El objetivo de Alba era irse del país.
Ahora, ella estaba sentada cerca de la ventana del autobús, observaba el paisaje cambiar lentamente, perdiéndose por momentos en sus pensamientos. El trayecto había sido largo, pero lo peor estaba por venir. Cuando el micro se detuvo en la frontera, su corazón comenzó a latir con fuerza.
Un grupo de oficiales de migración subió al vehículo, revisando los documentos de los pasajeros uno por uno. Alba se tensó al instante, sintiendo cómo la ansiedad la invadía. Sabía que si Rina fracasó desde principio, su padre probablemente ya habría alertado a las autoridades.
Cuando llegó su turno, extendió el pasaporte con una aparente calma que no sentía. El policía lo tomó, lo examinó durante unos segundos que a Alba le parecieron eternos, y luego se lo devolvió sin hacer preguntas. Ella inclinó levemente la cabeza en agradecimiento, fingiendo indiferencia mientras el oficial pasaba al siguiente pasajero.
El autobús volvió a arrancar, y Alba dejó escapar un suspiro de alivio. Había pasado la primera prueba.
Horas después, el micro finalmente llegó a su destino. Alba descendió, cargando su pequeña bolsa. La terminal estaba abarrotada, pero ella no perdió el tiempo. Se dirigió directamente al área de taxis y subió al primero que encontró.
—Lléveme a un hotel de lujo —pidió con firmeza, asegurándose de proyectar la imagen de alguien acostumbrada a ser obedecida.
El taxi la llevó a uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad. Al entrar al lobby, Alba se dirigió al mostrador de recepción, sin prestar atención a las miradas curiosas que se posaban en ella.
—Quiero una habitación con caja fuerte —exigió, y la recepcionista, sorprendida por su tono autoritario, asintió de inmediato y le entregó las llaves de una suite privada.
Una vez en la habitación, Alba cerró la puerta tras de sí y dejó la bolsa sobre la cama. Lo primero que hizo fue inspeccionar la caja fuerte empotrada en la pared. Parecía bastante segura.
Alba abrió la bolsa, sacó varios fajos de billetes cuidadosamente envueltos de su equipaje y los guardó dentro. Cerró la caja con una clave que memorizó al instante.
Por primera vez en mucho tiempo, Alba se permitió relajarse. Se sentó en el borde de la cama y se dejó caer hacia atrás, mirando el techo mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. Estaba libre.
Libre de su padre. Libre de las restricciones que la habían sofocado toda su vida. Ahora tenía dinero, autonomía y un nuevo comienzo ante ella. Pero también sabía que esa libertad tenía un precio. Los días venideros serían una mezcla de peligro, estrategia y decisiones difíciles.
Por ahora, Alba decidió disfrutar ese momento de calma, permitiéndose pensar en su próximo movimiento. Había mucho por disfrutar, y este era apenas el comienzo de su nueva vida.
***
La música pulsaba en el aire, inundando el lujoso boliche con una energía vibrante. Alba, vestida con un atuendo elegante que había escogido especialmente para esa noche, se dejó llevar por el ritmo tecno. Había tomado unos tragos y una pastilla que una chica simpática en el baño le ofreció, sintiéndose libre y despreocupada como hacía tiempo no se sentía.
Mientras bailaba bajo las luces parpadeantes, sus ojos se cruzaron con los de un chico atractivo que la observaba desde el otro extremo de la pista. Sin dudarlo, le guiñó el ojo, y él, respondiendo a la invitación, se acercó para bailar con ella.
Sin embargo, el ambiente tomó un giro desagradable cuando el chico intentó sobrepasar los límites. Alba lo apartó con firmeza, pero él reaccionó de manera violenta.
—¿Te crees demasiado buena para mí? —espetó, agarrándola del brazo con fuerza y tratando de arrastrarla hacia un rincón más oscuro del boliche.
Alba luchó para soltarse, mirando desesperadamente a su alrededor. Nadie parecía notar lo que ocurría, todos absortos en su propio mundo de música y euforia. En ese momento, deseó que los guardias de su padre estuvieran allí para protegerla.
De repente, el chico soltó un gruñido y tambaleó hacia atrás como si hubiera sido golpeado por un tren. Cayó al suelo de espaldas, mirando desconcertado a su alrededor.
—¿Todo bien? —dijo una voz firme y tranquila junto a Alba.
Ella giró la cabeza y vio a un joven rascándose los nudillos. Tenía una sonrisa confiada en su rostro.
—Soy Noel —dijo, mientras le tendía una mano para alejarla del tumulto.
Alba siguió a Noel fuera del boliche, agradecida por la intervención. La brisa nocturna era un alivio después del calor y la confusión del interior.
—Gracias —dijo finalmente, mirando a Noel con una mezcla de gratitud y cautela.
—No hay de qué —respondió él, encogiéndose de hombros—. Parecías necesitar un rescate.
Tras un breve intercambio, Noel sugirió ir a un bar cercano para tomar un café y calmarse. Alba, aún algo aturdida, aceptó.
En el bar, mientras sostenía una taza de café caliente entre las manos, Alba escuchó a Noel contar anécdotas casuales de su vida. Ella, por su parte, fue más reservada, limitándose a decir que estaba en el país por negocios. Sin embargo, no pudo evitar sentirse cómoda en su compañía, como si él tuviera la habilidad de hacer que cualquier situación pareciera menos complicada.
Cuando llegaron al hotel de Alba, pidieron más alcohol y la noche continuó en su habitación. Risas, conversación y miradas cargadas de tensión los llevaron a una noche apasionada.
***
A la mañana siguiente, Alba despertó con un dolor de cabeza punzante. Al principio, los eventos de la noche anterior estaban borrosos, pero poco a poco los recuerdos regresaron: el boliche, Noel, el bar, la habitación...
Miró a su alrededor. Noel no estaba, y tampoco su ropa. Una sensación de alarma la recorrió. Se levantó apresuradamente y corrió hacia la caja fuerte.
El sonido de la puerta de entrada abriéndose hizo que Alba se tensara. Cerró rápidamente la caja fuerte, intentando ocultar su nerviosismo, y salió al encuentro del intruso.