Alba estaba en silencio, mirando por la ventana del auto mientras la carretera se deslizaba bajo las ruedas. El interior del coche estaba cargado de tensión. Su mano descansaba sobre el asiento, sin tocar nada, como si no pudiera decidir si quería estar aquí, en este momento, o si preferiría estar en cualquier otro lugar. El sonido del motor era lo único que rompía la quietud de la noche, pero la atmósfera entre ellos estaba pesada.
Noel, al volante, no podía evitar notar la incomodidad de Alba. Ella estaba tensa, más de lo normal, y eso le preocupaba. Aunque había intentado no presionarla, no podía dejar de preguntarse qué estaba pasando realmente. Algo no encajaba, algo que Alba no estaba dispuesta a compartir.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó Noel, con voz suave pero cargada de curiosidad. Miró de reojo a Alba, pero ella ni siquiera lo miró. Estaba absorta en sus pensamientos, mordiéndose el labio inferior, como si estuviera lidiando con una tormenta interna.
Alba, sin mirarlo, respondió con un tono áspero:
—No es asunto tuyo, Noel.
Las palabras salieron de su boca con una dureza que lo sorprendió. Noel la observó por un momento, sintiendo cómo el malestar comenzaba a formarse entre ellos. Aceleró ligeramente y, de repente, detuvo el auto de golpe en el arcén de la carretera, justo a un lado. Alba reaccionó, sobresaltada, cuando el auto frenó bruscamente.
Se dio vuelta hacia ella con una mirada fija y seria.
—Noel, ¿qué haces? —Alba no pudo esconder el desconcierto.
—Te estoy mirando, Alba. Y necesito saber qué está pasando. ¿Por qué me estás ocultando algo? No puedo seguir así. —Noel tomó un respiro profundo, su voz más grave de lo habitual—. Si esto sigue, voy a empezar a pensar que eres una criminal.
Alba se quedó en silencio. Sus ojos vacilaron por un momento, luego miró al frente. Sabía que no podía seguir evitando las preguntas de Noel. Pero, a la vez, no quería arrastrarlo aún más en lo que estaba a punto de hacer. No sin explicarle todo, y eso era lo que más la aterraba. El futuro que planeaba no cabía en el espacio de una simple conversación. Si él supiera toda la verdad, la miraría de otra forma.
Suspiró, dejando que el aire escapara de sus pulmones en una exhalación profunda. No tenía idea de cómo manejar la situación.
—Solo fue... un tema pesado con mi padre —dijo, la voz temblando ligeramente—. No puedo explicarte todo ahora. Cuando termine todo, te contaré, pero ahora tengo que hacer unas cosas. Te pido que me entiendas, que me aceptes como soy.
El silencio invadió el auto nuevamente, pero esta vez era diferente. Noel observó su rostro, notando la tensión, la incomodidad, y por primera vez, vio la vulnerabilidad en los ojos de Alba. Sabía que había algo mucho más profundo que ella no quería compartir, algo que la estaba llevando a tomar decisiones de las que no estaba tan segura. Y, por más que le doliera, él no podía obligarla a hablar antes de que estuviera lista.
Se quedó mirando por unos segundos más, suspiró y soltó el volante con una mano, girándose hacia ella con una expresión que reflejaba todo lo que sentía.
—Alba —dijo suavemente—, te amo. Y por eso voy a seguirte el juego. Pero, cuando todo esto termine, quiero saber la verdad.
Alba no pudo evitar que una lágrima traicionera se asomara en su ojo. Desvió la mirada, sin querer que él la viera, aunque sabía que Noel siempre podría leerla como un libro abierto. Estaba atrapada entre su amor por él y las decisiones que había tomado para mantenerlo alejado de la oscuridad que estaba a punto de sumergirse aún más.
—Lo prometo —dijo ella, apenas en un susurro, sin saber si podría cumplir esa promesa algún día.
El silencio volvió a envolverlos mientras Noel ponía el coche en marcha nuevamente. Aunque Alba estaba al volante de su propio destino, sentía el peso de las decisiones que había tomado. Estaba caminando por un camino sin retorno, pero el amor que sentía por Noel era la única cosa que la mantenía parcialmente anclada a la realidad.
La frontera no estaba tan lejos. Pero, en su mente, la verdadera línea que estaba cruzando no era geográfica. Era mucho más profunda.
***
Rina se deslizaba por la casa, con el corazón acelerado. Se aseguraba de no hacer ruido, como si cualquier sonido pudiera alertar a Héctor, que en ese momento estaba en su habitación de descanso. Había dejado el bolso con el dinero bien escondido en el jardín, esperando el momento adecuado para salir.
Con una mano temblorosa, levantó el bolso del jardín. El peso del dinero dentro le recordaba la magnitud de lo que había hecho. Cada billete, cada transferencia, cada movimiento de sus dedos había sido un paso hacia un destino incierto, y ahora estaba a punto de entregarlo. Sus pensamientos se cruzaban entre el alivio por haber logrado llegar hasta aquí, y la creciente sensación de culpa que la atormentaba. ¿Qué haría una vez entregado el dinero? ¿Podría seguir viviendo como si nada hubiera pasado?
No podía quedarse mucho tiempo pensando en eso. Debía actuar rápido.
Se apresuró a salir de la mansión, cuidando de no hacer ningún ruido. Al llegar a la calle, vio el taxi estacionado en la esquina, esperando por ella. Sin pensarlo más, se acercó al vehículo y abrió la puerta.
—¿A dónde vamos, señorita? —preguntó el conductor, con una voz neutra, sin interesarse por su aparente agitación.
—A la dirección que te diga por el camino —respondió Rina, tratando de mantener la calma, aunque sentía el nudo en el estómago crecer. Sabía que no podía retroceder. Este era su único momento.
El taxi arrancó, alejándose rápidamente de la casa que había sido su refugio y su prisión durante tanto tiempo. La ciudad pasaba velozmente por la ventana, luces y sombras difusas que se mezclaban en su mente, y Rina no podía evitar pensar en todo lo que estaba por perder. Si Héctor llegaba a enterarse de lo que había hecho, todo acabaría. Pero la imagen de la Dra. Sari que la obligó a hacerlo, la impulsaba hacia adelante. El dinero debía entregarse. Era lo único que podía hacer para obtener la paz momentánea. Y tal vez, después de todo esto, podría empezar a recuperar algo de control sobre su vida.