Sólo había pasado una semana desde la marcha de Sasa y Cala ya la echaba terriblemente de menos. Los días se volvían largos, la monotonía la consumía, estar en el mismo lugar con Yuma y Ona la hacía sentir incómoda, todo parecía marchar mal.
A veces, le parecía que era como una niña castigada, todo el día tras las faldas de Léndula, aburrida y pesada, no dejándola ni respirar.
— Al menos haz algo útil, niña —le dijo Léndula un día, harta de su apatía—. Voy a enseñarte a cocinar.
Se pusieron manos a la obra y Cala demostró una notable incapacidad para el arte de la cocina que terminó por destrozar los nervios de Léndula.
— ¡Oh, Cala, así nunca encontrarás pareja! —masculló fuera de sí y, al instante, se arrepintió de haberlo dicho.
Ona, que cosía una piel sentada a dos metros de ellas dejó de hacerlo y siguió a Cala con la vista cuando ésta pasó rápidamente a su lado y se adentró en el bosque. Luego, vio a Yuma perseguirla y aunque gritó su nombre él no se dio por aludido. Se levantó para seguirlos pero Léndula la retuvo con firmeza y la ordenó que les dejara solos.
—Yuma sabe manejarla.
Ona estaba segura de ello y se volvió a sentar a coser la piel, resignada. En el poco tiempo que llevaba en el clan ya se había dado cuenta de que la condición de humana de Cala no era lo único que la hacía diferente del resto para Yuma.
Yuma alcanzó a Cala apenas entró entre la arboleda y la abrazó desde atrás reteniéndola mientras ellas se retorcía entre sus brazos gritándole que la dejara en paz. El cuerpo de Cala era como el de una ardilla para él y procuraba sujetarla sin hacerle daño. Hacía tiempo que no la tocaba y el contacto con su piel le hacía sentir maravillosamente incómodo.
—Vamos Cala, Léndula no lo decía en serio.
—¡No! Claro que no. No soy tan estúpida como para no saber que no será por no ser una excelente cocinera por lo que no me querrá ningún chico —gritó Cala con furia. Se revolvió y volvió su cara hasta quedar muy cerca de la de Yuma—. Será por mí... mírame, soy fea, rara, torpe...
—¡Basta, Cala! —le ordenó Yuma y la zarandeó para volver a sujetarla con fuerza contra él. Ella se rindió y comenzó a llorar.
— ¡Oh, Yuma! ¿por qué soy así?
Yuma le levantó el rostro sujetándola por la barbilla y le limpió las lágrimas. Sus ojos enrojecidos se fijaron en los de Yuma y él sintió un miedo infinito.
—A mí me gustas, Cala, y me pareces preciosa.
Cala no pudo evitar sonreír.
—Ya, pero tú no cuentas —dijo con pena—. Eres mi hermano.
—Yo... Cala —Yuma no sabía lo que hacer— he de contarte algo.
— ¿Qué? —preguntó Cala expectante. Algo dentro de ella le decía que aquel era el momento que llevaba esperando toda su vida. Una explicación, una explicación real y directa a porqué su aspecto y sus habilidades no cuadraban con las del resto de los tupi.
— Verás Cala, yo no soy tu hermano de sangre —disparó Yuma y al ver la expresión de asombro en Cala siguió hablando sin respirar—. Yo te encontré en el bosque, en los límites, en uno de los contenedores de basura de los humanos...
Cala se llevó una mano al pecho. Le faltaba el aire. Se puso pálida y Yuma ya estaba arrepentido por habérselo dicho. El abuelo no tenía razón, todos sufrirían cuando ella supiera la verdad, incluso ella misma.
—¿En un contenedor de los humanos?
—Sí, pero, Cala, escucha. Yo en el clan dije que te había encontrado en otro lugar porque sabes que no podemos acudir a ese sitio. Así que me inventé que te había encontrado junto a la cueva osera, antes el límite no estaba fijado ahí, no hasta que te encontré.
—En los contenedores de los humanos —Cala no parecía escuchar nada de lo que Yuma decía—. Yuma, soy humana ¿verdad?
Yuma no vació un momento.
— ¡No! —gritó totalmente arrepentido mientras el rostro de Léndula acudía con fuerza a su mente—. Eres de los nuestros, Cala, te lo juro. Una mujer de los nuestros, de un clan lejano, acechaba cuando te encontré y me pidió que te cuidara. Ella no podía, la habían expulsado de su clan —la mentira salió rápida de su boca.
— ¿Por mí? — Cala se miraba las manos temblorosas—. Porque soy así, no me quisieron.
Cala no lograba asimilarlo. Era aún mucho peor de lo que hubiera podido esperar. Su madre expulsada del clan por su culpa y ella repudiada por todos. Le faltaba el aire y el corazón parecía latirle con fuerza en su sien. Y su madre también la había abandonado. El pecho le ardía y comenzaba a ver puntos negros frente a ella.
— ¡Oh, Cala, respira! —rogaba Yuma, y ella le escuchaba desde muy lejos—. Piensa en Léndula, se moriría si sabe que te lo he contado.