El auto se detuvo frente a la majestuosa mansión.
Rina pudo reconocerla inmediatamente por las fotos que Alba le había mostrado. El corazón le latía fuerte mientras observaba la imponente estructura. Los guardias bajaron del auto con naturalidad.
Rina, por un momento, olvidó el protocolo que había aprendido, estiró la mano para abrir la puerta, pero recordó justo a tiempo que Alba nunca lo haría. Con una mezcla de nerviosismo y control, esperó pacientemente hasta que uno de los guardias le abrió la puerta.
La chica salió con movimientos calculados, ajustando la expresión de su rostro hasta adoptar aquella mirada de altivez característica de Alba. Por dentro, sus nervios amenazaban con traicionarla, pero por fuera proyectaba una confianza helada.
Desde la entrada principal, un hombre caminó hacia ella con un porte imponente. Era Héctor, el padre de Alba, cuya imagen también conocía de las fotos. Héctor la saludó llamándola por el nombre de su hija:
—Alba, bienvenida.
Rina respondió con un tono neutral, casi distante:
—Padre.
El abrazo de Héctor fue cálido y sorprendente. Durante un instante, Rina se permitió una pequeña conexión emocional, recordando los abrazos de su propio padre, un humilde carpintero cuyo aroma a madera fresca siempre la había reconfortado. Pero este abrazo era diferente. El perfume caro de Héctor llenó sus sentidos y le recordó que ahora estaba en otro mundo, un mundo que no le pertenecía.
Rápidamente, Rina recordó que debía mantenerse en el papel de Alba. Se apartó del abrazo con un gesto elegante, pero distante.
—Estoy cansada —dijo, con la voz cortante que Alba usaría—. Almorzaré en mi habitación.
Héctor no mostró sorpresa y simplemente asintió, permitiéndole retirarse.
***
Dentro de la casa, Rina caminó con calma, observando de reojo el ambiente. Cada detalle del lugar coincidía con lo que había estudiado en las fotos. Al cruzar el umbral, María, la empleada doméstica, la saludó con entusiasmo.
—Señorita Alba, qué alegría tenerla de vuelta en casa.
Rina apenas respondió con un gesto de la cabeza, manteniendo la apariencia de soberbia que había practicado tanto. Subió las escaleras y se encerró en la habitación que ahora debía llamar suya. Solo entonces, con la puerta cerrada, se permitió un respiro.
La habitación de Alba era todo lo que Rina había imaginado: muebles de lujo, un diseño impecable, y una limpieza que parecía intocable. Caminó lentamente, inspeccionando cada rincón hasta detenerse frente al armario. Lo abrió y quedó impactada por la cantidad de ropa y zapatos, todos de marcas exclusivas. Por un momento, se permitió soñar con la idea de usar esas prendas, de sentirse parte de este mundo. Pero la realidad la golpeó con fuerza: no estaba allí para disfrutar, sino para sobrevivir. El peso de su misión volvió a caer sobre ella, llenándola de tensión.
Unos golpes suaves en la puerta la hicieron sobresaltarse. Se acercó y, imitando la voz y el tono de Alba, preguntó:
—¿Quién es?
—Soy yo, María —respondió la voz amable desde el otro lado.
—Adelante —dijo Rina, con la indiferencia estudiada.
María entró con una sonrisa.
—Señorita Alba, ¿qué desea comer?
Rina vaciló unos segundos, intentando recordar las preferencias de Alba. Finalmente, con calma, respondió:
—Perdiz al horno con papas rojas.
María sonrió aún más, contenta de poder complacerla.
—Con mucho gusto lo prepararé, señorita.
Por un instante, Rina pensó en soltar algún comentario desagradable, como haría Alba, pero la sinceridad en la sonrisa de María la detuvo. En lugar de eso, simplemente le agradeció. Esa pequeña muestra de amabilidad pareció alegrar aún más a la mujer, quien salió de la habitación con aire ligero.
***
Rina permaneció sentada en la cama, tratando de calmar su mente después de tantos nervios. Pero la tranquilidad no duró mucho. El sonido del celular la sobresaltó. Era una llamada de Eliana, una de las amigas de Alba.
Rina sintió cómo el sudor frío le recorría la espalda. Sabía que esta llamada sería una prueba crucial. Si fallaba, todo su esfuerzo podría desmoronarse. Respiró hondo y deslizó el dedo para contestar.
— ¿Hola? —dijo, imitando la voz y el tono de Alba lo mejor que pudo.
— ¡Alba! Por fin contestas. ¿Dónde te habías metido? —la voz de Eliana sonaba curiosa, con un toque de preocupación.
Rina tragó saliva y comenzó a responder, recordando cada detalle de las conversaciones que Alba le había contado. Ahora, cada palabra debía ser calculada, cada gesto debía encajar. No había lugar para errores.
***
Rina se llevó el celular a la oreja, escuchando cómo Eliana hablaba con entusiasmo, casi sin darle tiempo a responder.
— ¡Alba! Qué alegría escucharte. Te extrañamos mucho. Lucía, Josefina y yo hemos estado tan preocupadas por ti. Tenemos que juntarnos cuanto antes para que nos cuentes cómo te fue todo este tiempo.
Rina cerró los ojos por un momento, reuniendo fuerzas para responder. Cuando habló, su tono era afilado y cargado de desdén, como si Alba misma estuviera al otro lado de la línea.
— ¿Preocupadas? ¿De verdad? —Soltó con ironía—. Si tanto les importaba, podrían haberme visitado o al menos llamado mientras estaba en el hospital. Pero no, ni una sola llamada, ni una sola visita. ¿Eso les parece ser buenas amigas?
Eliana titubeó, claramente impactada por el tono de "Alba".
—No es así, Alba. Es que estábamos muy ocupadas… pero hablábamos de ti todos los días, te lo juro.
Rina dejó escapar una risa seca, manteniendo la actitud altanera.
—Excusas baratas. La verdad es que no necesito amigas como ustedes. Desde ahora, se acabó. Buscaré amistades más fieles, no gente que solo aparece cuando le conviene.
Eliana intentó protestar, pero Rina no le dio oportunidad.
—Adiós, Eliana. — cortó la llamada.