El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 10: La Transformación

Alba a Rina observaba con atención mientras la chica estaba sentada en el borde de la cama con una postura tímida y la mirada vacilante no escapaban al juicio de Alba.

Era obvio que Rina aún no entendía la magnitud de lo que estaba por suceder. En su mente, Alba ya había visualizado todo: la transformación que debía ocurrir no solo en el rostro de Rina, sino también en su actitud, en su forma de ser. Rina debía convertirse en alguien más, alguien más fuerte, más decidida. Alguien que pudiera reemplazarla, por completo. Que pudiera hacer todo. Y esto podría llevar tiempo. El tiempo que Alba no tenía.

—Tienes que empezar a imitarme —dijo Alba, con un tono autoritario que no admitía respuestas.

Ella se acercó a Rina, la miró fijamente y añadió—: Tienes que ser más atrevida. Como yo. ¡Yo! ¡Alba! —sin darse cuenta Alba empezó a gritar. —¡Tienes que cambiar! ¡Cada movimiento, cada gesto, la forma de hablar!¡ Todo! ¡Si no lo haces bien, no vas a poder reemplazarme! ¿Lo entiendes?

Alba tomó el aire para seguir gritando.

—¡Y, además, no tienes idea lo que vas a tener que enfrentar! ¡A una sociedad de mierda! ¡Falsa, tarada, hueca! ¡A un padre que no le importa de poner su única hija al altar de sus negocios mugrientos!

De repente Alba se quedó muda, con la boca abierta, respirando agitada y con los ojos que parecían salir de las orbitas.

A pesas de un momento nervioso Rina mantuvo la calma.

“Mi ex -jefa de la panadería grita mejor.” —pensó.

Rina se dio cuenta que Alba está esperando una contestación. Por eso se levantó de la cama y asintió lentamente.

“¿Tu por qué estás tan preocupada?” —pensó. —“Solo pagas y vigilas que todo salga bien. Y a mí me espera todavía una cirugía. Mas, todo el peligro que me pintaste recién. Y si me descubran, tú te vas volver a tu casa con tu papito que seguro te va a perdonar. Pero yo, voy a ir presa por la suplantación de identidad. Y según lo que me cuentas de su carácter, se va a agarrar conmigo. Y de la cárcel voy a salir en pocos días con una sábana tapándome la cara. ¿Quién de nosotras dos está peor?”

Pero a pesar de todo esto Rina sabía que no tenía otra opción. La cirugía y el rol en los que estaba por someterse no solo cambiaría su aspecto físico, sino que también le cambiaría su propia identidad, la psiquis, entre otras cosas.

Pero también sabía que, si no cumplía con las expectativas, quedaría atrapada en la vida que ya vivía antes. Hasta el día de hoy.

—Sí, lo entiendo —respondió Rina, con la voz firme imitando el timbre y la entonación de Alba.

Alba la miró por un largo momento, como si buscara alguna chispa de determinación en los ojos de Rina. Y la encontró. Ahora nadie podría detenerla…, a ellas dos.

La puerta de la habitación se abrió de golpe, interrumpiendo el silencio tenso. Era la doctora Sari, que con su tono profesional anunció:

—Es la hora.

Rina, de la sorpresa, se dio un paso atrás y sentó en la cama.

Alba la miró. Inclinó la cabeza como diciendo “no hay vuelta atrás”.

Rina se levantó intentando caminar con más seguridad, pero sus pasos aún denotaban incertidumbre. Alba se cruzó de brazos, con una leve sonrisa en su rostro. El camino era largo para Rina, pero ella no se detendría. No hasta que estuviera lista para tomar el lugar que Alba le había asignado.

Rina salió de la habitación, seguida por la doctora Sari, mientras Alba se quedaba atrás, observando cómo se desvanecían en el pasillo.

***

El aire frío del quirófano hizo que Rina se estremeciera al entrar. La luz blanca brillante la hizo sentir pequeña y vulnerable, como si todo lo que había sido hasta ese momento podría desvanecerse con la anestesia que pronto recibirá. En la mesa de operaciones, todo estaba preparado. Los asistentes ya estaban listos, y el doctor Magnus, con una mirada decidida, la esperaba al lado de la camilla.

Rina tragó con dificultad mientras la doctora Sari la invitó a acostarse. No había vuelta atrás. Con manos temblorosas, se tumbó y permitió que la conectaran a los cables que marcaban la entrada al proceso. El miedo comenzaba a crecer en su pecho, pero intentó mantenerse tranquila.

El doctor Magnus se acercó con un marcador negro en la mano. Sin decir una palabra, comenzó a trazar líneas en el rostro de la chica, delineando los contornos que marcarían la nueva versión de Rina. Cada línea se sentía como una sentencia, un cambio irreversible.

—Este lunar también lo vamos a remover —dijo el doctor Magnus, señalando el lunar que Rina tenía al costado derecho del cuello.

Rina, asustada, miró al costado. Vio el reflejo de su cara en el vidrio del quirófano. Este rostro ya no le pertenecía. Ella lo vendió. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las apartó rápidamente, como si quisiera rechazar la tristeza que le invadía. Estaba observando a la persona que dejaría atrás. La que conocía, la que se había despedido del mundo sin realmente haberlo vivido. Ya no sería más esa Rina.

—Esto es lo que tengo que hacer —se dijo a sí misma.

La ansiedad en su pecho no la dejaba respirar con calma.

El doctor Magnus acercó la máscara de anestesia. La colocó sobre su cara con firmeza. Rina intentó inhalar profundamente, pero la sensación de la máscara sobre su cara la hizo sentirse atrapada. La anestesia comenzó a hacer efecto, pero antes de que todo se desvaneciera, sus pensamientos fueron claros:

—Esto es lo que tengo que hacer para salir de mi vida pasada. Tengo que ser alguien más.

Poco a poco, el mundo se desvaneció en un suave silencio.




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