El guardia Iván se mantuvo firme junto a la puerta de Alba mientras marcaba el número de Héctor. Cuando su jefe atendió, explicó la situación con la precisión de un soldado reportando a su superior.
—Señor Héctor, la señorita Alba se siente mal. Ha pedido ser atendida por la doctora Sari.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Héctor respondió.
—Está bien. Llévenla. Pero no la dejen escapar a ningun lado..
—Entendido, señor.
Iván colgó y pidiendo permiso entró a la habitación de Alba. La chica lo observó con una mezcla de dolor físico, aburrimiento y sarcasmo.
—¿Y? ¿Me van a escoltar como si fuera una criminal? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Nos aseguraremos de que esté segura, señorita —respondió Iván.
Minutos después, Alba estaba en el asiento trasero del auto.
Iván estaba al frente, junto al conductor. Alba miraba por la ventana mientras el auto avanzaba por la ciudad, pero pronto no pudo resistirse a provocar.
—Esto es ridículo. ¿De verdad necesitan tantos hombres para acompañarme a una simple consulta? —Se recostó en el asiento, fingiendo que está dolorida—. Me siento como una delincuente escoltada a prisión.
Ninguno de los guardias respondió, pero Alba notó cómo Iván se puso tenso. Satisfecha con su pequeña victoria, decidió no insistir más. Sabía que tenía que conservar la apariencia de fragilidad.
La clínica de la doctora Sari era discreta y elegante, un lugar que Alba siempre había considerado como un refugio neutral. Cuando entró al consultorio, los guardias se quedaron afuera.
—Alba, ¿qué te trae por aquí? —preguntó la doctora Sari, una mujer de unos cincuenta años con una mirada cálida pero inquisitiva.
—Me siento mal —respondió Alba, señalando la pansa.
Sari la revisó con paciencia, pero pronto se dio cuenta de que no había nada grave.
—No veo nada preocupante, Alba. ¿Es solo esto o hay algo más que te preocupa?
Alba bajó la voz y se inclinó hacia la doctora.
—Doctora, necesito que me ayude. Quiero proponerle un trato.
Sari entrecerró los ojos, interesada pero cautelosa.
—Te escucho.
Alba se aseguró de que nadie pudiera oírlas antes de continuar.
A la chica le llevó unos diez minutos de contrale a la doctora su plan.
—Usted tiene que hacer su parte. Yo me encargaré del resto. —dijo finalmente.
Sari la miró con ojos de miedo extremo.
—¿Pero tu entiendes lo que estas tramando?
—Perfectamente. Pero es la única salida que veo. Es complicado de realizar, pero la recompensa que Usted va a recibir estará acorde al riesgo.
—¿Y cuánto seria esto?
Alba sonrió con astucia.
—Usted sabe lo generoso que puede ser mi padre con quienes “cuidan” de mí. Con solo fingir una operación complicada de abdomen para salvar la vida de su hija… ¿Cien mil dólares le alcanza?
—Doscientos—respondió la mujer.
—Acepto.
La doctora suspiró.
—Te pregunto una vez más… ¿Estas segura de lo que quieres hacer? Si algo sale mal, mi cabeza va a rodar por el asfalto…
—Lo tengo todo calculado —respondió Alba, levantándose con una sonrisa triunfal. —le estiró la mano a la doctora. —¿Trato hecho?
La doctora se levantó y le estrechó la mano.
Al salir del consultorio, Alba encontró a los guardias esperándola. Sin decir una palabra, la escoltaron de vuelta al auto. Durante el trayecto de regreso, Alba no podía ocultar su sonrisa. Miraba por la ventana, aparentemente disfrutando del paisaje nocturno, pero en su mente celebraba el inicio de su plan.
***
Héctor salía de una larga reunión en su oficina cuando su celular comenzó a sonar. Al ver el nombre de la doctora Sari en la pantalla contestó de inmediato.
—Doctora, ¿qué sucede?
—Señor Héctor, acabo de atender a su hija. Su estado de salud es más delicado de lo que pensábamos. Creo que es necesario realizarle estudios médicos más profundos. Es probable que incluso necesite una intervención quirúrgica.
Héctor permaneció en silencio por unos segundos, asimilando la información. Finalmente, respondió con un tono cargado de irritación.
—Esto es lo que pasa por la vida que lleva. Es su castigo por esas noches de fiesta y descontrol.
—Señor Héctor, lo importante ahora es atenderla. Necesitamos actuar con rapidez.
Héctor suspiró con frustración.
—Está bien, doctora. Haga lo que tenga que hacer. Pero quiero informes constantes de su estado.
—Por supuesto. Me encargaré personalmente.
Héctor colgó la llamada y miró por la ventana de su despacho, furioso. Alba siempre había sido un problema, pero esta vez, parece que viene algo muy grave.