Héctor estaba sentado detrás de su escritorio, observando la ciudad a través de la ventana. A pesar de la calma aparente, su mente era un torbellino de pensamientos y preocupaciones. La trampa que Lefevre había montado contra él lo tenía al borde del abismo, y cada vez se sentía más cerca de caer. Había hablado con su abogado y su contador, pero aún no había encontrado una solución clara, hasta ahora.
El abogado entró primero, seguido del contador, con expresiones serias en sus rostros. La tensión en la habitación era palpable. Héctor les hizo un gesto para que se sentaran, y los tres permanecieron en silencio por un momento. El ambiente estaba cargado de urgencia.
—He estado pensando —comenzó Héctor, su voz tensa—. Hay una forma de salvarnos de la estafa de Lefevre. Necesitamos encontrar a alguien dentro de la empresa que sea culpable de la transacción fraudulenta.
El abogado frunció el ceño, claramente desconcertado.
—¿A quién sugieres?
Héctor se apoyó en su silla, cruzando los brazos, mientras sus ojos se enfocaban en un punto lejano.
—Alguien que no solo sea culpable, sino que también pueda ser manejado.
El contador lo miró, frunciendo el ceño también. Héctor, sin cambiar de postura, les dirigió una mirada calculadora.
—Alba. Mi hija.
Hubo un silencio pesado en la habitación. Ni el abogado ni el contador se atrevieron a responder de inmediato.
—Alba… —repitió el abogado, con voz cautelosa—. ¿La misma Alba que está comprometida con el hijo de Wang?
Héctor asintió lentamente.
—Sí. Ella es la clave. Si le echamos la culpa a ella, el escándalo quedará limitado a la empresa y no se expandirá a mi círculo cercano. Además, con ella en el centro de todo, podría evitar que el caso se convierta en una pesadilla pública. Pero el asunto es… en este caso… no puedo seguir adelante con el matrimonio de Alba con el hijo de Wang. Así que, por ahora, ella ya no me sirve como prometida. Puede ser útil de otra manera.
El abogado y el contador se miraron brevemente. El plan era arriesgado, pero Héctor tenía la capacidad de manipular la situación a su favor. Sin embargo, algo en la propuesta hacía que ambos se sintieran incómodos.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó el contador, con duda en la voz.
Héctor no dudó.
—Es lo único que puedo hacer. Ella es la más indicada ya que pertenece a la familia. El escándalo será contenido dentro de la empresa, y nadie más fuera de la esfera de negocios lo sabrá. Si logro hacerle creer a todos que fue Alba quien cometió el error, yo podré salir limpio de todo esto.
El abogado suspiró. Sabía que las cosas podían complicarse rápidamente, pero también entendía que Héctor estaba jugando una partida peligrosa.
—¿Y cómo planeas meter a Alba en eso? —preguntó el abogado, cruzando los brazos.
Héctor sonrió fríamente, y en sus ojos brilló una chispa calculadora.
—Eso es lo más fácil. Alba ya está trabajando en la empresa, en la contaduría y eso es suficiente para echarle la culpa.
El contador y el abogado asintieron lentamente, aunque ninguno de los dos parecía completamente cómodo con la dirección que estaba tomando la conversación. Sin embargo, sabían que Héctor había estado manejando situaciones como esta durante años.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó el abogado, dispuesto a seguir el plan.
—Primero, asegúrense de que todo esté preparado. Necesito tener pruebas que puedan vincular a Alba con la transacción. Si encontramos algo que la vincule directamente con el manejo de esos fondos, será mucho más fácil hacer que todo caiga sobre ella.
Héctor se levantó de su silla, mirando a sus dos colaboradores.
—Una cosa más... Nadie en la empresa tiene que saberlo. Todo va a explotar al último momento.
El abogado y el contador se levantaron al mismo tiempo, conscientes de la gravedad del momento. Sabían que, si todo salía según lo planeado, Héctor podría salir victorioso. Pero si las cosas se torcían, el precio podría ser mucho más alto de lo que todos estaban dispuestos a pagar.
***
Alba estaba sentada en el sillón del apartamento de Noel con los ojos perdidos en la distancia. La luz tenue que se colaba a través de las cortinas apenas iluminaba el rostro tenso de la joven. En sus manos, sostenía una copa de vino casi vacía, pero ni siquiera la bebida parecía aliviar la ansiedad que la consumía.
La casa de Noel estaba en silencio, como si el ambiente absorbiera sus pensamientos oscuros y complicados. Aunque no podía dejar de pensar en el paso que estaba a punto de dar, algo en su interior la impulsaba hacia adelante. Un futuro lleno de incertidumbre, pero también de oportunidades.
Noel llegó más tarde de lo habitual, después de un día agotador. La puerta se cerró detrás de él con un ruido sordo, y al instante, se dirigió hacia la sala. Vio a Alba allí, en su lugar habitual, pero notó la expresión distante en su rostro.
—¿Qué pasa, Alba? —preguntó Noel, su voz cargada de preocupación. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía adivinar qué la estaba atormentando.
Alba levantó la vista lentamente y le dio una sonrisa forzada, intentando esconder el torbellino interno que la dominaba.
—Nada, solo estaba pensando en mis negocios —respondió ella, con una calma que no coincidía con lo que sentía por dentro.
Noel la observó de cerca, sin convencerse completamente.
—¿Negocios? ¿Cuáles? —dijo con una ligera sonrisa, como si intentara restarle tensión a la conversación—. Alba, sabes que no me engañas. ¿Qué está pasando?
Alba dejó escapar un suspiro profundo, como si finalmente dejara caer la barrera que había estado construyendo dentro de sí.
—Es algo que he estado planeando por un tiempo —confesó, su voz más grave y seria que antes—. Necesito volver a España.
Noel frunció el ceño, confundido.
—¿España? ¿Por qué? —preguntó, sin entender de inmediato.