El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 8: La Prueba de Fuego

Alba estaba reclinada sobre la cama, mirando fijamente el techo, cuando la puerta se abrió con suavidad. La doctora Sari entró con paso rápido y una expresión tensa. Saludó con una sonrisa forzada, pero Alba no respondió. La chica la observó con desdén, como si la presencia de la doctora no fuera más que una distracción.

—¿Tiene noticias para mí? —preguntó la chica.

—Alba, está todo listo —dijo la doctora con una voz que intentaba sonar tranquila, pero la tensión era evidente.

Alba se giró lentamente, sin levantarse de la cama.

—Espero que es algo que encaje perfectamente en nuestro plan —dijo sin rodeos, mirando a la doctora con una expresión desafiante.

La doctora Sari suspiró, como si se estuviera preparando para algo desagradable, pero finalmente habló.

—Te pido que me acompañes. Lo verás por ti misma.

Alba se levantó con una rapidez que sorprendió a la doctora, como si estuviera esperando que la situación se pusiera más interesante. La acompañó por los pasillos vacíos de la clínica con el sonido de los pasos resonando en las paredes blancas y pulcras. Al final del pasillo, la doctora abrió una puerta discreta, diferente de las demás.

Al entrar, Alba notó al instante dos cosas: primero, que la habitación no era ni de lejos tan lujosa como la suya. Las paredes eran simples, de un blanco mate que hacía el espacio aún más frío y vacío. Y segundo, que había una chica sentada sobre la cama, vestida con la típica ropa de paciente de clínica, que parecía profundamente preocupada. La joven alzó la vista al escuchar la puerta, y un leve temblor pasó por su cuerpo, como si la presencia de Alba la intimidara.

Alba se quedó parada en el umbral de la puerta, observando a la chica con una mirada crítica. La examiné de pies a cabeza, como si estuviera evaluando si valía la pena siquiera dedicarle un segundo de su atención. El desdén en su rostro era palpable, como si la chica no fuera más que una pieza en una obra que no entendía.

Finalmente, Alba se giró hacia la doctora Sari con una sonrisa cínica.

—¿Está Usted segura que esta chica es la mejor opción para lo que tenemos que hacer? —preguntó con la burla en su tono.

La doctora Sari intentó mantener la calma, pero su nerviosismo crecía.

—Es la mejor opción que pude encontrar, Alba. Necesitas alguien que sepa cómo manejar la situación. Esta chica ha demostrado ser capaz. —La doctora miró a la chica, quien se había encogido aún más bajo la mirada de Alba, sin atreverse a hablar.

Alba no respondió. Dio unos pasos a la chica, quien parecía cada vez más pequeña bajo su observación. Alba se detuvo justo frente a ella, casi pegada a la cama, mirando hacia abajo con una leve sonrisa.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Alba, manteniendo un tono frío y cortante.

La chica levantó la vista lentamente, claramente incómoda. Su voz temblaba cuando respondió.

—Rina… —susurró la joven, como si la mera mención de su nombre fuera suficiente para que Alba la desechara aún más.

—Levántate—le ordenó a Rina.

Cuando la chica se levantó Alba se acercó aún más, casi invadiendo su espacio personal. Levantó la mano, midiendo la altura de Rina con la palma de su mano, como si comparara su tamaño con el de ella misma. No dijo nada, pero su mirada de desaprobación lo dijo todo. Cuando terminó, soltó un suspiro casi inaudible.

—¿De verdad crees que podrás con esto? —preguntó, su voz cargada de desdén, como si no creyera en la capacidad de Rina para lo que se esperaba de ella.

Rina permaneció en silencio. En su mirada había una mezcla de nerviosismo y ansiedad, sin saber si debía contestar o permanecer callada. Alba se dio cuenta de que la chica no iba a hablar más, así que, finalmente, se apartó, tomando distancia.

—Bueno, doctora Sari —dijo con un tono indiferente—, espero que no me decepcionen. —ni Usted ni ella.

La doctora Sari la observó, aún sin saber cómo responder, pero sabía que ya no había marcha atrás. Era la única opción que tenían. Mientras Alba se giraba hacia la puerta, la doctora suspiró.

—Yo creo que todo saldrá bien, Alba… Tu sabes que nosotros somos profesionales acá en la clínica… —Pero la duda en su voz delataba su propio temor.

Alba se alejó de Rina y miró a la doctora Sari.

—Está bien —dijo con una calma autoritaria—. ¿Cuándo podemos empezar?

La doctora Sari, aún nerviosa por la actitud de Alba, intentó mantener su compostura.

—Bueno, necesitamos hacer algunos estudios preliminares, eso tomará un par de días. Los resultados son fundamentales para que podamos planificar el siguiente paso.

Alba frunció el ceño, claramente impaciente.

—No, no tengo tiempo para esperar. Vamos a empezar mañana mismo.

La doctora la miró, sorprendida pero no dijo nada. Era una mujer acostumbrada a tratar con personas difíciles, aunque Alba era un caso particularmente complicado.

—Entendido —respondió, sin poder ocultar su nerviosismo.

Alba no perdió más tiempo en discutir. Sin darle una segunda mirada a Rina, se dio la vuelta y salió por la puerta.

La doctora, al no tener otra opción, la siguió rápidamente.

Rina se quedó sola en la habitación, con la puerta cerrándose bruscamente detrás de ellas.

Cuando la puerta se cerró por completo, Rina se quedó quieta, mirando al vacío. Un sentimiento de soledad se apoderó de ella. No era solo la tristeza de estar atrapada en ese lugar desconocido; era el hecho de que sentía que no tenía control sobre su vida. Sus pensamientos la atormentaban. ¿Podrá cumplir con lo que Alba quería de ella? Sabía que no estaba aquí por casualidad y no fue elegida al azar, pero el futuro seguía siendo un misterio.

Rina se acercó a la ventana y miró las rejas que cubrían los cristales. Era una cárcel, en todos los sentidos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero rápidamente las apartó. No podía permitirse llorar. Necesitaba calmarse. Pensó en la recompensa.




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