Rina estaba sentada en la cama de la habitación de Alba, aún con algunas vendas en la cara, aunque ya mucho menos que antes. Las heridas de su cirugía se estaban cerrando, y su rostro comenzaba a tomar una forma que, aunque no idéntica a la de Alba, se acercaba más de lo que hubiera imaginado. El ambiente en la habitación, sin embargo, había cambiado. Lo que antes era una dinámica estricta de órdenes y control ahora se había suavizado, al menos un poco.
Las chicas estaban conversando de una forma casi relajada, como dos amigas. Alba hablaba de sus amigas, compartiendo los chismes más recientes, y Rina reía con ganas, como si estuviera disfrutando sinceramente de la conversación. Aunque en su interior, Rina sabía que no era una amiga de Alba, que nunca lo sería, algo en esa interacción comenzaba a sentirse menos forzado. Sus gestos, su forma de hablar, todo había comenzado a imitar a Alba con una naturalidad que sorprendía incluso a ella misma.
Rina ya no era la misma. Cada día, al mirar su reflejo, veía más y más de Alba en sí misma. A veces, al hablar, incluso se sorprendía de lo similar que sonaba su voz a la de ella. Los días de entrenamiento y de observación habían dado sus frutos. Y aunque la idea de ser una copia de alguien más la incomodaba, había algo dentro de ella que disfrutaba del poder que esa transformación le otorgaba. Si había algo que había aprendido de Alba, era que la apariencia podía ser una herramienta más poderosa de lo que cualquiera podría imaginar.
Mientras continuaban hablando, la puerta se abrió y la figura de la doctora Sari apareció en el umbral. Su rostro, normalmente serio, mostraba una ligera expresión de cansancio, pero también de satisfacción por el progreso de Rina.
—Es la hora —dijo la doctora, con un tono que no admitía retrasos.
Rina se levantó lentamente. El vendaje todavía la incomodaba, pero ya no la detenía. Alba también se levantó con una chispa de interés en la mirada. Era evidente que ella quería estar presente para ver el resultado final del procedimiento, para comprobar cuán cerca se encontraba la versión de Rina de lo que ella misma quería lograr.
Las tres salieron de la habitación, caminando por el pasillo de la clínica. Primero iba la doctora Sari, con su paso seguro y tranquilo. Detrás de ella, Alba caminaba con la cabeza erguida, como si estuviera acompañando a una reina a su trono. Rina la seguía, su paso vacilante al principio, pero con la determinación que había adquirido en los últimos días.
Llegaron al consultorio de la doctora Sari. Era una sala blanca, impersonal, con un gran espejo de cuerpo entero en una de las paredes. En el centro de la habitación había un sillón médico, con una lámpara enfocada en él, como si estuviera preparando a Rina para una especie de juicio.
La doctora indicó a Rina que se sentara en el sillón, frente al espejo. La joven obedeció sin dudar, pero al hacerlo, no pudo evitar mirar su propio reflejo. El rostro vendado todavía ocultaba mucho de lo que había sido el resultado de la operación, pero algo en su postura y en su mirada reflejaba la nueva identidad que se estaba forjando.
Alba se quedó parada frente a ella, observando en silencio. Su rostro mostraba una expresión de incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Aunque aún no era el final de la transformación, estaba claro que la diferencia entre la chica que había llegado a la clínica y la que tenía frente a ella ahora era abismal.
—¿Te das cuenta de lo que has logrado? —le preguntó Alba, con una mezcla de admiración y egoísmo, como si estuviera evaluando un logro propio, más que el de Rina.
Rina no dijo nada, pero sus ojos brillaron con una mezcla de emoción y temor. Sabía que lo que veía en el espejo era solo el comienzo, que el proceso de convertirse en otra persona era mucho más profundo que lo que los ojos podían ver. Sin embargo, algo en su interior le decía que tal vez, solo tal vez, podría utilizar todo esto para su propio beneficio. Esta idea le voló la cabeza.
Aunque sabía que iba a nadar entre los tiburones.