El Rostro Prestado. Libro I

CAPITULO 29: La vida en pareja.

Alba se despertó tarde, como todos los días desde que había llegado a la casa de Noel. La luz del mediodía se filtraba por las cortinas mal cerradas, pero no tenía prisa por levantarse. Miró el techo, pensando en lo vacíos que se sentían sus días desde que había decidido quedarse ahí.

La casa estaba en silencio. Noel ya había salido temprano para el trabajo, como siempre. Alba finalmente se levantó, se puso una bata y bajó las escaleras. El desorden era evidente: platos acumulados en el fregadero, ropa tirada en el sillón, y migas en la mesa del comedor. Frunció el ceño, pero no hizo nada al respecto. Simplemente se preparó un café y se sentó a mirar la televisión.

El aburrimiento la invadía. Había pensado que vivir con Noel sería diferente, emocionante incluso, pero la monotonía la estaba consumiendo. Pasó el día sin hacer mucho, navegando por las redes sociales y hojeando revistas. Cada minuto que pasaba se sentía más atrapada, pero no encontraba la energía para cambiar su situación.

Cuando Noel regresó del trabajo al anochecer, el cansancio era evidente en su rostro. Llevaba una bolsa de compras en una mano y su maletín en la otra. Al entrar, dio un vistazo rápido al desorden y suspiró, pero no dijo nada. Dejó las bolsas en la cocina y comenzó a desempacar.

—¡Hola! —dijo Alba, asomándose desde el sofá.

Noel la saludó con un gesto leve y fue directo a preparar la cena. Mientras picaba verduras, también lavaba los platos acumulados del día anterior. Alba lo observaba desde la puerta de la cocina, sin sentir alguna culpa.

—Noel, ¿por qué no contratas a alguien para que haga esto? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Noel se detuvo por un momento, dejando el cuchillo sobre la tabla de cortar. Se giró hacia ella, con una ceja levantada.

—¿Y con qué dinero, Alba? Apenas nos alcanza para lo esencial.

Ella cruzó los brazos, molesta por su tono.

—Bueno, yo no puedo vivir así. Esto no es vida. No sé hasta cuándo voy a aguantar.

—¿Y qué quieres que haga? —replicó él, tratando de mantener la calma pero claramente irritado—. Trabajo todo el día, llego a casa y hago lo que puedo. ¿Qué estás haciendo tú para ayudar?

El comentario la hizo saltar.

— ¡Si yo trabajo, no es asunto tuyo, Noel! —espetó, con los ojos brillando de furia.

Noel se quedó mirándola, incrédulo.

— ¿Tu trabajo? —Repitió, casi con sorna—. Ni siquiera estoy seguro de qué haces todo el día.

Alba apretó los labios y se giró para salir de la cocina, dejando atrás un silencio tenso. Subió las escaleras y se encerró en la habitación, donde se sentó en la cama, tratando de calmarse. Pero las palabras de Noel seguían resonando en su mente.

Abajo, Noel terminó de cocinar y se sentó a cenar solo. La tensión entre ellos era palpable, y ambos sabían que la situación no podía continuar así por mucho tiempo. Pero ninguno de los dos estaba dispuesto a dar el primer paso para solucionarlo.

***

Rina observó el reloj por tercera vez en cinco minutos. Estaba lista, con un vestido negro sencillo pero elegante, esperando a Sergio en el recibidor de su departamento. Cuando finalmente llegó, el sonido del motor de su auto la hizo saltar. Bajó las escaleras con una sonrisa nerviosa.

—Estás preciosa —dijo Sergio al verla. Ella le sonrió, algo ruborizada, y subió al auto.

Condujeron en silencio durante unos minutos, hasta llegar a un restaurante acogedor, iluminado con luces cálidas que contrastaban con el frío de la noche. Se sentaron junto a una ventana, y Sergio, siempre atento, pidió un vino para acompañar la cena.

Mientras esperaban la comida, Rina suspiró.

—Estoy agotada —confesó—. Este trabajo me está consumiendo.

Sergio frunció el ceño, preocupado.

—Es normal al principio. Estás aprendiendo, adaptándote. Además, trabajas en la empresa de tu padre. No tienes que preocuparte tanto, nadie te va a echar.

Rina bajó la mirada, jugando con el borde de su copa. Pensaba en lo irónicas que eran sus palabras. Sergio no tenía idea del riesgo que ella corría. El plan que había comenzado a ejecutar la mantenía en un estado constante de alerta.

—No es tan simple —replicó, más bruscamente de lo que había planeado. —No entiendes la presión que tengo.

Sergio ladeó la cabeza, confundido.

—Alba, sólo quiero ayudarte. No tienes que cargar con todo esto sola.

Pero antes de que pudiera responder, el camarero llegó con la cuenta. Sergio sacó su billetera, pero Rina se ofreció a pagar. Cuando revisó el recibo, se dio cuenta de un detalle que le llamó la atención: un cargo duplicado que había pasado desapercibido. Una idea comenzó a formarse en su mente, un método que podría usar para desviar fondos de la empresa sin que nadie lo notara.

Al salir del restaurante, Rina estaba absorta en sus pensamientos. Sergio, sin embargo, la tomó de la mano y la detuvo.

—Oye —dijo suavemente, acercándose a ella—. No quiero que esto sea sólo otra noche más.

Antes de que pudiera responder, Sergio se inclinó y la besó. El mundo se desvaneció por un momento; los problemas, las tensiones y los riesgos quedaron en un segundo plano. Rina cerró los ojos, dejando que la calidez de ese instante la envolviera. Por primera vez en semanas, se permitió sentir algo más que preocupación.

Cuando se separaron, Sergio le sonrió.

—Todo va a estar bien, ya lo verás.

Rina asintió, aunque una parte de ella sabía que las cosas apenas estaban comenzando a complicarse.

***

La lluvia caía con fuerza sobre las ventanas, dibujando caminos irregulares que reflejaban la luz tenue del salón. Rina cerró la puerta de la casa con cuidado, intentando no hacer ruido. Pero apenas dio un paso dentro, la figura de Héctor emergió de las sombras del pasillo.

—¿Dónde estuviste? —preguntó con un tono bajo y frío como el clima afuera.

Rina tragó saliva buscando una respuesta que no encendiera su ira.




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