El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 23: El pasaporte

Durante la cena, Héctor le habló a “Alba” sobre su visión para el futuro.

—Nos iremos a Fiji mañana, pero al volver, quiero que empieces a involucrarte en las negociaciones importantes. He decidido que necesitamos socios de mayor calibre.

Rina forzó una sonrisa y asintió. Cada palabra de Héctor le hacía sentir más como una pieza en su tablero de ajedrez.

—Lo que tú digas, papá —respondió, fingiendo entusiasmo.

Sin embargo, por dentro, Rina comenzaba a gestar un plan. No podía permitirse ser arrastrada más profundamente en los juegos de Héctor. Si quería salir de esta situación con vida y libertad, tendría que jugar sus cartas con mucha cautela. Y quizás, solo quizás, Sergio podría ser su única conexión con algo genuino en este mundo lleno de falsedad.

***

Rina revisó por última vez la ropa que había elegido para el viaje. Un elegante vestido blanco para cenas formales, algunos conjuntos casuales de lino para los días de paseo y, lo más complicado, trajes de baño. Sabía que no podía evitarlos. Aunque los doctores habían tratado de hacer suplantación impecable, ella no podía dejar de imaginar escenarios en los que Héctor notara algo extraño.

La puerta de su habitación se abrió tras un leve golpe. Era María.

—¿Ya eligió todo, señorita? —preguntó con una sonrisa profesional.

—Sí, casi listo. Solo me falta terminar de guardar esto —respondió Rina, tratando de sonar despreocupada.

María asintió, tomó algunas prendas que estaban dobladas y las colocó en la valija. Luego, con un gesto amable, se retiró para dejarla terminar de prepararse.

Rina suspiró, cerró la valija y se dirigió al espejo. Todo está bien, se dijo, pero su reflejo no mostraba esa misma seguridad.

En la sala, Héctor estaba revisando su reloj cuando vio a “Alba” bajar las escaleras.

— ¿Estas lista, hija? —preguntó con entusiasmo, con una sonrisa que Rina encontró desconcertante.

—Si —respondió, devolviendo la sonrisa lo mejor que pudo.

Al salir de la casa, los empleados y guardias se alinearon para despedirlos. Héctor subió primero al auto, seguido de Rina. Mientras el vehículo arrancaba, ella se giró para mirar por última vez la mansión, preguntándose si algún día podría salir de esta vida sin tener que mirar siempre por encima del hombro.

***

Mientras el auto avanzaba por la carretera, Héctor la observó con curiosidad.

—Te ves algo callada, Alba. ¿Estás emocionada por el viaje?

Rina sonrió, intentando parecer natural.

—Sí, claro que sí, papá. Solo estoy pensando en lo que vamos a hacer cuando lleguemos.

Héctor pareció satisfecho con la respuesta.

—Siempre te gustaba Fiji. Las playas son hermosas. Tenemos reservada una cabaña con vista al mar, y habrá muchas actividades.

Rina asintió, aunque por dentro su mente seguía trabajando a toda velocidad. Sabía que el primer gran reto sería la playa. Por más que se preparara, siempre existía la posibilidad de que Héctor notara algo extraño en su cuerpo.

Intentó calmarse recordando las palabras de Alba antes de aceptar el contrato: "Mi padre no presta atención a los detalles. Solo le importa que parezca que todo está en orden."

Rina cerró los ojos y se recostó en el asiento, intentando no pensar en posibles errores. Esto es solo una prueba más, se repitió. Sabía que cada día que pasaba era un pequeño triunfo, un paso más cerca de cumplir con su parte del contrato y, eventualmente, recuperar su libertad. O escapar para siempre.

Sin embargo, algo en el tono confiado de Héctor durante el viaje la dejó inquieta. ¿Acaso sospechaba algo? ¿O simplemente era su mente jugándole una mala pasada? Lo único seguro era que, en Fiji, habría menos margen para los errores, y tendría que jugar su rol con una precisión impecable.

De repente Rina empezó a sentir cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, casi como si estuviera atrapada en una pesadilla. La tensión del viaje y la constante presión de tener que mantener la fachada de Alba la estaban volviendo cada vez más paranoica.

Y allí cayó el primer “rayo”.

—Ah, casi me olvido —dijo Héctor, —Dame tu pasaporte.

Una sensación helada recorrió la espalda de la chica. No lo tengo, pensó con desesperación. Pero, en lugar de decirlo de inmediato, se quedó paralizada, mirando al frente.

Héctor no tardó en notar su silencio.

— ¿Qué pasa, hija? —preguntó con tono impaciente, sacando los pasajes de su saco y extendiéndolos hacia ella. —Dame el pasaporte.

El miedo recorrió a Rina como un escalofrío.

—No lo tengo —respondió finalmente, intentando mantener la calma, pero su voz tembló ligeramente.

Héctor la miró con su rostro oscurecido por el enojo.

—¿Qué quieres decir con que no lo tienes? —exclamó.

Rina, sintiendo la presión, imitando la actitud fría de Alba, levantó la barbilla y respondió con desdén:

—No tengo la culpa de que los empleados no se fijen en esas cosas. ¡Ellos son los que deberían verificar todo!

Héctor apretó los dientes, y se dio la vuelta hacia la ventana, como si estuviera tratando de calmarse.

—Vamos a perder el vuelo, ¿entiendes? —dijo entre dientes, con voz tensa. Luego, ordenó al chofer: — ¡Vamos a la casa! ¡Rápido!

Rina no dijo nada. Solo estaba tratando de recordar si Alba le dio el pasaporte. Y estaba casi segura que no.

El auto volvió a la mansión, y cuando se detuvo frente a la puerta, Héctor no salió del vehículo. Con una mirada dura, le dijo a Rina entender que se apurara.

Rina asintió sin decir nada, tratando de ocultar la ansiedad que comenzaba a invadirla. Bajó del auto, sin mirar a los empleados que la observaban en silencio, sorprendidos por su regreso tan repentino. Con paso firme, subió las escaleras y se dirigió directamente a su habitación.

Dentro, el caos comenzó inmediatamente. Rina abrió los cajones del escritorio, luego los del placar, tirando cosas al suelo sin cuidado. ¿Estará en algún lado? pensó, comenzando a sentirse cada vez más atrapada. La presión del momento y la rabia de haber cometido este error le nublaban la mente.




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