El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 6: Caminos Opuestos

Héctor se quedó en el umbral de la mansión, viendo cómo el auto desaparecía en la distancia. Algo no le quedaba claro. Fue muy de repente la enfermedad de Alba y esto le podría perjudicar sus planes.

Cuando el auto giró en la esquina y se desvaneció de su vista, Héctor suspiró. Apenas entró a la casa se metió la mano en el bolsillo y sacó el celular, marcando rápidamente un número conocido.

—Buenas tardes, señor Lefevre —dijo con voz firme.

El empresario del otro lado de la línea respondió con tono más que amigable.

—Héctor, ¿cómo estás? Estábamos esperándote para confirmar si Alba asistirá al evento esta noche. Mi hijo Garry está ansioso por conocerla.

Héctor forzó una sonrisa, aunque nadie pudiera verla.

—Lamento mucho informarte que Alba no podrá asistir. Ha surgido un asunto familiar urgente. Su abuela materna está delicada, y hemos decidido enviar a Alba para estar con ella. Aprovecharemos para asegurar la herencia, ya sabes, pensando en el futuro de la familia que formará con su esposo.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, seguido de una risa amistosa.

—¡Entiendo perfectamente! Esas cosas son prioritarias. Además, Garry tendrá tiempo para conocerla después. Por lo que he escuchado, Alba es una chica hermosa y con carácter. Estoy seguro de que harán una buena pareja.

Héctor agradeció y colgó. Cuanto terminó la llamada, su expresión cambió a una mezcla de irritación y preocupación. Caminó de un lado a otro en el vestíbulo, considerando las implicaciones de lo que acababa de decir.

—Voy a tener que comprar un chalet o algunas acciones... para que parezca una herencia. Maldita sea. —Se llevó las manos a la cabeza, frustrado por la situación. Su mente no dejaba de darle vueltas a la mentira que acababa de inventar, y a cómo tendría que respaldarla con algo tangible.

Al mirar la puerta cerrada, Héctor murmuró:
—¿Por qué justo ahora tenías que enfermarte, Alba?

***

En el auto, Alba miraba por la ventana. La ciudad pasaba frente a sus ojos como un caleidoscopio de luces y sombras. Aunque su expresión permanecía neutral, su mente estaba en movimiento constante.

La confianza en su plan era lo único que la mantenía tranquila. Cada detalle debía ejecutarse perfectamente. Sabía que cualquier error podría significar el fin de su libertad en las manos de algún hijo tarado de algún millonario.

El auto avanzaba con firmeza, escoltado por otros dos vehículos más pequeños que llevaban a más guardias. Alba no pudo evitar soltar un leve suspiro irónico.

—¿Todo este despliegue por mí? Me siento como una prisionera de lujo —dijo en voz alta, dirigiéndose a los guardias en el asiento delantero.

El conductor y su acompañante se miraron brevemente, pero no respondieron. Estaban acostumbrados a los comentarios mordaces de Alba.

—No se preocupen, no pienso saltar del auto en movimiento. Por ahora. —Añadió con una sonrisa burlona, antes de volver a enfocar su mirada en la ciudad nocturna.

Después de un trayecto que pareció eterno, el auto se detuvo frente a la clínica de la doctora Sari. Era un edificio discreto pero elegante, rodeado de jardines bien cuidados y con grandes ventanales que dejaban entrever un interior pulcro y moderno.

Los guardias bajaron primero, revisando el entorno como si esperaran una emboscada. Cuando estuvieron seguros, abrieron la puerta trasera del auto para que Alba pudiera salir.

—Se toman su trabajo demasiado en serio —comentó ella, ajustándose la chaqueta mientras bajaba del vehículo.

Al entrar al edificio, fue recibida por una enfermera que le dedicó una sonrisa profesional.

—Señorita Alba, la doctora Sari la está esperando. Por favor, acompáñeme.

Alba asintió y, con un breve vistazo a los guardias que la seguían de cerca, decidió que era el momento de mantener las apariencias. Caminó con calma hacia el consultorio, pero en su interior, la adrenalina comenzaba a correr. Sabía que cada paso la acercaba más a la libertad que tanto ansiaba.

Detrás de ella, los guardias esperaron en la sala de recepción, atentos a cualquier movimiento sospechoso.

Alba cruzó la puerta del consultorio y la cerró detrás de sí. Al verla, la doctora Sari se levantó de su silla con una mezcla de profesionalismo, complicidad y mucho miedo.

—Alba, bienvenida. Estamos listos.

La joven sonrió, con esa mirada que ahora la caracterizaba: decidida, astuta y completamente enfocada en lo que debía hacer.

—Yo también estoy más que lista. Vamos…




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