El ronroneo del puma

42.

Cuando salieron de la cabaña eran cerca de las dos de la mañana. Helaba. El frío era intenso y las estrellas brillaban con rabia.

 

Kasa, que sabía que el resto de la familia — y Léndula en particular — estaría muerta de la preocupación se adelantó a ellos para contarles al resto del clan la noticia: se quedaban. Decidían confiar en el hombre, aunque siempre estarían alerta, aquel sería siempre su modo de vida. Tampoco iba a ser tan distinto a lo que estaban acostumbrados, pensaba Kasa. Extremar un poco más la atención, al menos durante un tiempo por si acaso.

 

Al salir ellos, Yuma se detuvo en la puerta de la cabaña y dejó que Cala se adelantara unos pasos antes de volverse hacia el hombre.

 

—Podría matarte en un segundo —le dijo—, te puedo retorcer el cuello como a un simple pato —continuó.

 

—Lo sé —contestó el hombre, impasible.

 

Yuma hizo el gesto de retorcerle el cuello a ese pato imaginario.

 

—Ándate con cuidado. Yo vendré con Cala y ante la mínima duda me lanzaré sobre ti —amenazó.

 

—No esperaba otra cosa y me alegra saber cuánto la quieres, en eso os parecéis a los humanos cuando amamos.

 

Yuma levantó el puño como si le hubiese insultado y Cala le puso una mano en la muñeca para detenerlo. El hombre no se inmutó. En aquello radicaba el amor, pensó Manuel. Aquel ser también podría matar a Cala de un soplido y, sin embargo, ella era capaz de derrotarlo con solo tocarle. En aquello radicaba el amor. Sonrió.

 

—Pero no te equivoques, no lo eres —terminó de decir Manuel, mirando hacia Cala.

 

Ella sintió la vergüenza que la recorría el cuerpo y subía rápida en forma de rubor a sus mejillas. Igual que siempre había sabido en su interior que ella era humana, también sabía a lo que el hombre se refería cuando le decía a Yuma que él no era humano.

 

 

Tiró de Yuma y, juntos, se adentraron en el bosque.

 

—No tengo nada claro esto —dijo él soltándose de Cala. Era como si estuviera enfadado con ella, con todos, con el mundo.

 

— ¿El qué? ¿Que vea a alguien de mi propia especie?

 

—Bueno, no sé, tal vez ahora que lo sabes, ahora que has hablado con uno de ellos, ya no tengas tan decidido el quedarte.

 

Cala le miró con furia.

 

—Tengo claro quién es mi familia —respondió y remarcó adrede la palabra familia.

 

—Sí, supongo que el humano te ha ayudado en eso —ironizó Yuma.

 

¿Aquello eran celos? ¿Aquello que él sentía era lo mismo que ella sentía cuando le veía con Ona?

 

La tensión que sentía era tal, que Cala pensó que se ahogaba. Apenas entraba aire en sus pulmones y se dejó caer en el suelo con gesto agotado.

 

—No puedo más Yuma, no puedo.

 

Se dio cuenta de que estaban junto al árbol desarraigado donde había comenzado toda aquella historia, donde hacía nada había sentido que todo el mundo que conocía hasta ese momento se desvanecía para siempre. No pudo evitar pensar que aquello sólo podía ser una señal del destino.

 

Yuma se sentó a su lado, apoyó los antebrazos en sus rodillas y habló de forma dolorosa.

 

—Yo... ¿cómo iba a saberlo, Cala? Ni siquiera podía pensarlo, no quería, en realidad debería verte como a mi hermana pero yo sabía que no era así.

 

—Ya, pues imagina como me sentía yo —Cala le miró y Yuma vio la rabia y el fuego que iluminaban sus ojos.

 

—No podía estar seguro. Me parecía imposible, me sentía mal por lo que siento hacia ti.

 

—Al menos tú sabías que no lo eras, que no eras mi hermano. En mí se mezclaban tantos sentimientos: no sabía por qué era distinta, ni por qué sentía algo así cuando estaba tan mal...

 

Sin aguantar más, Yuma se acercó a ella, la arrastró contra él y la besó en los labios.

 

Cala los sintió arder y el deseo creció en su interior hasta abarcarlo todo. Le sujetó del cuello y le buscó con avidez. Se besaron con rapidez, con prisa y Cala terminó apartándole de sí.

 

—No, Yuma, no puede ser— jadeó rodeada de calor.

 

—¿Por qué? —exclamó el tupi. No podía entenderla. Después de tanto tiempo, después de haber aguantado tantos y tantos problemas, ¿qué la detenía ahora?

 

Volvió a buscar su boca, loco de deseo, pero ella se puso en pie apartándolo.

 

—Es porque no soy humano ¿verdad? —preguntó.




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