El ronroneo del puma

25.

Yuma comenzó a enseñarle a Ona los alrededores del bosque, los lugares seguros, sitios en los que poder cazar y pescar y también lugares a los que no debía ir, sitios peligrosos y límites establecidos por el clan que no debía traspasar.

Al principio, Cala les acompañaba animada por Yuma, pero pronto dejó de hacerlo porque no conseguía sentirse cómoda al lado de Ona.

El primer día que Cala decidió quedarse con Léndula, Ona le pidió a Yuma que le enseñara el lugar donde había encontrado a Cala.

—No puedo, está fuera de los límites— contestó Yuma. Su mujer sonrió de medio lado.

—Venga, Yuma— gimoteó mimosa— sólo siento curiosidad, no pienso ir nunca más.

Yuma pensó en lo que podía hacer. No pensaba llevar a Ona hasta los contenedores, a fin de cuentas, ni siquiera el clan sabía que era allí donde había encontrado a Cala. Su cabeza pensaba, podía decirle que la había encontrado en cualquier lugar del bosque, pero Ona se sentiría decepcionada. Quería impresionarla y tomó rápidamente una decisión.

—Voy a enseñarte algo. Es un secreto, no puedes hablarle a nadie de esto —y tomándola de la mano se dirigió con ella hacia la cueva osera.

Cuando llegaron, Yuma se apoyó junto al agujero y sonrió de oreja a oreja.

Los recuerdos se amontonaban en su mente y casi podía escuchar los gorjeos de Cala en el suelo mientras él escondía el cochecito. Podía sentir el calor que desprendía su cuerpo de bebe, el brillo en aquellos ojos velados...

— ¿Qué? —preguntó Ona que no le encontraba nada especial al lugar.

—Aquí encontré a Cala —dijo Yuma altivo—, y aquí nos vio el humano. Su cabaña está como a un kilómetro de aquí. Tú nunca debes volver.

Ona paseó la mirada por el lugar. A ella no le parecía peligroso en absoluto. Era un claro en aquel bosque. Solo había hierba seca, piedras, palos y un pequeño terraplén con la raíz de un árbol medio desenterrada.

— ¿En qué dirección está la cabaña? —preguntó.

Yuma le señaló la dirección.

—¿No le oíste llegar? —preguntó Ona. Le parecía increíble que en una zona como aquella, en la que el guardabosques había tenido que atravesar al menos cinco metros de campo abierto para llegar al lugar en el que ellos estaban, Yuma no hubiera notado nada.

Yuma volvió a sonreír.

—Verás, estaba muy ocupado.

Ona levantó las cejas interrogante. Vio a Yuma asomar la cabeza por el hueco formado por la raíz desenterrada del viejo árbol y luego metió una mano y sacó un objeto dorado y plano.

Ona se acercó a él y tomó el objeto de sus manos. El color dorado y brillante la atraía sobremanera. Era muy difícil hacerse con objetos de los humanos, y la mayoría que conseguían estaban rotos o muy maltratados.

—Mira, levanta aquí —susurró Yuma. Ella le obedeció y el objeto se dividió en dos y dentro apareció un espejo. Ella suspiró emocionada.

—Es precioso —susurró.

—Tengo un montón de cachivaches ahí dentro ¿sabes? Recorría el bosque entero y guardaba cualquier objeto humano que encontraba — Yuma cogió el espejo de las manos de Ona—. Luego, cuando el humano nos vio aquí a Cala y a mí, este pasó a ser un lugar prohibido y no volví más —mintió escondiendo lo del cochecito que le había regalado a Cala.

—¿Me lo puedo quedar? —preguntó Ona señalando el espejito dorado. Yuma miró el objeto aún entre sus manos. Recordó las palabras lejanas de su primo la noche que entró en la cabaña del guardabosques a recuperar el cochecito "Regálala algo, eso siempre funciona con las chicas".

—Sí, te lo regalo —le tendió el espejo y lo apartó rápidamente cuando ella iba a cogerlo—, pero sólo si me prometes que no hablarás de esto con nadie y no vendrás nunca sola a este lugar.

—Te lo prometo —aseguró Ona y se abalanzó sobre el espejito con avidez.

—Esto va en serio Ona, nadie conoce este escondite. Si alguien te ve el espejo tendrás que decir que lo encontraste tirado en el bosque. No le digas a nadie que hemos estado aquí.

Ona se sentía pletórica.

— ¿Ni siquiera Cala lo conoce? —preguntó—. Pensé que de niños ibais juntos a todos los sitios.

—Sí, pero ya te dije que desde que nos vio el humano no volví más. El clan lo declaró lugar prohibido y puso un límite en él.

Ona miró de nuevo a su alrededor mientras sujetaba el espejo en sus manos. Le seguía pareciendo imposible que Yuma se hubiese dejado pillar por un humano en un lugar como aquel, tan abierto, tan amplio, tan dispuesto para escuchar el mínimo ruido y para poder oler a su enemigo incluso minutos antes de que apareciera.

Aquel lugar no era peligroso, pensó para sí, pero ella estaba dispuesta a tener a Yuma contento.




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