El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 27: El desalojo

Alba se despertó a la mañana con una sensación extraña en el pecho, como si algo invisible le oprimiera. A pesar del lujo que la rodeaba, las cortinas de terciopelo, la ropa de diseñador esparcida por el suelo y la botella de champán medio vacía sobre la mesita, había un eco de incertidumbre resonando en su mente. Su intuición, esa que siempre intentaba ignorar, le gritaba que algo andaba mal.

Sonó el teléfono del hotel. Un aparato ubicado en la mesa de luz.

Alba se sorprendió. Como se atreven a molestarla. Ella todavía no pidió el desayuno a la habitación.

La chica estiró la mano y levantó el tubo.

La voz de la recepcionista como siempre era amable pero seca.

—Buenos días señorita, —dijo la recepcionista—Le quería avisar que el gerente del hotel quiere hablar con usted. Si es posible ahora mismo.

Alba se sentó en la cama.

—Dígale que me espere. Primero manadme el desayuno a la habitación.

—Le pido disculpas, pero la conversación con el gerente tiene prioridad.

Al decir esto la mujer cortó la llamada.

Alba miró al tubo sorprendida.

“¡¿Qué se creen?!”

Puso un bata y se bajó a la recepción.

Al ver a Alba, la recepcionista borró la sonrisa.

—¡¿Qué es este trato con el cliente?! —largó Alba apoyando las palmas en la barra.

—Disculpe, pero no es de mi competencia explicarle el origen del problema. El gerente la espera en su oficina, —la mujer señalo a una puerta de vidrio al costado del hall.

Alba le pegó una mirada furiosa y se dirigió a la oficina del gerente.

Antes de que Alba pudo decir algo al entrar a la oficina, el gerente le largó el problema en la cara.

—Señorita Alba, —dijo el hombre con un tono firme y cortante—Su deuda pendiente con nuestra empresa supera más de lo permitido por la administración. Si no puede abonar hoy mismo, lamentablemente tendremos que pedirle que desocupe la habitación.

Alba se quedó sin aliento.

—¿Por qué me habla de con este tono? ¿Qué creen que soy? — dijo Alba, alzando la voz.

El hombre la miró con lastima como diciendo “¿Sabes cuantas como tu he visto acá y las saqué como perros a la calle?”

Alba leyó el mensaje en los ojos del hombre y apretó los dientes.

—Ahora voy y les pagó. ¿Cuánto es?

El gerente miró al informe y le nombró el número.

Sin decir nada Alba salió de la oficina dejando la puerta abierta.

Subió a su habitación y abrió la caja fuerte.

Sacó un manojo de billetes y se sentó en la cama a contar. Pero no había mucho que contar. En segundos la chica se dio cuenta que no llega ni a los veinte porcientos de la deuda. Y eso era el último dinero que le quedaba.

Alba trató de encontrar alguna solución. Negociar con la administración que la esperen con el pago, etc. etc., pero una hora después, el personal del hotel la escoltaba afuera del edificio mientras ella lanzaba miradas furiosas y murmuraba amenazas.

Había empaquetado sus cosas a toda prisa, arrojándolas en su auto. Sentada tras el volante, miró su reflejo en el retrovisor. La imagen que vio no era la de una chica poderosa, sino la de alguien derrotado, al borde del abismo.

Condujo sin rumbo mientras las manos temblaban en el volante. Al llegar a un camino desolado afueras de la ciudad, se detuvo.

Necesitaba pensar. Respiró hondo varias veces, intentando calmar el nudo que sentía en el estómago. Fue entonces cuando decidió marcar el número de Noel.

—¿Alba? ¿Estás bien? —La voz de Noel sonaba preocupada, un contraste con su habitual tono despreocupado.

—Noel… —Su voz se quebró antes de poder continuar.

Le relató todo: el aviso del hotel, el desalojo, la humillación.

Noel la escuchó en silencio, dejando que descargara toda su frustración. Cuando terminó, él suspiró profundamente.

—Alba, mi amor. La única solución que te puedo dar en este momento es que vengas a vivir a mi casa.

Ella dudó por un momento. Aunque había estado con Noel en incontables fiestas y eventos, nunca había estado en su casa. De hecho, no sabía nada sobre dónde vivía ni cómo era su vida fuera de las noches glamorosas que compartían.

—Está bien. Acepto —dijo con un tono es que le hacía un favor al chico.

—Me alegro Alba. Te enviaré mi ubicación ahora mismo.

Unos segundos después, Alba recibió un mensaje con las coordenadas. La chica miró el mapa. Respiró hondo y encendió el motor. Algo en su interior le decía que esa decisión cambiaría todo, pero no estaba segura de sí para bien o para mal.

Cuando Alba llegó al edificio, Noel estaba en la entrada.

Allí no más, el chico se acercó al auto y abrió la puerta ayudando a Alba salir.

Apenas Alba salió Noel el abrazo fuerte y le hizo un cariño en la cabeza.

—Tranquila mi amor —dejo el chico —ya lo vamos a solucionar.

Alba se apartó con una mirada fría si como estas palabras no eran suficientes.

—Valijas—dijo a Noel señalando el baúl y se dirigió a la entrada del edificio.

El eco de los pasos resonó en el estrecho pasillo del edificio mientras Alba subía con cierto desgano al departamento de Noel. Aún sentía el estrés acumulado en sus músculos, un vestigio de lo que había sucedido apenas unas horas atrás en el hotel. Sus manos frías se aferraban al barandal, como si el contacto con el metal pudiera anclarla a algo tangible en medio de la nebulosa de pensamientos caóticos que le recorrían la mente.

Atrás de ella el chico subía con las valijas.

—Pasa, —le dijo, abriendo la puerta.

Alba cruzó el umbral y de inmediato su nariz fue asaltada por una mezcla de olores: comida olvidada, libros viejos y algo más que no pudo identificar.

El departamento era pequeño, con una sala que apenas consistía en un sofá desgastado, una mesa repleta de papeles y una cocina abierta donde los platos sucios se amontonaban en el fregadero. Alba se detuvo en seco, incapaz de disimular su desagrado.




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