El Rostro Prestado. Libro I

CAPITULO 28. ¡Que empiece el robo!

Rina cerró los ojos por un instante, apretando los puños sobre el teclado. La pantalla del sistema de gestión contable mostraba una larga lista de códigos y números que parecían danzar con crueldad ante sus ojos cansados. Había pasado las últimas cuatro horas intentando cuadrar las cuentas de la empresa, pero algo no encajaba, y no lograba identificar el error.

—¿Todavía aquí, señorita Alba?—la voz grave de Carla, la sobresaltó. Ella alzó la vista con una sonrisa cansada.

—Sí, señora Carla. Unos pendientes. Ya casi termino… o eso espero.—

—No vayas a agotarse demasiado. Una mente cansada comete más errores. Te lo digo por mi propia experiencia.

Rina asintió, pero no se movió de su asiento. Su mente zumbaba con una mezcla de frustración y agotamiento. Era su tercer día en el departamento de contaduría, y aunque había aprendido a manejar lo básico del sistema, la profundidad de los procesos la abrumaba. No se trataba solo de aprender cómo introducir datos; había que comprender cómo todo estaba conectado: los inventarios, las facturas, los reportes financieros. Cada error podía significar horas de revisión.

En un momento de desesperación, apartó la silla y se puso de pie. Caminó hacia la ventana del despacho y miró hacia afuera. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, como una promesa de un mundo que no conocía. La vida de lujo que había llevado hasta entonces le parecía cada vez más ajena. Las cenas de gala, los viajes exóticos, los autos lujosos... todo eso lo que soñaba había perdido su brillo. Ahora solo quería paz, una vida simple y tranquila, lejos de las expectativas y presiones.

“Tal vez debería huir”, pensó. Pero no podía. No ahora. Y aunque la idea de escapar era tentadora, también era cobarde.

Volvió a su escritorio y tomó un sorbo de café ya frío. Con un suspiro, se dispuso a revisar las cuentas nuevamente. Esta vez, se centró en una línea específica que había pasado por alto antes. Notó algo extraño: una transferencia que no correspondía a ninguna de las operaciones habituales. Un monto considerable enviado a una cuenta desconocida.

Rina frunció el ceño y buscó en los archivos. No había ninguna autorización para esa transacción. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Sería un error del sistema? ¿O alguien estaba intentando ocultar algo?

Rina se quedó pensando. ¿Si se puede hacer una transferencia de dinero sin previa autorización entonces?…

Las ideas empezaron a correr por su mente a mil por hora.

Esa era la solución para ella.

Rina guardó la información de la cuenta y del procedimiento.

Rina sintió que la sangre le hervía del estrés.

—Acá esta…—murmuró, golpeando suavemente el monitor.

Un ruido a sus espaldas la hizo voltear rápidamente. No había nadie, pero el ambiente se sentía más pesado. El silencio de la oficina, que usualmente encontraba tranquilizador, ahora le parecía opresivo.

Decidió apagar la computadora y guardar los papeles en su bolso. Mañana tenía que hacer la primera prueba.

Mientras salía de la oficina, sintió una extraña sensación de ser observada. Se detuvo en la puerta y miró hacia atrás. Las sombras de los escritorios se alargaban bajo la luz tenue.

“Estás paranoica”, pensó, intentando convencerse. Pero no pudo evitar caminar rápidamente hacia el estacionamiento, donde la esperaba un taxi. La noche era densa, y el eco de sus pasos retumbaba en el edificio vacío.

Al subir al auto, decidió que esa noche intentaría descansar. Pero mientras estaba yendo a la casa, no podía dejar de pensar de lo que la esperaba mañana. Algo muy riesgoso. Mucho más riesgoso de lo que había imaginado.

***

Al día siguiente cuando Rina estaba trabajando en su escritorio sintió la mirada fulminante de Carla clavada en su nuca.

La chica trató de concentrarse en la pantalla de la computadora. Los códigos contables de repente se convirtieron en un idioma extranjero que apenas lograba descifrar, y cada vez que cometía un error, el suspiro exagerado de Carla la ponía más nerviosa.

—Rina, ¿cuánto tiempo necesitas para entender esto?—espetó Carla, cruzando los brazos con exasperación.

Rina tragó saliva y trató de mantener la calma. Sabía que disculparse solo enfurecería más a su supervisora, pero también sabía que no podía seguir demorándose.

—Estoy revisando las instrucciones de nuevo. Solo necesito unos minutos más…—intentó decir con firmeza, pero su voz salió temblorosa.

Carla bufó y se alejó, murmurando algo ininteligible. Rina cerró los ojos por un instante, intentando calmar el nudo que se había formado en su estómago. No era solo Carla lo que la ponía al borde; era todo. El trabajo, la presión, y, sobre todo, el plan que había comenzado a implementar.

Había que ver cómo desviar pequeñas cantidades de dinero sin ser descubierta. Primero, identificó las cuentas menos monitoreadas y las transacciones que podían pasar desapercibidas, es decir, que no necesitaban la autorización previa. Luego, empezó a ejecutar el plan de manera lenta y cuidadosa. Sin embargo, cada clic en el sistema y cada registro alterado aumentaban su ansiedad.

“Esto no es sostenible”, pensó mientras revisaba nuevamente los reportes para asegurarse de que no quedaran rastros. Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que alguien notara algo extraño. Necesitaba encontrar una forma de encubrirlo todo, un plan definitivo que la protegiera si las cosas salían mal.

Esa noche, mientras caminaba al taxi, la tensión acumulada durante el día la golpeó de lleno. Sentía los músculos de los hombros duros como piedra y el constante zumbido de pensamientos en su cabeza no le permitía relajarse. Escuchó el motor y se quedó quieta por un momento, respirando hondo. Tenía que mantener la calma; el más mínimo error podía ser su ruina.

Al llegar a casa, se tumbó en el sofá con el portátil sobre las piernas. Empezó a investigar métodos para cubrir desfalcos financieros. La información que encontraba solo aumentaba su paranoia. Cada artículo sobre casos descubiertos le recordaba lo vulnerable que era.




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