Alba estaba sentada en el borde de la cama de su habitación, aburrida, mirando por la ventana sin prestarle atención a nada en particular. El día parecía interminable. La espera la ponía nerviosa, pero no quería mostrarlo. De repente, su teléfono vibró sobre la mesa de noche. Alba lo miró rápidamente y vio que era su padre, Héctor. Resopló, sintiendo una mezcla de incomodidad, pero atendió la llamada.
—¿Cómo estás, hija? —preguntó Héctor con la voz preocupada que a Alba le pareció falsa.
—Estoy bien —respondió Alba de manera cortante, sin ganas de mantener una conversación larga. Ya estaba planeando su futuro lejos de todos.
—¿Por qué hablas así? —dijo Héctor, notando el tono distante de su hija.
—Mejor habla con la doctora Sari, ella te dirá cómo estoy.
Alba sintió un leve remordimiento, pero no dijo nada. Su padre colgó sin más y, antes de que ella pudiera procesar el momento, sabía que él ya estaba marcado el número de la doctora Sari. Alba suspiró, deseando estar lejos.
“Ya falta poco.” —pensó.
La doctora Sari atendió el teléfono mientras estaba en medio de la operación. Era imposible no notar la ligera irritación en su voz cuando contestó.
—¿Sí, Héctor? —preguntó, apartándose un poco del ruido de la operación.
—¿Cómo está Alba? —preguntó Héctor con preocupación.
La doctora hizo una pausa antes de responder.
—Está estable, pero necesitamos hacer la operación. El procedimiento es necesario, aunque lleva su tiempo. No es riesgoso.
Héctor frunció el ceño, sus pensamientos girando rápidamente alrededor de los costos y el futuro.
—¿Cuánto cuesta? —preguntó, su voz tensa, casi irritada por la cifra que ya temía escuchar.
—Cerca de 200,000 dólares. —La doctora dijo esto sin vacilar, como si ya estuviera acostumbrada a manejar esas cifras.
Héctor apretó los dientes, consciente de lo que eso significaba para su billetera. Sin embargo, su mente empezó a trazar un plan. Lo pagaría, porque sabía que pronto ese dinero se recuperaría. El casamiento de Alba con Garry le traería muchísimo más.
Colgó la llamada con un suspiro. Se quedó en silencio, mirando el teléfono.
Si Alba muere en esa operación, sus planes de ampliar el negocio se van por la borda.
***
El día siguiente fue sombrío, incluso en la habitación donde Alba y Rina compartían espacio. Rina, con la cara completamente vendada, se sentaba en la cama, sin poder decir palabra. Los vendajes cubrían su rostro, pero Alba sabía que la transformación había comenzado. No podía mostrar debilidad, no ahora.
Alba se acercó a Rina, que intentaba mover los labios, pero el dolor le impedía hablar. Rina levantó las manos, señalando su rostro y mostrando con gestos que sentía molestias. La joven miró a Alba con un toque de impotencia, como si supiera que estaba atrapada en algo que no podía controlar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Alba, con su tono autoritario habitual.
Rina movió la cabeza de un lado a otro, indicándole que no se sentía bien. En ese momento, Alba apretó el botón de llamada de enfermera con frustración. No iba a tolerar que la operación de Rina no saliera perfectamente.
Unos minutos después, entró la enfermera, rápida y nerviosa.
—Pongan un calmante a Rina, ahora mismo, — le ordenó Alba. — Si no, no voy a poder hacer nada con ella.
La enfermera asintió y salió para traer la inyección. Cuando regresó, Rina no podía ocultar su dolor. La enfermera le aplicó la jeringa en el cuello, y Rina, a pesar de su esfuerzo por mantenerse tranquila, no pudo evitar un gemido, apretando los dientes ante el pinchazo y el ardor de la aguja.
Alba observaba todo en silencio, sin mostrar ni una pizca de compasión. En su mente, este era el precio que Rina tenía que pagar para ser quien Alba necesitaba que fuera. Era solo el comienzo.