La enfermera salió rápidamente de la habitación, dejando a Rina en silencio, recuperándose poco a poco de la inyección. Alba, por su parte, no se mostró ni un poco afectada por la situación. Su rostro serio no dejaba espacio para la duda de que la operación había sido solo un paso más hacia lo que realmente quería conseguir.
Cuando la enfermera cerró la puerta tras ella, Alba miró a Rina con intensidad. Ya no había lugar para más excusas ni distracciones. Era hora de que todo comenzara, de que Rina entrara por completo en su rol.
—Ahora podemos empezar —dijo Alba, con la voz fría.
Rina asintió débilmente, aunque sabía que lo que venía no iba a ser fácil. Sin embargo, se sentía impotente en esa habitación, atrapada en una situación de la que no veía salida.
Alba sacó su celular del bolsillo y comenzó a deslizar con el dedo hasta encontrar lo que buscaba. Encontró un álbum de fotos en su galería y le mostró la pantalla a Rina. En las imágenes, varias chicas posaban sonrientes, algunas de ellas en lugares lujosos, otras en cenas de lujo o fiestas.
—Estas son mis amigas —dijo Alba con tono indiferente, señalando a cada una en las fotos—. Pero, para ser honesta, no son realmente amigas. Ninguna de ellas ha llamado para preguntar por qué estoy aquí, ni cómo estoy.
Alba hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo.
Las fotos y los rostros la llevaron a unos recuerdos lindos. Sintió algo de tristeza de perder esta parte de su vida.
Pero en este momento no le importaba lo más mínimo el bienestar de esas personas, solo su propia imagen y lo que podía sacar de ellas. El sarcasmo en su voz era palpable.
De repente, el teléfono de Alba vibró de nuevo. Miró la pantalla y vio el nombre de Sergio. Su expresión se endureció un poco, pero no respondió de inmediato. Al final, deslizó el dedo para atender la llamada.
—¿Alba, ¿cómo estás? —preguntó Sergio, con una voz cargada de preocupación.
Alba se limitó a responder de manera fría y cortante, sin interés.
—Estoy bien —dijo. No le gustaba que Sergio insistiera tanto, como si tuviera alguna obligación de preocuparse por ella.
Sergio, sin embargo, persistió.
—Alba, quiero que sepas que estoy aquí para ti. No importa lo que pase, yo...
Pero Alba lo interrumpió de inmediato.
—No quiero saber nada de ti, Sergio. No me interesa tener nada contigo. No tienes ni idea de lo que realmente quiero.
Sergio, evidentemente herido, trató de decir algo más, pero Alba ya había colgado. Sin miramientos, mostró la foto grupal a Rina, quien observaba con atención. En ella estaban las amigas de Alba, sonrientes, en una fiesta. Y entre ellas, también estaba Sergio, con una sonrisa que parecía forzada, pero con una mirada que claramente captaba la atención de Rina.
Alba se burló al ver la expresión de Rina, y con tono despectivo comentó:
—Mira, ahí está él, el famoso Sergio. No vale la pena ni un segundo de tu tiempo. Ya sabes lo que pienso de él.
Rina no contestó. Su mirada se había detenido en el chico. Algo en este muchacho la intrigaba. Su rostro parecía sincero, algo que no veía a menudo en las personas de su vida pasada. Y en la vida presente tampoco. Rina no lo mencionó, pero su silencio decía más que cualquier palabra.
Alba, sin esperar respuesta de Rina, cambió de tema y se recostó en la cama, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Ahora te contaré la historia de mi familia —dijo con un tono que denotaba que lo que venía era solo el comienzo de su versión de los hechos. Sabía que Rina tenía que conocer todos los detalles, no solo para entender quién era ella, sino para que se adaptara completamente al papel.
—Mi padre —comenzó Alba, mirando al techo, como si estuviera rememorando cada palabra— ha sido siempre un hombre de negocios. Un hombre que, como todos, tiene sus propios intereses, y no tiene problema en ir a la guerra para conseguir lo que quiere. Yo soy su hija única, la heredera de todo lo que posee. Pero mi relación con él nunca fue fácil. Siempre me vio como un objeto, algo que podía moldear y usar según sus necesidades.
Rina escuchaba en silencio, sin interrumpir. No comprendía completamente la historia, pero algo en ella le decía que el mundo de Alba era mucho más complicado y turbio de lo que ella imaginaba.
—Te contaré más después —dijo Alba, interrumpiendo su relato. Estaba cansada de hablar, pero sabía que tenía que seguir controlando la situación. Sin importar cuánto le costara, Rina tenía que seguir sus instrucciones al pie de la letra.
Alba miró a Rina con dureza, como si estuviera observando a alguien que no tenía más opción que seguir sus órdenes. Esto ya no parecía un juego. Era la realidad cruel.