El ronroneo del puma

20.

Sush se recuperó, pero ya no volvió a ser el mismo. Su debilidad era evidente para todos y Cala pasaba con él mucho tiempo haciéndole compañía e interrogándole sobre sus diferencias. Sush contestaba a todas sus preguntas sin perder nunca la paciencia, no como Yuma, pero era tan misterioso en sus respuestas que Cala no llegaba a comprenderle muchas veces. Todos sabían que Sush era un hombre sabio y Cala pensaba que a ella le quedaba recorrer mucho camino antes de poder llegar a comprender a su abuelo.

Namid regresó con Sasa, su pareja, una tupi menuda y tímida de mirada dulce pero gesto asustado. Miró a Cala con desconfianza y apenas se atrevió a darle la mano cuando se saludaron. Cala, que había tomado aquello como una prueba de fuego para ella, sintió que Sasa no la aceptaba.

Namid parecía muy feliz y Cala se alegraba por él, pero sorprendía las miradas que Sasa le dirigía y se sentía desdichada. Namid habló con ella.

—Es tímida y reservada, debes darla tiempo.

Y tal y como Namid le había dicho, en pocos días, Sasa comenzó a integrarse de forma sorprendente en el clan.

Cala la espiaba y le gustaba ver cómo halagaba a Yuma diciéndole lo guapo y fuerte que se estaba volviendo, consiguiendo con ello que éste se ruborizara y huyera al bosque a trepar árboles como si fuera un animal salvaje. Cala se reía para sus adentros. También sentía una punzada de celos cuando les sorprendía a ella y a Namid cogidos de la mano bajo la mesa o cuando la chica comenzó a acompañar al abuelo en alguno de sus paseos. Pero, en general, le pareció que era una buena tupi y que Namid había escogido bien.

Una mañana, Cala le pidió a Léndula que le trenzara el pelo.

— Tendrás que esperar Cala, tengo comida en el fuego y no puedo separarme de ella o se pegará.

Cala se sentó a la mesa de la cocina y, entonces, Sasa de improviso y se colocó tras ella.

— Yo lo haré —dijo, de repente, con su vocecilla fina y baja. Sin más comenzó a trenzar su pelo con una suavidad extraordinaria.

—Tienes un pelo precioso —le dijo y aspiró muy cerca de él— huele muy bien.

Cala permanecía tiesa, totalmente tensa y sorprendida y no sabía qué contestar, pero Sasa continuó hablando.

—Cuando vivía en mi clan siempre le trenzaba el pelo a mi hermana Seina y tú me recuerdas mucho a ella.

Aquello fue más de lo que Cala podía esperar, ella le recordaba a su hermana. Para ella eso era como una declaración de amor, era como no distinguirla de cualquier otra chica tupi, era como decirla que la veía igual que ellos.

A partir de aquel día, Sasa se encargaba de peinarla y muy pronto las dos chicas cuchicheaban y reían como dos amigas cualquiera. Cala comenzó a sentirse feliz y bromeaba con Sasa sobre el aspecto de Yuma, que con la llegada de Sasa había despertado un día en plena adolescencia y no perdía ni un segundo en nada que no fuera contemplarse.

La relación entre Yuma y Cala, sin embargo, fue cambiando. Ahora Cala pasaba más tiempo con Sasa que con él y cuando iban juntos al arroyo o al bosque evitaban que sus cuerpos entraran en contacto. Ya no luchaban y, desde luego, no se bañaban juntos. Entre ellos pareció instalarse un muro invisible, aunque ninguno de ellos quería reconocerlo y evitaban hablar de ello. Cala ya había cumplido catorce años y Yuma le había regalado un colgante de un corazón tallado en su cumpleaños. Cala se había ruborizado al abrir el paquete delante de todo el clan. Sin embargo, ellos habían alabado el detalle de Yuma sin darle más importancia. Cala había dado las gracias a Yuma y al besarle notó el calor en sus mejillas y fue incapaz de mirarle a los ojos.

Ese mismo día, Sush comentó que Yuma tenía que estar deseoso de encontrar pareja y a Cala le pareció que la miraba mientras lo decía. Yuma se atragantó con el venado que Léndula había preparado para el cumpleaños de Cala y murmuró que no tenía prisa alguna.

Cala comenzó a inquietarse. Se despertaba agitada por las noches y vagaba por la casa y los alrededores incapaz de volver a dormirse. Sush se dio cuenta en seguida y la preguntó lo que le pasaba.

— Sueño con tupis como yo —le dijo Cala—. Tienen el rostro como el mío, no el mío, sino así, como el mío —Cala se afanaba en explicarse—, con los ojos como los míos, con mi nariz, mis facciones.

El abuelo trataba de tranquilizarla diciéndola que era normal que tuviese sueños extraños. Pero Cala no acababa de relajarse y los pensamientos acudían en tropel a su cabeza y no podía dejar de hacer preguntas.

—¿Y si existen abuelo? ¿Y si hay más como yo?— preguntó Cala un día.

Sush suspiró mientras dejaba perdida la mirada en un punto fijo de la pared terrosa de su habitación.

—Es posible —admitió el abuelo, y a Cala le pareció que sus ojos se entristecían al decirlo.

 




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