El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 24: La sombra del pasaporte

Rina salió al patio, con el corazón acelerado y la mente desbordada de pensamientos caóticos. Cuando llegó al auto, Héctor estaba esperándola, muy molesto. El coche estaba detenido frente a la casa, pero el aire entre ellos parecía denso, casi palpable.

—¡Sube al auto de inmediato! —gritó Héctor, sin siquiera mirarla. —¡No tenemos tiempo!

Rina no se movió. Sabía que tenía que continuar con el papel de Alba, y esto significaba mantenerse firme, aunque todo dentro de ella le decía que simplemente se dejara llevar por la situación y cayera en el miedo.

—No tengo el pasaporte —dijo, con firmeza, mirando a Héctor a los ojos.

La expresión de Héctor cambió al instante. Su rostro se tornó rojo de ira, y sin previo aviso, salió del auto y se acercó a Rina.

— ¿Qué? ¡¿Qué?! —exclamó, su voz cargada de furia. — ¿Por qué eres tan desordenada?¡Me tienes harto!

El golpe de sus palabras la dejó paralizada. Rina se quedó allí, mirando a Héctor, incapaz de reaccionar de inmediato. Pero algo dentro de ella se despertó. Debo actuar como Alba. No puedo mostrar debilidad, pensó, y la rabia acumulada se apoderó de ella.

— ¡No soy yo la que arruina todo, eres tú! —respondió, alzando la voz, imitando el tono de Alba. — ¡Siempre priorizas tu maldito trabajo, nunca te importa lo que yo quiero o cómo me siento!

Esto no tenía nada que ver con el pasaporte, pero Rina dijo primero que le vino en la cabeza.

Héctor la miró como si no creyera lo que estaba escuchando. Un par de gritos más salieron de su garganta, pero Rina, ahora llena de enojo, no retrocedió ni un paso. El silencio entre ellos se hizo espeso. Héctor respiró con pesadez y, tras una última mirada furiosa, se dio la vuelta y entró a la casa.

Rina se quedó en medio del patio, temblando por la intensidad del intercambio. La rabia aún palpitaba en sus venas, pero al mismo tiempo, se sentía vacía, como si esa confrontación no hubiera hecho más que recordarle lo atrapada que estaba en esa vida que no le pertenecía.

Por un momento, pensó en huir, en desaparecer, pero la realidad la arrastró de vuelta al presente. Con una respiración profunda, entró también a la casa, como si nada hubiera pasado.

Mientras tanto, los empleados y los guardias ya comenzaban a sacar las valijas del auto, ajenos a la disputa que acababa de ocurrir. El sonido de las maletas deslizándose sobre el pavimento solo aumentaba la sensación extraña. Pero, por alguna razón, el peso de todo lo que había sucedido la dejó más tranquila de lo que esperaba.

¿Es esto lo que quiero? ¿Realmente quiero seguir con este juego? La pregunta se instaló en su mente mientras observaba cómo la escena se desarrollaba, su vida a la deriva, balanceándose entre la mentira y la necesidad de sobrevivir.

***

La mañana siguiente fue tensa. La mesa del desayuno estaba en completo silencio, solo interrumpido por el sonido de los cubiertos chocando contra los platos. Héctor y Rina comían sin mirarse, sin intercambiar una palabra. La atmósfera era pesada, como si el aire estuviera cargado de los ecos de la discusión del día anterior.

María, la empleada, permanecía de pie junto a la mesa, atenta para servir lo que fuera necesario, pero también parecía sentir la incomodidad que llenaba la estancia. Después de unos minutos, Héctor rompió el silencio con una pregunta que parecía haberse quedado rondando en su mente desde el día anterior.

— ¿Encontraste el pasaporte de Alba? —preguntó Héctor a la empleada, su tono impersonal pero firme.

María levantó la vista, algo sorprendida por la pregunta.

—He revisado toda la casa, pero el pasaporte no está, señor. —María se inclinó ligeramente, como en señal de disculpa.

Rina, que estaba más concentrada en su desayuno que en la conversación, no pudo evitar soltar un suspiro de frustración. Héctor no parecía querer dejar el tema de lado.

—Tendremos que hacer un pasaporte nuevo, entonces —dijo Héctor, volviendo a mirar a Rina.

Rina levantó la vista, algo exasperada, y respondió con tono cortante:

—Sí, pero ¿quién se va a dedicar a eso? Yo no tengo ni idea de cómo hacerlo.

Héctor la miró enojado, antes de responder:

—Yo me encargaré. Pero trata de no perder nada de acá de adelante.

Esta misma tarde Al día siguiente, Héctor estaba nuevamente inmerso en sus negocios, pero algo lo mantenía distraído. Estaba sentado en su oficina, con el teléfono en la mano, llamando a su abogado para hablar sobre el pasaporte perdido. La conversación fue rápida pero clara.

—El trámite del pasaporte de Alba ya está en proceso —le informó el abogado con voz firme. —Hemos hecho la denuncia por el extravío y, en una semana, ya debería estar listo el nuevo.

Héctor sonrió ligeramente, aliviado por la noticia. Esto significaba que, aunque el contratiempo del pasaporte les había retrasado, todo seguía en marcha. Podían continuar con sus planes, como siempre lo habían hecho.

—Perfecto. Gracias por el esfuerzo. —Héctor colgó, sintiendo que finalmente podía respirar tranquilo.

Al menos, pensó, ahora podían esperar el pasaporte nuevo y, si todo salía bien, realizar el viaje a Fiji como había planeado. Sin embargo, algo en el fondo de su mente lo inquietaba. Alba estaba más distante, más callada que nunca. Y, conociendo a su hija, esto era sospechoso.

***

La oficina de trámites migratorios estaba tranquila, como era habitual a esas horas de la mañana. Las máquinas zumbaban suavemente, y el sonido del tecleo constante llenaba el aire. En una de las islas de trabajo, una empleada revisaba los documentos pendientes. Había recibido un pedido oficial para verificar la actividad reciente de un pasaporte extraviado perteneciente a Alba Trenton.

La empleada, con el rostro impasible, ingresó los datos del pasaporte en el sistema de búsqueda. Los segundos se alargaron mientras el sistema procesaba la solicitud. Finalmente, en la pantalla apareció la información relevante, pero lo que vio la hizo fruncir el ceño.




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