El ronroneo del puma

16.

El resto de la noche, desde que dio la vuelta de la cabaña del guardabosques, se la pasó dando vueltas en la cama mientras imaginaba la cara que pondría Cala cuando viera el cochecito. En cambio, Namid respiraba pesadamente sumido en un sueño profundo que a Yuma le hacía sentir cierta envidia.

Apenas comenzó a amanecer, Yuma volvió a escabullirse de su cama y se coló en el dormitorio de Cala. Se agachó a su lado, muy cerca de su rostro y, de nuevo, sintió aquella ternura que las facciones finas y pequeñas de Cala le inspiraban. Tenía el brazo derecho doblado por el codo y su mano, abierta y completamente relajada le rozaba los labios con la punta de alguno de los dedos.

Yuma posó su mano sobre la de ella. Le doblaba el tamaño, luego acarició suavemente su nariz respingona haciéndola cosquillas y ella se apartó sin abrir los ojos.

—Caaaalaaa —canturreó Yuma suavemente.

Finalmente, ella abrió los ojos y le miró molesta. Luego, dio un giro brusco y quedó de espaldas a él. Yuma le apartó la manta y trató de hacerla cosquillas en la cintura pero ella se revolvió.

—Que me dejes —gritó.

Yuma se llevó un dedo a los labios para indicarla que no gritara.

—Tengo una cosa para ti. No grites.

El gesto de enfado de Cala desapareció de su rostro y fue sustituido de inmediato por otro de curiosidad.

—¿Qué es? Todavía no es mi cumpleaños.

—Bueno, este es especial, para tu cumpleaños te regalaré otro. Este es sólo para ti, no puedes enseñárselo a nadie.

Cala se incorporó en su cama. Ahora Yuma sabía que había logrado atraer toda su atención y sonrió para sus adentros. Bien por Namid. Sacó el cochecito rojo de su bolsillo y lo mantuvo oculto en su puño. Cala seguía con la vista cada uno de sus movimientos. Yuma cogió su manita, puso el coche en su palma y la cerró los dedos sobre él. Cala sonrió y fingió que miraba a través de sus dedos. Luego abrió la mano despacio y la volvió a cerrar.

—¿Es de los humanos? —preguntó muy bajito.

Yuma asintió. Luego ella se quedó en silencio durante unos segundos, con el gesto muy serio, y Yuma pensó que todo el riesgo que había corrido no había servido para nada porque su plan no había funcionado pero, de repente, Cala le echó los brazos al cuello y se fundió con él en un abrazo y Yuma sintió el calor de su cuerpo como cuando era un bebé y la había recogido de aquel contenedor. Las lágrimas recorrían el rostro de la niña y Yuma tuvo que hacer un esfuerzo para no imitarla.

—Prométeme que lo guardarás bien y no se lo enseñarás a nadie.

Cala asintió con la cabeza.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó entonces.

—De donde no te importa —Yuma fingió enfado. Luego la cogió de una mano—. De un lugar peligroso, por eso no quiero llevarte ¿entiendes?

Ella asintió de nuevo. Observó el juguete en su mano y sonrió. En ese momento, Léndula entró en el cuarto y se les quedó mirando, sorprendida de encontrar a Yuma allí tan temprano. Vio el rostro compungido de Cala y le dirigió una mirada severa a su hijo.

—No sé lo que os pasa a vosotros dos, pero ya es hora de que lo vayáis arreglando.

Yuma agachó la cabeza y vio que Cala había cerrado los dedos de nuevo sobre el cochecito protegiéndolo de la vista de Léndula. Chica lista, pensó. Los dos permanecieron mudos mientras la madre dirigía la vista de uno a otro y, finalmente, se daba por vencida. Resopló y salió del cuarto. Cala sonrió de medio lado y volvió a abrir la palma para mirar de nuevo el juguete.

—Es muy bonito ¿verdad?

—Sí. Los humanos tienen cosas muy bonitas, pero es peligroso acercarse a ellos. Debes cuidar mucho de que nadie lo vea— volvió a recordarle Yuma— .Léndula se moriría de un ataque si te pilla con ese juguete y Kasa... lo mismo me expulsaría del clan por infringir las normas— Cala abrió mucho los ojos y Yuma aprovechó la jugada—. Tú no querrás que pase eso ¿verdad?— Cala negó con la cabecita—. Pues esconde bien el coche e intenta olvidarte de los humanos —le aconsejó.

—Lo haré —prometió Cala, pero, en el fondo, ambos sabían que estaba mintiendo.




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