El ronroneo del puma

33.

 Ona apareció una mañana temprano en la habitación de Cala. Golpeó un par de veces en la puerta y entró sin esperar a que Cala la invitara a pasar. Sus dedos acariciaron la madera mientras cerraba la puerta tras de sí y después se volvió despacio ante los ojos asombrados de Cala.

 

— Yuma me ha pedido que venga a verte— los ojos de Ona miraban a Cala con suspicacia—. No sé lo que pasa, pero está empeñado en que seamos amigas.

Se dejó caer en el lecho de Cala con total confianza y antes de que ésta pudiera echarle en cara su mentira olisqueó a su alrededor con descaro y atrapó su atención. La estaba oliendo a ella.

— ¿Qué pasa? ¿Huelo mal? —preguntó Cala enfadada.

Lo de aquella chica no tenía nombre, todavía no daba crédito a lo que estaba haciendo, venía para buscar su amistad después de haber mentido y, encima, la olía con un descaro total.

—¡Oh, no! —replicó Ona avergonzada—. Es sólo que tu olor, no sé, me recuerda...—se quedó callada.

— ¿Qué? —apremió Cala.

— ¡Bah!, es una bobada —dijo Ona, e hizo amago de levantarse pero Cala, muerta de curiosidad, la retuvo sujetándola de un brazo. Al darse cuenta de su brusquedad la soltó y la miró suplicante.

— No, dime —pidió.

Ona se acercó mucho a Cala, la apartó el pelo y hundió el rostro en su cuello mientras aspiraba. Cala se sentía incómoda con aquella chica tan cerca, pero estaba totalmente intrigada con aquel comentario. El pelo de Ona le hacía cosquillas y sin quererlo Cala comenzó a reír.

— Me hueles a humana —espetó entonces Ona.

La risa de Cala se cortó repentinamente. El calambre que le recorría el estómago cuando escuchaba hablar sobre los humanos se multiplicó por mil al escuchar a Ona decir aquello. Tragó saliva con dificultad y estab a punto de hablar cuando Ona la miró a los ojos unos segundos muy seria y, luego, fue ella la que comenzó a reír.

— ¡Vamos, Cala, no pongas esa cara!

Cala se levantó del lecho y cogió un trozo de espejo que guardaba con primor.

— ¿Lo dices en serio? ¿huelo a humana? —preguntó mirándose fijamente en el espejo.

—Bueno —titubeó Ona—, sólo he olido a un humano una vez, hace tiempo...

— ¿Y? —volvió a apremiarla Cala, deseosa de que se dejara de rodeos y fuera directa al grano.

— Pues sí, es cierto que tu olor me recordó al de aquel, pero tal vez me lo imaginé, hace ya mucho tiempo de aquello.

Cala seguía observándose en el espejo y Ona entró en su campo de visión. No eran tan distintas, Ona tenía aquellos ojos rasgados enormes tan característicos, la nariz más ancha, pero en lo demás...

—No sé si puedo creerte —dijo de pronto Cala.

El rostro de Ona, que aún se reflejaba en el espejo, cambió totalmente de expresión. Sabía bien a lo que Cala se refería.

— Tuve que hacerlo, Cala, tuve que mentir —los ojos de Ona se llenaron de lágrimas.

Se acercó a la puerta de la habitación, la abrió y espió el exterior, luego se volvió hacia Cala y en un susurro dijo.

—Infringí una norma.

Cala abrió mucho los ojos sorprendida. Hacía un momento no sabía nada de aquella chica y, ahora, le estaba desvelando un secreto. Volvió a mirar fuera del cuarto.

—Tuve que decir que estaba en el arroyo porque no podía decir dónde había estado en realidad.

— ¿Dónde? —Cala estaba intrigadísima.

Entonces, Ona se puso un dedo en los labios indicándola que guardara silencio y volvió a sentarse en su lecho apresuradamente. Léndula entró en el cuarto y se quedó mirándolas un segundo sorprendida, pero se recuperó en seguida.

— Buenos días —dijo Léndula y luego se aproximó al lecho y besó a Cala— ¿Cómo te encuentras hoy?

—Estoy bien, mamá, y Ona está siendo muy amable conmigo, creo que las cosas empiezan a ir mejor —dijo Cala confundida. En su cabeza sólo daba vueltas una idea ¿Dónde había estado Ona cuando dijo que estaba en el arroyo?

—Bien, bien, me gusta ver que por fin sois amigas —Léndula le apretó las manos a Ona y la sonrió mientras ella agachaba la cabeza en un gesto tímido. Luego se levantó y salió del cuarto.

—¿Dónde? —preguntó Cala de inmediato a Ona— ¿Dónde estabas?

Ona cogió el viejo peine de Cala y se colocó a su espalda. A Cala le recordó a Sasa, pero no se parecían en nada.

—Deja que te peine— dijo.

Comenzó a hacerlo con suavidad, sus labios muy cerca de la oreja derecha de Cala.

—¿Puedo confiar en ti?

Cala asintió mansamente con la cabeza mientras sentía cómo las púas del peine rascaban su cuero cabelludo.




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