Al día siguiente, Alba se sentó frente a Rina con una expresión severa. La miró como si fuera una estudiante que debía aprobar un examen. En sus manos, sostenía una hoja de papel donde había dibujado, con gran precisión, el plano de la casa en la que vivía. Era un lugar grande, lujoso, con cada habitación diseñada para impresionar, un reflejo de la vida que Alba había construido con su padre.
—Tienes que memorizar cada habitación —dijo Alba, señalando el dibujo con el dedo—. Esto no es solo para ti, es para tu supervivencia. Si no sabes cómo moverte en esta casa, no vas a lograr nada. Y quiero que seas capaz de reconocer cada detalle, cada esquina.
Rina la miraba en silencio, asintiendo lentamente sin mostrar emociones y parecer concentrada en la tarea. Pero por dentro tenía miedo, incertidumbre y la confusión la envolvían. Las reglas las dictaba Alba era la única forma de sobrevivir.
Alba no se detuvo ahí. Abrió un cuaderno y comenzó a escribir una lista de alimentos, con precisión. Comenzó a dictar a Rina lo que debía memorizar: lo que a Alba le gustaba comer, lo que no le gustaba, lo que podía tomar y lo que no. Cada detalle era importante para la actuación que estaba por hacer.
—Aprende esto de memoria —ordenó Alba —. Si no te aprendes las cosas que me gustan, te van a descubrir el primer día.
Rina, con una mezcla de cansancio y desesperación, repitió las palabras de Alba en su cabeza una y otra vez, buscando que el ejercicio se quedara grabado en su memoria. Pero el estrés de la situación empezó a desgastarla, y Alba lo percibió. A veces, cuando veía que Rina cometía un pequeño error o se mostraba desbordada, Alba se encolerizaba.
—¡No me estás escuchando! —gritó una vez. Rina se encogió, pero, de repente, algo dentro de ella explotó.
—¡Estoy escuchando! —respondió Rina, con una chispa de enojo que no había mostrado antes.
Alba la miró sorprendida. Nunca había escuchado a Rina hablarle de esa forma. Se sintió amenazada, como si su control sobre la situación estuviera empezando a resquebrajarse. Pero en el momento se dio cuenta de que había algo más en la respuesta de Rina. Era un reflejo de su propia actitud, una imitación casi perfecta.
Rina, viendo la expresión de Alba, sonrió. Aprovechó la oportunidad para continuar, imitando la voz de Alba con una precisión que le sorprendió aún más.
—¡No me estés dando órdenes, Alba! —dijo, con un tono que era casi una burla, pero también una réplica exacta de cómo Alba le hablaba.
Alba la miró, primero con una mezcla de indignación y sorpresa, pero cuando se dio cuenta de que Rina realmente había captado algo de su esencia, no pudo evitar reírse.
—Vaya, ¡ahora sí que me empiezas a gustar! —dijo Alba, sonriendo con una expresión que se suavizó por primera vez en días. Su risa resonó en la habitación, y por un momento, la tensión que había entre ellas desapareció.
—No está mal. Pero no me llames Alba. Ahora Alba eres tu. —añadió Alba, mientras se recostaba en la cama, dejando que la sonrisa permaneciera en su rostro. Era una risa burlona, pero también había un atisbo de satisfacción. Sabía que Rina estaba empezando a adaptarse a su papel, lo que la hacía aún más peligrosa, pero también útil.
Rina no se sorprendió por la reacción de Alba. En ese momento, Alba no la veía como una simple herramienta, sino como un desafío interesante, una prueba de su propia habilidad para moldear a los demás.
—No lo hagas de nuevo, pero ahora sí, te estás acercando a lo que quiero —dijo Alba, recobrando su tono autoritario.
—¿Qué te pareció mi voz? Mejor dicho, ¿tu voz? —preguntó Rina.
—Nada mal. Solo te faltan algunas entonaciones. Pero no te preocupes por eso. En realidad, nunca nadie presta atención a la voz del otro. Es algo tan habitual que, si la voz no es muy distinta, nadie se da cuenta. Al menos que tengas una voz muy rara.
Rina asintió, sintiendo que por fin había dado un paso a lo que Alba esperaba de ella. Aunque las circunstancias seguían siendo oscuras, algo dentro de ella empezó a entender cómo jugar este juego, y eso la hacía sentir, al menos por un momento, que tenía control sobre algo.
Los días pasaron entre lecciones interminables y pruebas de memoria. Alba no mostraba ningún tipo de compasión, mientras Rina continuaba con el proceso de transformación. Aunque la chica seguía siendo vulnerable, algo en su actitud había cambiado. Ya no era la misma persona que llegó a la clínica, asustada y perdida. Ahora, estaba aprendiendo a imitar, a moldearse en la persona que Alba quería que fuera.
El proceso de cambio de Rina no era solo físico. No solo se trataba de memorizar la casa, los gustos y la personalidad de Alba. También implicaba, más allá de los gestos y la postura, entender la mentalidad de la joven hija de un millonario. Y eso, pensaba Rina, sería lo más difícil de todo. Pero ya estaba demasiado involucrada para detenerse.
Hasta que empezó tener ansias para empezar el rol.