El ronroneo del puma

29.

—¿Por qué yo? —protestó Cala de forma enérgica.

Léndula acababa de mandarla a buscar a Ona al arroyo. Hacía demasiado tiempo que la chica se había marchado y Léndula comenzaba a preocuparse.

— Porque lo digo yo —contestó Léndula malhumorada—. Yuma está cazando, sino iría él.

Aquello irritó aún más a Cala.

— Pues si no sabe volver sola que no vaya— se quejó.

La promesa de acercarse a Ona había quedado en el olvido desde que había descubierto su origen. Hacía más de tres horas que había anunciado que iba al arroyo y aún no había vuelto. Léndula comenzaba a preocuparse y ahora le tocaba a ella ir a buscarla. Estaba harta de aquella situación tan incómoda y Léndula, ignorante de todo, se lo ponía aún más difícil.

— Vete ya — le ordenó a Cala—, y no os entretengáis.

Como si ella fuera a entretenerse mucho con Ona. Era lo que la faltaba, tener que ir a buscarla y dar la vuelta a solas con ella o, peor aún, que la humillara dejándola atrás porque ella no tenía la velocidad de los demás tupi. Cala caminó hacia el arroyo sin ninguna gana de llegar. Sin embargo, una vez allí no vio a Ona por ninguna parte.

¿Dónde se habría metido? Avanzó un poco siguiendo la dirección del arroyo pero nada, ni rastro de la mujer de Yuma. Ya llevaba suficiente tiempo en el clan como para haberse despistado. Le parecía demasiado raro, los tupi tenían un fuerte sentido de la orientación y el olfato les servía de mucha ayuda.

¿Y si la había pasado algo? ¿La habría atacado algún animal?

Recordó a sus tíos Izel y Azca muertos tras la picadura de aquella víbora, y un escalofrío la recorrió el cuerpo. Inmediatamente miró al suelo.

—¡Ona! —gritó totalmente consciente de que estaba incumpliendo una de las reglas tupis: no gritar el nombre de otro tupi en el bosque. Empezó a sentir miedo, comenzaba a oscurecer y ella no tenía la aguda vista felina de los tupis en la oscuridad.

Volvió al punto del arroyo que usaban para pescar y aún caminó unos metros en sentido contrario antes de darse por vencida y volver al clan.

Al llegar vio que Yuma y Kasa ya habían vuelto de cazar. Al verla, Yuma corrió hacia ella.

—¿Y Ona? —preguntó.

Cala se encogió de hombros. Le molestó que la preguntara, todo en Yuma parecía molestarla.

—No la he visto —apenas le dio tiempo a decirlo y Yuma ya se perdía en el bosque a gran velocidad. Namid, que había permanecido junto a Sasa todo el día porque los dolores del parto habían comenzado y no quería perderse el nacimiento de su hijo, se asomó en aquel momento y vio el rostro preocupado del resto.

— ¿Qué pasa? —preguntó.

—Es Ona, no aparece —dijo kasa.

—Lo siento —dijo Namid—, pero te necesitamos Léndula, el niño ya viene.

Se montó un revuelo terrible, pero Léndula puso orden rápidamente y entre ella y Min se ocuparon de Sasa mientras Namid le sujetaba la mano. Kasa y Cala tuvieron que conformarse con esperar, esperar al bebé y también a Yuma y a Ona.




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