Rina cerró los ojos y dejó que los recuerdos vinieran como una marea que la arrastraba hacia el pasado. En ese momento, el presente se desvaneció y se encontró de nuevo en las calles familiares de su ciudad, una semana antes de llegar a este lugar oscuro, frío y ajeno.
Era una tarde calurosa cuando todo cambió. Ella caminaba hacia la panadería donde trabajaba, acostumbrada al bullicio del barrio, al olor de pan recién horneado y al calor abrasador de la cocina. Pero justo cuando estaba a punto de entrar, un hombre apareció frente a ella.
Él la miró con una expresión de sorpresa, como si se hubiera encontrado con algo inesperado. Sus ojos recorrían su figura de pies a cabeza, y en su mirada había una mezcla de admiración y algo más difícil de identificar.
—No puedo evitar notarlo —dijo el hombre, con un tono suave y persuasivo—. Estás… muy bien. Muy diferente a las chicas que suelo ver por aquí.
Rina levantó una ceja, desconcertada. No estaba acostumbrada a este tipo de cumplidos. La mayoría de las veces, la ignoraban o la trataban con indiferencia.
—Soy de una agencia de empleos —continuó el hombre, con una sonrisa de confianza. Sacó una tarjeta y se la entregó—. Estoy buscando personas con cierto… potencial. Si te interesa, me gustaría hablar más sobre una oportunidad para ti. Y no es lo que podrías llegar a pensar.
Rina miró la tarjeta, luego al hombre, y a sus ojos. Algo en su interior le decía que debía desconfiar, pero la idea de salir de la panadería y dejar atrás la rutina de trabajo mal remunerado, los maltratos de sus compañeras y la jefa, la tentó.
—Pero tengo que saber de qué se trata el trabajo. —dijo al hombre.
El hombre la miró pensativo tratando de elegir las palabras correctas.
—Es un servicio de acompañamiento a una chica de tu edad. Ella tiene mucha plata, pero le faltan amigos. Verdaderos amigos y amigas. Tu podrías ser una de ellas. Ven a verme mañana en la oficina. —El hombre le dio un leve toque en el brazo y se alejó con paso firme, como si supiera que la decisión ya estaba tomada.
Al día siguiente, Rina se encontró frente a la puerta de una oficina moderna y fría. La recepción era minimalista, sin adornos, con un aire de profesionalismo que la hizo sentir aún más fuera de lugar. El hombre la esperaba dentro con una sonrisa calculada.
—Me alegra que hayas venido —dijo mientras la hacía pasar—. Siéntate, por favor.
Rina se sentó en una silla frente al escritorio. El ambiente era lujoso, pero algo en el aire le parecía extraño.
—El trabajo que te ofrezco es muy específico. La remuneración es excelente, el ambiente es ideal. Solo hay un pequeño detalle: necesitas tomar un curso de actuación teatral. Es un curso intensivo, rápido, pero es necesario para que puedas desempeñar el trabajo adecuadamente.
Rina frunció el ceño, confundida.
—¿Actuación teatral? —repitió, sin poder ocultar la incredulidad en su voz—. ¿Qué tipo de trabajo es ese? Usted me dijo que es acompañamiento de una chica. Por lo que entendí, discapacitada.
El hombre la miró directamente.
—No es exactamente el acompañamiento. Es algo mucho más exclusivo. Por eso necesitas un entrenamiento muy especializado. Vas a tener que actuar, interpretar roles específicos. Puede sonar extraño, pero es un trabajo muy bien remunerado.
Rina se levantó de la silla de inmediato, sacudiendo la cabeza.
—No entiendo nada. Usted no me dice nada claro. Puede ser un trabajo bien remunerado, pero creo que no es para mí —dijo, con firmeza.
El hombre intentó calmarla, pero Rina ya había tomado su decisión. Se despidió sin más, sin dar espacio a más palabras.
El día siguiente comenzó como cualquier otro. Rina volvió a la panadería, pero algo en su interior había cambiado. El calor de la cocina ya no la aguijoneaba de la misma manera. La mirada de sus compañeras y la constante crítica de la jefa se volvieron insoportables. Todo le parecía una rutina agotadora que no la llevaba a ninguna parte.
A mitad de la jornada el sudor le empapaba la camiseta y el agotamiento era insoportable.
“¿Que tan terrible puede ser el trabajo que me ofrece este hombre? No creo que peor que acá” —pensó.
Sacó el delantal, se acercó a la jefa y le tiró el pedazo de tela sucia en la cara.
Salió a la calle con el corazón acelerado, las manos temblorosas, y no pensó dos veces en marcar el número del hombre.
—¿Hola? —contestó él, con voz sorprendida.
—Soy Rina —dijo, con firmeza—. Quiero este trabajo.
El hombre sonrió del otro lado de la línea, como si todo hubiera estado calculado.
Rina abrió los ojos nuevamente, volviendo al presente. La habitación fría de la clínica y la falta de control sobre su vida la abrumaron. Pensó en ese momento, ese giro en su vida. Si hubiera sabido lo que implicaría aquel trabajo, tal vez no lo habría aceptado. Pero ya no había vuelta atrás. El camino había comenzado, y ahora, atrapada entre las sombras de las decisiones que había tomado, solo quedaba esperar qué sucedería a continuación. Y eso se acercaba a ella, muy, pero muy rapido.