El ronroneo del puma

22.

Cuando Cala cumplió los quince años, Yuma, que estaba a punto de cumplir los veintiuno, decidió que había llegado el momento de partir en busca de una pareja. El abuelo le hizo llamar de nuevo la noche antes de su salida.

—Me alegra que al fin hayas tomado una decisión —le dijo el abuelo tendiéndole la mano.

Yuma se la tomó y se sentó a su lado. El abuelo se apagaba, despacio pero de forma constante y evidente.

— Sí, aunque no es la que querías que tomara —dijo Yuma con voz ronca.

El abuelo sonrió.

—El caso es este ¿es la que querías tomar tú?

Yuma esquivó la mirada del abuelo. Aquella sospecha de que podía leer en su interior le hacía sentir nervioso porque pensaba que lo que el abuelo veía no le gustaba. No era algo bueno. Yuma luchaba contra aquel deseo que sabía irrealizable.

—Creo que es la mejor.

El abuelo murió al poco tiempo de partir Yuma, por lo que no llegó a conocer a la pareja de su nieto. Después Yuma se alegró, en cierto modo, de que hubiese sido así.

Para Cala, la marcha de Yuma resultó traumática. Cuando él dio la noticia una mañana, apenas levantarse, de que al día siguiente dejaría el clan, Cala sufrió una crisis nerviosa en la que pensaba que se iba a ahogar. Léndula se asustó tanto y se puso tan histérica, que tuvieron que sacarla de la habitación entre Namid y Kasa mientras Min, Sasa y Yuma atendían a Cala.

Cuando por fin lograron tranquilizar a Cala, Yuma se llegó hasta el arroyo y se sentó a la orilla con la cabeza entre las manos. En silencio, comenzó a llorar y se sintió como un cobarde por no atreverse a seguir el consejo del abuelo y confesar la verdad a Cala. El abuelo tenía razón en que al formar él su propia familia estaba perdiendo a Cala para siempre. El tiempo en el que habían sido como una sola persona había quedado atrás y ahora cada vez se alejarían más. Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y él dejó que resbalaran en silencio y se sintió mejor.

—Sabía que estarías aquí —la voz de Namid le cogió por sorpresa. Se limpió las lágrimas rápidamente mientras su primo se sentaba a su lado. El muchacho parecía un tanto confundido y se limitó a observar a Yuma en silencio.

— ¿A qué has venido? —le preguntó Yuma molesto. Sabía que su primo se había dado cuenta de que lloraba y no le gustaba mostrar su debilidad ante los demás.

—Oye, a mí no me abronques, esto es idea de Sasa y por no aguantarla... —cogió una rama de la orilla y la tiró al agua— pero no hace falta que hablemos, si no quieres.

Yuma sonrió tristemente.

—¿Sabes que el abuelo quiere que le cuente la verdad a Cala?

—Sí, todos lo sabemos— contestó Namid. Yuma le miró asombrado y su primo se encogió de hombros.

Todos lo sabían. Es decir que el abuelo había hablado de lo mismo con el resto del clan. ¿De qué más les habría hablado? ¿Qué más sabrían?

—Intuyo que soy el único que no está de acuerdo con él.

—Casi —ironizó Namid—. Léndula también está contigo. Quiere mantenerla en su ignorancia a toda costa.

Yuma sintió odio hacia su primo, por primera vez en su vida, y pensó que a él Cala no le importaba lo suficiente. No, nunca le había importado. Igual que tampoco le habían importado lo suficiente sus padres, volcados en su cuidado como si fueran los suyos propios. No, él tenía que tener su propia familia en exclusiva.

—Tú no lo entiendes —escupió—, no la quieres como yo.

Yuma saltó repentinamente sobre Namid. La rabia le hacía hervir la sangre y el ataque de ansiedad de Cala había puesto a cien su adrenalina. Sin embargo, Namid era más rápido y fuerte y esquivó el golpe. Yuma cayó de bruces al suelo y Namid se puso sobre su espalda y le echó un brazo hacia atrás dejándole inmovilizado.

No le hizo falta más. Era la segunda vez que Yuma trataba de golpearla y la segunda vez que le daba una lección.

—Claro Yuma, yo no entiendo nada, nadie puede querer a Cala tanto como tú. Tú, tú, tú, qué triste primo, qué triste.

Se incorporó y lo dejó abandonado boca abajo en el suelo. Yuma nunca se había sentido tan desolado como en aquel momento, Namid no solo le había dado una lección en cuanto a la fuerza, le había dado un buen golpe a su autoestima, una lección de humildad, una llamada de atención sobre su penoso egocentrismo. Y se dio cuenta, además, de que era la primera vez que Namid le llamaba primo.

 




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