El ronroneo del puma

39.

Kasa comenzó a explicar, con los ojos llorosos por el recuerdo de su amado padre, aquella misma historia que él le había transmitido para convencerle de que quedarse a Cala no tenía por qué suponer un peligro y que no todos los humanos eran esos seres malvados que ellos contaban a las generaciones más jóvenes para mantenerlos alejados de ellos.

Después de que Kasa les contara, a todos, la historia que el abuelo Sush le había contado a él quince años atrás, Cala decidió retirarse y dejarles que tomaran una decisión sin que ella interfiriera.

Min miró a Kasa aún asombrada con tantos descubrimientos. A su cabeza acudió la imagen de Sush el día que ella se dio cuenta de que ya no llevaba la huella de puma tallada. Sonrío mientras recordaba cómo él le había dicho que se le había desprendido del cuello mientras pescaba y la corriente la había arrastrado antes de que pudiera hacer nada. Tendría que decirle unas cuantas cosas cuando volvieran a encontrarse, pero ahora debía centrarse en solucionar todo aquello.

— ¿En qué estás pensando? —preguntó a su hijo.

Kasa suspiró y comenzó a explicar su plan. Sabía que Léndula reaccionaría como lo hizo.

— ¡No, no y no! —rugió furiosa— No voy a permitirlo, es muy peligroso.

—Es la única solución que se nos ocurre.

—No es cierto, podemos irnos.

Kasa se acercó a ella y la rodeó con sus brazos tratando de tranquilizarla.

—Léndula, seamos sinceros, no sé si algún otro clan nos acogería en estos momentos y Cala... no creo que tenga la fuerza suficiente para aguantar un invierno a la intemperie. Eso por no hablar de mi madre.

Léndula refugió su rostro entre las manos y comenzó a sollozar.

—Podemos intentarlo —continuó Kasa— si no, al menor indicio de peligro nos iremos y si Cala quiere vendrá con nosotros. Si al menos aguantáramos hasta la primavera...

Léndula le apartó de sí.

— ¿Cómo que si quiere? ¿Acaso lo dudas?

—Las cosas pueden cambiar y ella tiene derecho a elegir —dijo Kasa suavemente.

Léndula miró al resto del clan que tan sólo esperaban su decisión, luego bajó la cabeza y se miró las manos agrietadas por el frío.

—Está bien —cedió—, tampoco a mí me gusta la idea de abandonar nuestro hogar, el lugar en el que está el abuelo y nuestra otra hija —se le quebró la voz y Kasa volvió a acogerla entre sus brazos.

—Estoy seguro de que, pase lo que pase, Cala decidirá quedarse a nuestro lado —tranquilizó a su mujer.

Yuma fue el encargado de hablar con Cala.

Estaba en su lecho, con los ojos hinchados, la nariz colorada y un aspecto totalmente vulnerable. Se incorporó en la cama cuando Yuma se sentó a su lado.

—Cala, siento mucho todo lo que ha pasado, pero sobre todo siento haberte mentido durante tanto tiempo.

—No puedes imaginar lo mal que me siento —gimió Cala—, es como si nadie me quisiera, me siento despreciada por los otros clanes, por los humanos, por mi propia madre.

—Escucha, Cala —dijo Yuma levantando su rostro hacia él mientras lo sujetaba por la barbilla—, no puedo negar tus palabras, pero tampoco confirmarlas. No sé las razones que tu madre pudo tener para abandonarte y no sé lo que piensan en el resto de los clanes, pero sé que éste te quiere.

—Lo siento, Yuma, no quería ofenderte, no dudo del amor de mi familia —le cogió una mano—. No dudo del amor de ninguno de vosotros.

Yuma acarició el rostro de Cala. Se miraron unos segundos en silencio y luego Yuma volvió a hablar.

—El clan cree que tienes derecho a elegir lo que quieras hacer con tu vida. Quizá quieras volver con los humanos...

— ¡No! —se apresuró a contestar Cala.

—Buscar pareja y formar tu propia familia —susurró Yuma, y Cala se ruborizó de inmediato.

—Ya tengo una familia —susurró ella a su vez—, pero no soporto la idea de ponerla en peligro. Haré lo que penséis que es lo mejor para el clan.

—Bien, entonces Kasa y yo queremos proponerte algo. Pero si no quisieras hacerlo dilo, lo entenderemos.

 




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