El ronroneo del puma

40.

A pesar de lo tarde que era, aún había luz en las ventanas de la cabaña del guardabosques. Cala se detuvo frente a la puerta y temblorosa golpeó la madera con los nudillos. Estaba temblando. Un nudo apretaba la boca de su estómago y le costaba respirar. Parecía que sus pulmones no consiguieran llenarse completamente de aire.

Era una noche gélida, como la que Yuma la había encontrado en los contenedores de los humanos, y, ahora, era ella la que expulsaba una nube de vapor por su boca mientras apretaba las uñas contra las palmas de sus manos sin apenas darse cuenta.

Cuando el hombre abrió la puerta, Cala notó que todo su cuerpo se relajaba porque, en el fondo, era como si toda su vida hubiera estado esperando aquel momento. Tantas veces como había preguntado cómo eran los humanos, ahora tenía uno allí, frente a ella, al que podía contemplar sin esconderse.

El hombre se quedó muy quieto, mirándola, como si temiese moverse y asustarla, como pasaba con los animalillos en el bosque. Para él, ella era la imagen de un sueño y temía que se desvaneciese en cualquier momento. De esa forma, los dos pasaron un buen rato mirándose y reconociendo el uno en el otro las facciones con las que cada uno había estado soñando durante tantos años.

—Soy aquel bebé —dijo Cala finalmente— ¿estás solo?

El hombre asintió con un movimiento de cabeza aún sin mover el resto del cuerpo y sin abrir la boca.

—Me gustaría hablar contigo.

El hombre se hizo a un lado para dejar pasar a Cala y cerró la puerta cuando ésta entró en la cabaña. Cala se sentía extrañamente bien. Estaba sorprendida de sí misma, ella esperaba estar muerta de mied y, sin embargo, se movía con naturalidad y holgura por aquella casa, observando todo con avidez. Vio los retratos del hombre colgados de la pared, como aquel que se habían pasado de mano en mano en la reunión y se acercó para mirarlos mejor. El hombre se acercó a ella con una carpeta en la mano, la abrió y le tendió más folios dibujados. Ella los fue pasando uno a uno.

Luego se quedaron uno frente al otro y volvieron a mirarse. Cala, incapaz de aguantar más alargó una mano y se detuvo a medio camino.

—¿Puedo...? ¿Puedo tocarte?

Él asintió y ella acarició con suavidad aquellas facciones tan parecidas a las suyas. Al principio su mano temblaba, luego se fue relajando. Mientras, Manuel se dejaba hacer, muy quieto. Finalmente, sonrió y ella le imitó.

—¿Se lo has contado a alguien? —preguntó Cala como si compartieran un secreto entre ellos.

—No —negó el hombre—. No hablo demasiado.

Cala sintió un alivio inmediato porque, a pesar de que el hombre podía estar mintiéndola, ella quiso confiar en él. Su rostro le agradaba, su pelo con cabellos blancos. Su piel como desgastada, las arrugas a los lados de los ojos, aunque no parecía tan mayor. Parecía cansado, pensó.

—Me llamo Cala —dijo entonces.

—Yo me llamo Manuel —. Y él estaba pensando en lo hermoso que era el nombre que le habían puesto. Cala. Ella era una hermosa joven de unos dieciséis años y él un hombre maduro de pelo entrecano que se había pasado los últimos quince años buscándola.

—Mi familia y yo estamos muy preocupados —. comenzó Cala.

— ¿Tu familia? —. El hombre enarcó las cejas.

—Sí, mi familia, la única que tengo, puesto que la humana me abandonó —Manuel pudo percibir el resentimiento que trataba de esconder.

Inmediatamente se dio cuenta de lo insensible que había sido con ella.

—Lo siento— murmuró.

Cala respiró profundamente y se tomó un tiempo antes de seguir hablando. Estaba frente a un humano, ella era una humana. A pesar de ser algo que había sospechado durante toda su vida, le costaba demasiado adaptarse a aquella situación, verle como un igual.

—Quiero suplicarle que se olvide de nosotros —pidió Cala—, que no nos busque, que no hable a nadie de nosotros, que haga como que nunca nos vio, no existimos, ni para usted ni para ningún otro humano, de lo contrario tendremos que abandonar nuestro hogar y a usted tan solo le tomarán por loco —los ojos de Cala se inundaron de lágrimas—. Le oleremos, a usted o a cualquier otro humano, podemos hacerlo —mintió incluyéndose a sí misma—, así nos hemos mantenido vivos durante generaciones.

El hombre se aseguró de que había terminado de hablar y entonces lo hizo él. Le afectaba ver cómo la chica, a pesar de saberse humana hablaba de sí misma como si fuera uno de aquellos seres.

—Cala, yo no quiero haceros daño, ni quiero hacer nada que destruya vuestro hogar —aseguró—, pero entiendo que sientas ese temor. Yo mismo he sentido en mis propias carnes lo cruel que puede llegar a ser el hombre —miró a su alrededor extendiendo los brazos— ¿Qué crees que hago aquí? Lo mismo que hacéis tú y tu familia. Huyo de los hombres —. Sus músculos se tensaron durante un momento y luego la miró y volvió a relajarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.