El ronroneo del puma

34.

Mientras Ona y Cala se adentraban juntas en el bosque, Yuma lanzaba su lanza sobre un jabalí y pensaba en que aquel era su día de suerte.

Cala, sin embargo, corriendo por el bosque junto a Ona, pensaba que sentirse cómplice de aquella chica era lo último que hubiera imaginado. Su cabeza daba vueltas sin cesar acerca de lo que estaba haciendo. La idea de estar traicionando a los miembros del su clan la hacía sentir terriblemente culpable, pero el sentirse ella misma traicionada por Yuma superaba aquellos sentimientos al punto de querer asegurarse de que Ona en esa ocasión no mentía.

Ona tenía que adaptar su paso al de Cala, mucho más lenta, y ésta observaba su gesto contrariado y le parecía que había cambiado. Era una muchacha extraña, de su rostro parecía haber desaparecido toda la dulzura de la mañana y, sofocada, Cala se dio cuenta que habían salido de los límites permitidos y se dirigían en dirección a la cabaña del guardabosques.

Una corazonada traspasó su estómago y la hizo recapacitar acerca de lo que estaba haciendo.

Se detuvo agotada y respiró con dificultad. Ona, que había avanzado unos metros más se detuvo también y regresó a su lado.

—¿Qué pasa? ¿Estás cansada? —preguntó burlona.

Cala la miró ahogada. Aquella tupi era peor de lo que pensaba, quería llevarla a la cabaña del guardabosques. No podía saber con qué intención pero no le gustaba nada. Todo su clan se había encargado desde que nació de advertirle lo peligroso que era acercarse a un humano.

—Sé lo que pretendes, me llevas a la cabaña del guardabosques, eso es muy peligroso.

Ona negó con la cabeza y se agachó a su lado. La chica que la peinaba por la mañana iba y venía y Cala se sentía cada vez más confundida. Ahora tenía un su rostro un gesto dulce, cándido, casi compasivo.

—No, no vamos a ninguna cabaña —dijo suavemente— Vamos a una cueva, una cueva natural formada por el derrumbamiento de un lateral de tierra. Allí hay un hueco bajo la raíz de un árbol en el que Yuma guarda objetos de los humanos ¿de verdad nunca te habló de ella? —y le pareció que al preguntárselo había un tono de superioridad en sus palabras—. Fue allí donde me llevó. "De aquí no puedes pasar" me dijo. La cabaña está como un kilómetro más allá. Supongo que a ti te puso los límites antes para que no descubrieras ese lugar —entonces metió la mano en su bolsita de piel y sacó un objeto plano y dorado—, mira, me regaló esto—se lo alargó a Cala.

Cala sujetó el objeto entre sus manos. Era precioso, levantó la tapa y quedó prendada con el espejo. Una cueva con objetos de humanos, Cala ataba cabos rápidamente. Su cochecito rojo había salido de allí, claro. ¿Pero por qué Yuma nunca le había hablado de aquel lugar? Él sabía de la enorme curiosidad que ella sentía por la raza humana. Toda su vida había hecho preguntas y había sentido la necesidad de saber sobre ellos, y Yuma le había negado todo aquello que ahora le había ofrecido a Ona. De nuevo los celos se le agarraron al estómago. Miró a Ona, su expresión satisfecha, sonriente.

—Llévame —ordenó secamente a Ona, y la tupi no esperó a que se lo repitiera.

Mientras, Yuma llegaba al clan cargando con el jabalí. Su expresión jubilosa se congeló al enterarse de que Ona y Cala se habían internado juntas en el bosque hacía horas y nadie en el clan había sabido más acerca de ellas.

 




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