El ronroneo del puma

11.

Después de la discusión en el bosque, Cala volvió a la guarida resoplando como un toro a punto de embestir. Léndula la vio pasar y corrió tras ella, pero Cala se tiró en su cama, gritó que la dejara en paz y después rompió a llorar y se pasó encerrada las siguientes dos horas.

Cuando Yuma regresó con unas truchas para cenar, Léndula trató de sacarle lo que había pasado, pero su hijo, tan tozudo como Cala, le aseguró que no pasaba nada y que tenía razón cuando le decía que la mimaba demasiado.

Dejó las truchas sobre la mesa de la cocina, donde Léndula ya había encendido fuego, y se dirigió directo al cuarto que compartía con Namid. Le encontró tallando una rama y se la arrebató de las manos con un rápido golpe. Namid le miró sorprendido un momento y reaccionó justo a tiempo de detener un nuevo golpe de Yuma, esta vez dirigido a su cara. Le sujetó por la muñeca, le volvió el brazo hacia atrás y le dejó aplastado con su enorme cuerpo contra una de las paredes del cuarto.

—¿Y a ti qué diablos te pasa? —acertó a preguntar. Yuma se revolvía rojo de furia contra la pared intentando soltarse—. Te suelto si te estás quieto de una vez —dijo Namid.

Yuma se detuvo humillado. Namid le soltó y él se dio la vuelta enfurecido.

—¿Cómo has podido decirla que somos como los humanos pero con otro rostro?

— ¿Qué? —Namid se quedó un momento fuera de juego. Parecía no saber de lo que Yuma le hablaba— ¿A Cala? Bueno, qué quieres, no paraba de preguntarme.

— ¿Y no se te ocurrió nada mejor? Decirla que se mirara a un espejo, por ejemplo.

Léndula irrumpió en el cuarto como un torbellino, los labios apretados y los ojos entrecerrados por la furia.

— Callaos de una vez —ordenó— ¿Qué os pasa? Si Cala no estuviera dormida ahora mismo, ya se habría enterado de todo —miró a Yuma secamente— .Y no por culpa de Namid.

Entonces se oyó una voz más. Kasa había entrado silencioso en el cuarto.

—Yo ya me temía que algo así acabaría ocurriendo.

—Calla —ordenó Léndula— no ha pasado nada y no va a pasar —se volvió de nuevo hacia los dos primos y les amenazó con una cuchara de madera tallada que estaba usando para hacer la cena—. Como os pille discutiendo de nuevo por ese tema os echo a los dos de la guarida.

Luego salió de la habitación apartando a Kasa a un lado. Él les miró un momento en silencio y luego salió tras su mujer.

Yuma se acostó en su cama sin mirar a Namid. Sin embargo, éste se acercó a él y acabó sentándose en su cama.

— No pensé que ella pudiera sospechar nada —dijo—. Ella pregunta a todas horas. Llegó a preguntarme cómo habíamos aprendido a leer y escribir.

Yuma abrió los ojos como platos.

—¿Te preguntó eso?

—Sí, cada vez es más difícil mantener el engaño.

Antes de la llegada de Cala, los tupi recogían los libros y revistas de humanos que encontraban en el bosque y alrededores y muchos se habían ido transmitiendo de un clan a otro.

Sush contaba con una biblioteca sustanciosa, pero cuando Cala se acercaba a los tres años se deshicieron de todos los libros humanos y se quedaron tan solo con los propios que iban escribiendo para recopilar datos y costumbres.

En aquellos libros humanos, y sobre todo en las revistas aparecían dibujos y fotos de personas. Era importante deshacerse de ellas.

Por suerte, en aquel bosque apenas había excursionistas, con lo que era bastante complicado encontrase con alguna perdida.

—Le dije que habíamos aprendido ayudados con libros. "¿De humanos?" me preguntó. Se me escapó decir que sí, pero en seguida le dije que bueno, que los de los humanos solos los tenían los miembros del consejo, que ellos transmitían al resto la práctica de la escritura.

—¿Y te creyó?

Namid se encogió de hombros.

—No lo sé, supongo que sí. O tiene que conformarse con lo que le cuentan —dijo— No debería haberle dicho que somos como los humanos pero con un rostro diferente. Sospecha ¿verdad? Es eso lo que ha pasado ¿no?

—Algo así —dijo Yuma, ya más calmado— De todas formas, si lo piensas bien, no le dijiste nada que ella no sepa ya. Soy yo quien no debería haberse puesto así.

Namid pareció relajarse un poco.

—Yo quiero a Cala, ¿sabes? Pero, a veces, me parece que es muy injusto lo que la estamos haciendo.

Yuma se incorporó en la cama y miró a su primo como si le viera por primera vez. Pensó que llevaban toda la vida juntos y que, sin embargo, nunca se habían contado nada, nada importante, nada íntimo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Yuma.

—La privamos de la verdad, de esa forma su vida es una mentira.

—¿Qué estás diciendo? —Yuma comenzaba a enfadarse otra vez— Cala vive de verdad, es una de nosotros y es feliz.




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