El ronroneo del puma

36.

Cala deseaba que aquel abrazo no terminara nunca. Sentía, junto a su oreja, el agitado pecho de Yuma y sus brazos fuertes; tan fuertes que podrían destrozarla y, sin embargo, la abrazaban y la habían abrazado siempre, y pensaba en lo fácil que sería todo si ella hubiera sido una tupi más.

Pero no lo era. Ahora ya era seguro que no lo era. Ahora ya no había vuelta a atrás, ya no había más mentiras que él se pudiera inventar. ¿Para qué? ¿Para protegerla? ¿Por eso la había mentido durante todos aquellos años?

No quería saberlo. No quería que aquella carrera terminase nunca, que aquellos brazos no la soltasen nunca.

Pero el abrazo terminó. Lo hizo muy cerca del refugio del clan y entonces Cala se percató de lo enfadado que se veía a Yuma y se sintió aterrorizada por todo lo que la acababa de pasar.

—¡Rompiste las reglas! —gritó iracundo— ¡Pasaste los límites!

Cala rompió a llorar. La rabia volvía a inundarla por completo al pensar en el secreto que Yuma nunca le había contado. ¿Cómo se atrevía a decirle algo así después de lo que acababa de pasar?

—No es verdad, tú me engañaste, marcaste el límite antes para mí— gritó con rabia.

— ¿Qué estás diciendo? —preguntó Yuma incrédulo.

—Ona me lo contó. Yo pensé que no tenías secretos para mí —dijo Cala. Ahora estaba tan desilusionada, que la voz apenas le salió del cuerpo.

—Ona —murmuró Yuma mucho más calmado. Negó con la cabeza— menuda desilusión —miró a Cala a los ojos— .Te abandonó ¿verdad? Te llevó hasta allí y cuando apareció el humano te dejó tirada —recompuso Yuma la historia.

Cala bajó los ojos al suelo. Le temblaba la voz.

—Supongo que sintió miedo —replicó ella.

— ¡Oh, Cala! ¿Cómo puedes ser tan ingenua? —Yuma parecía de nuevo enfadado— ¿Es que no ves lo evidente? ¿Qué más necesitas para darte cuenta?

Cala negó con la cabeza. No, no quería darse cuenta, no era posible. Todavía estaba conmocionada por el encuentro con el humano y no, no quería pararse a pensar, no podía admitir lo que había sentido al ver aquel rostro. Los humanos eran seres despreciables, malvados incluso con los de su propia especie. Seres indolentes de los que había que permanecer lo más lejos posible. Cala se volvió hacia Yuma y le miró a los ojos.

Era absurdo que estuvieran hablando de aquello. De si Ona la había engañado, de si la había dejado abandonada ante el guardabosques. Había algo mucho más importante y ninguno de los dos parecía quererlo afrontar.

— Quiero que tú me lo digas, eso necesito. Necesito que tengas agallas para decirme de una vez por todas si soy hija de Léndula, de una tupi que me abandonó o de una humana —escupió con rabia.

Yuma recordó a su abuelo. Él le había dicho, una vez, que le confesara a Cala la verdad, que él la había encontrado y a él le correspondía decirle la verdad. Pero la verdad era tan dolorosa para él, que pronunciarla en voz alta le parecía casi un sacrilegio.

Mierda, Cala acababa de ver a un humano. Lo había tenido durante largos minutos frente a sus ojos, ahora sabía cómo eran...

Yuma sujetó a Cala por los hombros.

—Para mí tú eres mi hermana —dijo.

Cala le apartó de un empujón. No, ya estaba harta de aquella excusa. Aquello era una excusa para no decirle la verdad, ninguna verdad.

—No me digas eso, porque ni siquiera eso es verdad y no soporto oírlo. Si eso fuera así, Ona no me hubiera arrastrado hasta ese lugar para mostrarme la verdad.

—Ona será desterrada —dijo Yuma apretando los puños.

—No, Yuma, yo soy la desterrada. Me ha visto un humano, te ha visto a ti, ha visto a Ona...

Yuma volvió a acercarse a ella a pesar de su gesto de rechazo. Ahora rechazaba el contacto con él.

Yuma levantó las manos para darla a entender que no la tocaría, que estuviera tranquila.

—No, Cala, no tiene por qué ser así. Podemos huir, buscar otro hogar, un refugio lejos de aquí.

Cala le miró suplicante.

—No lo entiendes, Yuma, el caso no es ese, aunque sigamos juntos, siempre seré distinta. Yo ya no sé quién soy, ni qué soy, ni lo que siento —dijo mirándole.

Yuma negaba con la cabeza aún con las manos levantadas, las palmas vueltas hacia ella.

—Necesito que tú me lo digas, lo necesito.

Yuma se dio la vuelta para no mirarla a la cara.

—Eres una humana —susurró.

Cala comenzó a llorar despacio.

— ¿Cómo llegué aquí?

— Te recogí en uno de los contenedores de los humanos. Eso es cierto, lo de la tupi que te conté no. No sé quiénes son tus padres, solo te encontré a ti, enterrada entre la basura de uno de los contenedores.

Cala respiró hondo. Yuma volvió a enfrentarse a ella y vio su rostro demolido por la tristeza. Se acercó de nuevo y la abrazó. Ella se dejó querer como una niña pequeña.




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