El ronroneo del puma

41.

Manuel no podía creer que tuviese a aquellos seres frente a él. Al fin, después de tantos años, podía observarlos a su antojo. Sus dibujos eran bastante acertados y las facciones ya le resultaban casi hasta familiares.

 

— Entrad — dijo. Se le veía asombrosamente tranquilo.

 

—No vamos a hacerte daño —quiso aclarar Kasa, de todas formas.

 

—Lo sé —dijo el hombre.

 

Sin embargo, Yuma le miraba de forma amenazante. Manuel reconoció en él al muchacho que le había atacado junto al árbol desarraigado. Yuma habló al oído de su padre y Kasa dirigió su mirada al pecho del hombre. Manuel recordó el amuleto que Román le había dejado en herencia y lo cogió entre sus manos.

 

—Es el amuleto de mi padre —susurró Kasa emocionado, y alargó la mano hacia Manuel. Éste se sacó el amuleto por la cabeza y se lo entregó a Kasa que lo miró detenidamente y después lo besó.

 

—Me lo regaló el antiguo guardabosques —explicó Manuel—. Él me habló de vosotros y me contó una historia sobre tu padre.

 

Kasa apretaba el amuleto en sus manos y lo abrazó contra su pecho. Él también conocía aquella historia.

 

—Yo no le creía ¿sabéis? —se rio Manuel— Hasta el día que vi a uno de los vuestros llevando en brazos a un bebé —entonces se dirigió a Yuma—. Eras tú ¿verdad?

 

Yuma asintió sin hablar. Se preguntó si no habría sido muy diferente si aquel humano no les hubiese visto aquel día. Luego trató de pensar en que había sido Ona quien les había traicionado, pero la desconfianza y el resentimiento hacia el humano no cedían. Se colocó junto a Cala como si tuviera que protegerla y se dirigió al hombre en un tono seco.

 

—¿Te ha explicado Cala la situación? —preguntó.

 

—Sí, y no tenéis por qué preocuparos.

 

Kasa se dirigió hacia él con el amuleto aún entre sus manos.

 

—Que el otro humano te entregara el amuleto de mi padre es suficiente prueba para mí de que eres un buen humano, como él lo fue con mi familia dejándonos vivir en este bosque sin perturbar nuestra paz.

 

—Así, es, no tengo ninguna intención de delataros. Para mí será como si no existierais, vosotros no, vosotros no existís, pero ella sí — dijo apuntando a Cala con el dedo índice.

 

Cala sintió que el mundo se desvanecía bajo sus pies. ¿A qué venía aquello? Había sido tan comprensivo con ella, le había hecho creer que estaba de su parte, que la entendía y, ahora, de repente... Su mundo, su familia, su hogar, todo lo que conocía de pronto peligraba.

 

—Pero tú me prometiste... — comenzó Cala. El hombre la hizo callar con un gesto.

 

—No, yo no he prometido nada. Vosotros habéis venido aquí y habéis puesto vuestras condiciones, bien, ahora yo quiero poner las mías. Me parece lo justo.

 

— ¿Qué condiciones? —preguntó Kasa, y sujetó a Yuma que avanzaba hacia el hombre con gesto amenazador. A fin de cuentas el hombre tenía razón, habían irrumpido en su casa casi amenazando para tratar de imponer sus deseos sin tener en cuenta los sentimientos del humano para nada.

 

—Tranquilo, muchacho —sonrió el hombre dirigiéndose a Yuma— . Solo quiero que ella venga a verme.

 

—¡No! —gritó Yuma— ¿Cómo sabemos que no es una trampa? Quiere cazarla —gritó Yuma hablando a su padre—, o cazarnos a nosotros porque sabe que no la dejaremos a solas con él.

 

—Yuma...—trató de tranquilizarlo Kasa.

 

—Avisará a otros humanos para que vengan cuando sepa que estaremos por aquí porque Cala haya venido a verlo.

 

—No —dijo el hombre—, no hay nada que pueda hacer para demostraros que no miento. Pero es así, no quiero engañaros. Sólo quiero verla de vez en cuando, saber que está bien...

 

— ¿Qué quieres decir con eso?— exclamó Yuma dispuesto a saltar sobre él. Aquel hombre estaba insinuando que después de todo lo que habían pasado ellos iban a hacerle daño a Cala.

 

De nuevo, Kasa, tuvo que retener a su hijo. Manuel no se dejaba impresionar por la violencia en el tono y los gestos del tupi.

 

—No creas que no te entiendo —dijo el hombre desolado—, una vez estuve a punto de tener una hija y los hombres me robaron lo que más quería —miró a Cala—. Ella podría ser mi hija.

 

Kasa asintió comprendiendo la aflicción de aquel hombre y Léndula acudió inmediatamente a su cabeza. Ella había deseado quedarse con Cala por la misma razón que aquel hombre, ahora, se conformaba simplemente con verla de vez en cuando y soñar que ella podía ser la hija que no había llegado a conocer. Se volvió hacia Cala.




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