El ronroneo del puma

27.

Cuando Namid y Sasa regresaron, el vientre de ésta parecía a punto de estallar. Cala se pasaba el día acariciándoselo y recuperó la serenidad en parte, pero la tensión que existía entre Yuma y ella crecía cada día más.

Cala miraba a su alrededor consciente de que todos, incluso Sasa y Ona, conocían su origen y ella había sido la última en enterarse, la única engañada, y se sentía rabiosa y les odiaba a todos, en especial a Yuma. Luego veía a Léndula trajinando con sus cacharros, totalmente ignorante de que ella conocía aquel secreto, A Kasa que pasaba a su lado y la revolvía el pelo o pensaba en el abuelo y sus largas charlas y sentía un agradecimiento tan grande por todo lo que habían hecho que tenía que buscar un lugar apartado y allí lloraba entre ahogos.

La relación entre ella y Yuma había cambiado de tal forma que a Cala le parecía imposible que el resto del clan no se diera cuenta.

Quizá pensaran que ahora que Yuma tenía a Ona, era normal que ellos ya no estuvieran tan unidos, pero tanto como para llegar a evitarse... Porque Cala evitaba encontrarse con Yuma, quedarse a solas con él e incluso mirarle a los ojos.

Si por una casualidad sus cuerpos se rozaban, parecía que una descarga eléctrica recorría el cuerpo de Cala, lo cual la dejaba turbada durante horas.

Y luego estaba lo otro. Cala era consciente de la aversión que generaba en Ona y además podía observar claramente cómo cambiaba el comportamiento de Yuma de estar Ona presente o no. Comenzó a sentir rabia hacia él, le parecía un cobarde, un chico débil e irreconocible cuando estaba con Ona. Y, poco a poco, empezó a tener miedo de sus propios sentimientos hacia él.

Un día, mientras pescaba en el arroyo, Yuma se acercó a ella. Cala le vio pero no quiso mirarle y cuando él se puso a su lado y espantó a todos los peces ella no se rió como hacía en otras ocasiones.

—¿Dónde está Ona? ¿Te ha dejado salir a ti solito? —ironizó Cala. Salió del arroyo y Yuma la siguió cabizbajo.

—No seas mala, Cala —contestó apenado. Trató de sujetarla de un brazo pero Cala se deshizo de su mano aunque se detuvo y le hizo frente.

—No quiero que me toques.

—No podemos seguir así— susurró Yuma, como si temiera que les estuvieran espiando.

—Así ¿cómo? —preguntó Cala en voz alta, fingiendo no saber a lo que se refería.

Yuma sonrió de medio lado. Cala observó cómo se movía la nuez en su cuello, como si le costara tragar saliva. Sabía que lo estaba pasando mal, pero en aquellos momentos no le importaba, es más, se alegraba de que fuera así, como si el hecho de que Yuma se sintiera mal la diera la razón en lo que sentía.

—Venga, Cala, ¿qué te he hecho? Parece que me odies. Me cuesta ver cómo me tratas.

Aquello hizo ablandar a Cala. Tenía las lágrimas al borde de los ojos y pensó que era a ella misma a quien más odiaba. ¿Por qué tenía que ser tan débil? Siempre lloriqueando, igual que un bebé.

—Es que todo ha cambiado tanto en tan poco tiempo— se lamentó.

Yuma, que la conocía bien y sabía cuándo se estaba rindiendo aprovechó para atraerla hacia así y Cala se dejó consolar por primera vez en mucho tiempo. El hormigueo que recorría su cuerpo en contacto con el de él era tan agradable que deseaba que el tiempo se detuviera. Que se quedaran así para siempre, que no existiera nada más en el mundo que aquel instante.

—No soporto cómo te comportas cuando está Ona— dijo Cala sin poder evitarlo, y se sonrojó porque aquella sonaba a celos.

Yuma se rió. Ella sabía que él había apreciado el rubor en sus mejillas y eso la hacía sentir aún más avergonzada. Se deshizo del abrazo y se cruzó de brazos enfurruñada.

—Nunca me tomas en serio —se quejó—. Es como si para ti siguiera siendo una niña.

Yuma dejó de reírse. Volvió a acercarse a ella y le acarició una mejilla con una expresión de profunda tristeza. Cala le puso una mano sobre su pecho. El tórax se hinchaba y deshinchaba con rapidez y podía notar los latidos del chico. Él puso una mano sobre la de ella y la miró en silencio unos segundos. Luego apartó su mano con suavidad y se volvió, dejándola turbada.

—Hablaré con Ona, no creo que sea bueno para ninguno que sigamos comportándonos así.

—Vale —aceptó Cala. Se sentía avergonzada y se vio en la obligación de disculparse—. Quizá haya sido culpa mía. Trataré de acercarme más a ella —Yuma se dio la vuelta y volvió a observarla—. No quiero disgustarte.

—Te lo agradecería —contestó Yuma. Al pasar junto a Cala le puso una mano en el hombro y le dio un ligero beso en la mejilla. Cala notó que la piel que había rozado Yuma con sus labios comenzaba a arder al instante.

 




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