato felino, el vago sonido de su respiración al dormir en vez del leve y dulzón ronroneo de los otros...

Poco a poco, también fue dándose cuenta de la diferencia de rasgos físicos que existía entre ellos y comenzó a preguntar. Nunca la negaban que era diferente, pero tampoco la confesaban que era humana. De hecho, la prevenían contra ellos, contra el guardabosques, contra cualquier excursionista con el que se pudiera cruzar. Siempre debía esconderse de ellos. La decían dónde podía ir y dónde no. La marcaron los límites del bosque que no podía sobrepasar.

De todas formas, nunca se alejaba sola de la guarida. Desde los tres años recorría el bosque colgada a la espalda de Yuma, como si fuera una pequeña mochila que el chico sentía como el peso de una pluma. Pasaban el día juntos, casi eran una prolongación el uno del otro, reían, jugaban, se peleaban, todo juntos.

Pero Cala, así crecía, sentía que también aumentaba su curiosidad. Acribillaba a Yuma a preguntas que éste hubiera preferido que no le hiciera nunca.

—Yuma ¿por qué soy así?

Yuma se encogía de hombros:

—Naciste así.

Cala saltaba y trepaba a un árbol, intentaba saltar desde la misma altura que lo hacía Yuma y acababa bajando del árbol, rendida por la evidencia de que ella nunca podría alcanzar la agilidad que demostraba tener el resto del clan.

—Soy torpe —se quejaba

—Nooo —sonreía Yuma

—Soy débil.

—Nooo —repetía Yuma.

—Y además soy fea —gimoteaba Cala.

—Eso sí —se carcajeaba Yuma y corría cuando Cala quería golpearle y siempre terminaba por dejarse atrapar y acariciar por los golpes que Cala le daba con los puñitos cerrados y encendida de rabia.

A veces, se ponía muy seria y pensativa. A Yuma le angustiaba verla así, sabía que pensaba en el porqué de su poca fuerza, de su escaso equilibrio y de su incapacidad para atrapar un simple pez en el arroyo. Le horrorizaba pensar que un día Cala descubriera su verdadero origen y decidiera abandonarlos.

Una noche, Cala despertó gritando aterrorizada. Léndula corrió a acariciarla y a tratar de consolarla pero Cala pidió que Yuma fuera a su lado. Este se acercó al lecho de Cala y se sentó a su lado. Abrazó a la niña que lloraba desconsolada.

—He tenido un sueño horrible, Yuma —le dijo temblando—. Soñé que el clan me rechazaba, ya no me querí, porque yo era una humana.

Lloró abrazada a Yuma durante más de una hora hasta que, finalmente, se rindió y volvió a quedarse dormida.

Según pasaba el tiempo, Cala se obsesionaba más y más con los humanos, tal vez influida por las historia de Léndula que llegaba a inventarse barbaridades con tal de mantener a la niña alejada de cualquiera de ellos.

Sin embargo, su curiosidad nunca se veía saciada y la niña no perdía oportunidad de preguntar a todos los miembros del clan, porque de todos obtenía respuestas diferentes.

Una tarde, mientras vagaban por el bosque como hacían a menudo, Yuma con Cala cargada a su espalda, ésta le susurró al oído.

—Yuma, háblame de los hombres.

Yuma se detuvo, la descargó bruscamente y resopló.

—Eres muy pesada con eso —se quejó— ¿Qué quieres que te cuente?

Cala se había sentado en el suelo y arrancaba hierbas con los dedos, los enrollaba entre ellos y los hacía rodar.

—¿Cómo son?

Yuma se revolvía nervioso.

—Pues no sé, no sé más que lo que cuenta mamá.

Pero Cala no se daba por vencida.

—Pero tú has visto alguno ¿no?

—Bueno, alguna vez, al guardabosques —mintió—. Pero no me he parado a observarlo, cuando hay alguno cerca lo mejor es huir lo más rápido que puedas.

Cala se levantó y avanzó hacia él. Le acarició el rostro melosa y Yuma se sintió súbitamente incómodo.

—Namid dice que los humanos son como nosotros, pero con otro rostro.

—¡Y qué sabe Namid! Se cree muy listo porque es mayor que nosotros, pero en realidad lo que pasa es que le gusta mucho presumir. — Apartó a Cala de un empujón y ella le miró sorprendida.

—¿Por qué te enfadas? — gritó Cala.

Le persiguió hasta el arroyo, donde Yuma se había puesto a tirar piedras. Cala llevaba los puños apretados y no entendía por qué él había respondido de forma tan violenta. Yuma siempre era cariñoso con ella, incluso sus discusiones siempre acababan en alguna broma por su parte que conseguía arrancarle la risa. Se colocó a su lado y le observó mientras hacía saltar las piedras en el agua. Su rostro estaba serio y Cala se sintió mal al verle así.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.