El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 36: La Confrontación y la Huida

Rina estaba completamente tensa mientras caminaba por el sendero poco iluminado que la había conducido al lugar aislado donde la llevó la Dra. Sari. El aire de la noche era frío, y una ligera neblina lo envolvía todo, dándole al paisaje un toque sombrío. La mujer caminaba adelante con la calma que solo los expertos en manipulación y chantaje podían tener. Rina, sin embargo, no sentía ni calma ni tranquilidad.

Se detuvieron en un lugar abierto.

—Aquí está el dinero —dijo Rina, entregando la bolsa con los 300 mil que había robado de la empresa de su padre.

La Dra. Sari sonrió de manera suave pero calculadora, como si ya hubiera esperado el momento. Tomó la bolsa sin dudar.

—Perfecto, Rina. Este es el trato que habíamos acordado. No quiero que cambies de opinión más tarde. Tú y yo sabemos que esto tiene que mantenerse en secreto.

Rina la miró con desconfianza, pero no dijo nada. Estaba agotada de tanto juego, de tanto chantaje, y no podía soportar la idea de ser manipulada más tiempo.

—No quiero más chantajes, doctora —dijo Rina con firmeza—. Esto es el último.

La Dra. Sari la observó con una mirada que mezclaba curiosidad y desdén.

—Te lo prometo.

Rina respiró hondo, tratando de mantener la calma. En ese momento, su celular vibró en su bolsillo. Miró la pantalla y vio que era María. Sintió una punzada de ansiedad. Contestó rápidamente.

—¿María? —preguntó, tratando de mantener la voz estable.

Al otro lado de la línea, María parecía alarmada, casi sin aliento.

—Alba, estas en problemas… La policía ha llegado a la casa. Te están buscando. ¡Van a arrestarte!

El corazón de Rina se detuvo por un instante. La sangre le subió a la cabeza mientras la información recorría su mente como una flecha. El dinero. El robo. La descubrieron. ¿Tan pronto?

—¿Qué? —preguntó, casi sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Por qué?

—No sé, Alba.

María no pudo decir nada más. Solo escuchó el sonido de la llamada cortándose. El aire que la rodeaba a la chica ahora parecía estar cargado de tensión. Se sentó en una piedra cercana, miró la bolsa con el dinero en las manos de la doctora y su mente empezó a girar frenéticamente.

Nunca imaginó que las cosas fueran a escalar tan rápido. Todo lo que había hecho hasta ahora, el robo, la mentira, ahora estaba por explotarle en la cara. La policía estaba a punto de atraparla, y ella había caído en su propia trampa.

En un impulso, miró a la Dra. Sari, quien la observaba con una mezcla de expectación y diversión.

—Rina, ¿todo bien? —preguntó la Dra. Sari con una sonrisa entrecortada.

Rina no le respondió. De repente, una idea desesperada cruzó su mente.

—Dame la bolsa —dijo, mientras avanzaba hacia la Dra. Sari con determinación.

La Dra. Sari la miró confundida, tratando de esconder la bolsa atrás de ella en un gesto de sorpresa.

—¿Qué? —preguntó, retrocediendo—. No puedes hacer esto, Rina. ¡Ahora es mi dinero!

Rina no la escuchó. Avanzó rápidamente y agarró la bolsa con fuerza, luchando con la Dra. Sari, quien intentó detenerla, pero fue en vano. En medio de la lucha, Rina logró zafarse y corrió hacia el lado opuesto, alejándose lo más rápido posible.

—¡Rina, devuélvame el dinero! —gritó la Dra. Sari, con la ira marcada en su voz—. ¡Te voy a dilatar, te lo prometo!

Rina no miró atrás. El miedo la impulsaba, el miedo a que todo su mundo se viniera abajo, pero algo en su interior le decía que debía seguir adelante. No podía rendirse ahora.

Corrió a través del oscuro bosque que rodeaba el lugar con los pasos rápidos y decididos. Tenía que llegar lejos, tan lejos como pudiera, hasta elaborar un plan de escape.

De se detuvo respirando agitada. Sacó su teléfono y mandó un mensaje de desesperación explicando brevemente el motivo de la urgencia y del peligro, sin entrar en detalles.

Sergio no tardó en contestar.

“¿Dónde estás?”

Con el pulso acelerado, Rina le mandó la ubicación.

La respuesta del chico fue casi inmediata: “Te espero en el viejo almacén cerca de la estación de tren. No tardes.”

Rina levantó la bolsa y, por un instante, pensó en todo lo que había hecho para llegar hasta allí. Ya no había vuelta atrás. Y el miedo la empujaba.

Con el corazón latiendo con fuerza, comenzó a caminar rápido a la estación de tren, sin saber si podía confiar plenamente en este chico.

***

La casa de Héctor estaba sumida en un silencio tenso, interrumpido solo por los pasos de los agentes de policía que recorrían el pasillo. La presión seguía en el aire, pesada e inevitable. Los agentes llegaron hasta la habitación de Rina con la orden de arresto lista y las pruebas necesarias para incriminarla. Sin embargo, cuando abrieron la puerta y entraron, encontraron una habitación vacía.

Un agente avanzó y miró alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie escondido. El cuarto estaba impecable, pero la ausencia de Alba era inconfundible. La cama estaba hecha, el escritorio ordenado, pero no había rastro de la joven.

—Nada aquí, jefe. —El agente que había entrado dio un paso atrás y se acercó a su superior.

—Revisa otra vez, —El oficial jefe, con rostro severo, frunció el ceño—. Tiene que estar aquí. Revisen toda la casa.

Después de unos minutos se dieron cuenta que la chica no está.

El oficial jefe caminó hacia las escaleras y llamó a Héctor, quien ya estaba en el comedor, aparentemente tranquilo pero claramente nervioso. Cuando la policía llegó, Héctor se había mostrado sorprendido, actuando lo más natural posible, pero la incertidumbre sobre el paradero de su hija lo tenía inquieto.

—¿Dónde está su hija, señor Héctor? —preguntó el agente mientras entraba en la sala.

Héctor se levantó de su silla y se acercó a los agentes, tratando de mantener una expresión de asombro genuino. Pero por dentro estaba tan sorprendido como la misma policía.




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