Los días transcurrían lentamente para Alba. Encerrada en su habitación, sentía que las paredes se burlaban de su impaciencia. Aunque había logrado convencer a la doctora Sari de colaborar en su plan, la espera la frustraba. Cada día sin noticias era una mezcla de ansiedad y enojo.
—¿Qué tanto tarda en resolver todo? —murmuraba para sí misma mientras miraba por la ventana, viendo los jardines de la mansión que ya no le interesaban.
El aburrimiento la llevaba a buscar distracciones, pero ninguna lograba calmar su mente. Alba sabía que cada detalle del plan debía ejecutarse con precisión, pero eso no aliviaba la sensación de estar atrapada en un limbo.
Una tarde, mientras Alba repasaba su plan, escuchó que alguien tocaba la puerta. Antes de que pudiera responder, Héctor entró. Su presencia llenaba la habitación con una autoridad silenciosa que siempre le resultaba sofocante.
—Alba, la doctora Sari llamó. Me dijo que ya está todo preparado para internarte en la clínica.
Por un momento, Alba abrió los ojos con un fingido temor. Bajó la mirada y abrazó su propio cuerpo como si estuviera procesando la gravedad de la situación.
—¿Tan grave es? —preguntó con voz baja, casi temblorosa.
Héctor se acercó y le puso la mano en el hombro.
—No te preocupes. Esperemos que es complicado. Y además la doctora sabe lo que hace.
“Eso espero”. —pensó la chica.
Por dentro, Alba sonrió, satisfecha de que su actuación había funcionado. Pero se aseguró de mantener su expresión de preocupación frente a él.
***
La mansión estaba en movimiento. Una sirvienta, María, terminó de empacar las pertenencias esenciales de Alba en una valija pequeña. Alba observaba desde un rincón, ocasionalmente lanzando comentarios sarcásticos.
—Cuidado con mis cosas. Si rompes algo, te lo descuento del sueldo —dijo con frialdad.
La mujer agachó la cabeza y siguió trabajando en silencio. Alba disfrutaba de su autoridad en pequeñas dosis, pero en el fondo, sabía que pronto dejaría atrás todo esto.
Héctor, mientras tanto, la observaba desde el umbral de la puerta. Había algo en su mirada que Alba no podía descifrar. Cuando la valija estuvo lista y Alba bajó al vestíbulo, él la esperó junto a la puerta principal.
***
Cuando llegó el momento de salir, Héctor se acercó y, para sorpresa de Alba, la abrazó. Era un gesto inesperado para un hombre que rara vez demostraba afecto.
—Todo va a salir bien, Alba. Quiero que sepas que te quiero. Si alguna vez fui demasiado estricto contigo, fue porque quería protegerte. La vida es dura, y yo solo quería prepararte para enfrentarte a ella.
Alba, desconcertada, sintió un nudo en la garganta. Sus emociones la tomaron por sorpresa. Se encontró devolviéndole el abrazo, algo que no había hecho en años.
—Gracias, papá —murmuró, con los ojos llenos de lágrimas.
Por un instante, pensó en las palabras de Héctor. Aunque estaba resentida con él, no podía negar que había un atisbo de sinceridad en su tono. Pero no podía permitirse flaquear. Su plan estaba en marcha, y no había vuelta atrás.
***
Los guardias abrieron la puerta del auto mientras Héctor la observaba desde el portal. Alba se subió al vehículo, escoltada por los hombres que la habían vigilado desde su encierro. Cuando el auto arrancó y la mansión quedó atrás, Alba cerró los ojos por un momento, tomando aire profundamente.
Al abrirlos de nuevo, su rostro había cambiado. La mirada sensible y vulnerable que había mostrado momentos antes desapareció, fue reemplazada por una expresión fría, calculadora. Ahora no era la joven hija de Héctor, sino una mujer decidida a tomar el control de su vida, sin importar las consecuencias.
Mientras el auto avanzaba por las calles hacia la clínica, Alba miró por la ventana. El paisaje se desdibujaba, pero su mente estaba más clara que nunca. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba tomando las riendas de su destino.
—Es hora de jugar mi carta —pensó para sí misma, con una leve sonrisa que revelaba la determinación que la guiaba.