Rina se encontraba en la oscuridad, solo la luz del teléfono móvil iluminaba su rostro tenso. El sonido del viento era lo único que rompía el silencio, mientras las palabras de Sergio resonaban en sus oídos, amplificando el miedo que sentía.
—¿Sergio, te falta mucho? —preguntó Rina, con voz baja. Afuera, la noche comenzaba a tomar una tonalidad espesa, y su corazón palpitaba con fuerza.
—Estoy cerca, Alba. ¿Puedes salir? —respondió Sergio, su tono de voz algo grave, como si estuviera también sintiendo la presión de la situación.
Rina miró a su alrededor, asegurándose de que no la estuvieran siguiendo. La policía ya estaba en su casa, investigando a fondo, y la chica sabía que no tendría mucho tiempo antes de que la buscaran en las calles.
—Sí, ya voy. —Rina susurró, cerrando la puerta del almacén. Salió a la calle, como había acordado con Sergio, y se dirigió al auto del chico.
El aire estaba frío, y cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. Estaba a punto de hacer lo impensable: huir con el dinero robado de la empresa de su padre.
Cuando Rina llegó al auto, vio la figura de Sergio dentro, esperando con la puerta entreabierta. Se metió en el vehículo y cerró la puerta. El auto arrancó inmediatamente.
—Ahora cuéntame con detalles que pasó. No te entendí todo cuando me llamaste. —dijo Sergio, mirando de reojo a la chica.
Rina suspiró profundamente y miró hacia el frente, con la cabeza llena de pensamientos caóticos. Finalmente, miró a Sergio, con los ojos llenos de incertidumbre.
—Robé el dinero de la empresa... 300 mil. —la voz tembló por un momento antes de continuar—. La policía está en mi casa, los oficiales me están buscando. Tengo miedo, Sergio. No sé qué hacer.
Sergio la observó fijamente por un momento.
—Alba. ¿Es verdad de lo que estás diciendo? Yo siempre supe que eres una chica atrevida, pero para hacer esto imagino que tenías buenos motivos.
—Los tenía. Créeme.
Sergio suspiró sin apartar la mirada de la carretera.
—¿Me lo puedes contar?
Rina se quedó en silencio.
—Entiendo —dijo Sergio. —Entonces pensemos que puedes hacer ahora. Creo que tienes que salir de aquí. Quiero decir, del país. Ir a otro país, donde la policía no te encuentre. Lo primero es mantener la calma, y lo segundo... —el chico sonrió—creo que este dinero te puede ayudar. Pero, tenemos que actuar rápido.
—¿Qué significa “tenemos que”? Tu no estas metido en mis líos. Solo llévame a un lugar seguro y vuélvete a tu casa a dormir y mirar la tele.
De repente Sergio frenó el auto. El impacto los tiró a los dos al panel de la cabina.
El chico se dio vuelta y la miró con una expresión de enojo.
—Alba. ¿Todavía no entendiste que te amo? ¿No entendiste que tan grande es el amor que siento por ti? Pero, está bien. Creo que es el momento perfecto que lo entiendas.
Rina lo miró con lágrimas en los ojos.
Lo abrazó fuerte.
Por primera vez en años se sentía protegida. O, por lo menos que hay alguien que la ama hasta tal punto que para jugarse por ella.
Se quedaron abrazados por unos minutos.
—No podemos perder tiempo, mi amor—dijo Sergio.
Y en este momento Rina se acordó de algo que le tiró al abismo toda la esperanza.
—No tengo el pasaporte, Sergio. No puedo salir del país sin él. —la preocupación se reflejaba en su voz, y en su rostro una expresión de desesperación comenzaba a tomar forma.
Sergio frunció el ceño al escuchar esto.
—¿Cómo que no tienes el pasaporte? —preguntó, incredulidad en su voz.
Rina bajó la mirada.
—Se quedó en mi casa... —suspiró con frustración—. Estoy atrapada, Sergio.
Se hizo silencio.
Sergio se quedó pensando.
En ese momento, la mente de Rina comenzó a procesar una nueva idea.
—María... —dijo de repente, como si una chispa de esperanza iluminara su rostro—. María puede ayudarme. Ella me avisó de la llegada de la policía. Capas que me lo puede alcanzar.
Sergio la miró con una expresión mezcla de sorpresa y desconfianza.
—¿María? ¿De verdad crees que puede ayudarnos? Ella está atrapada en la casa llena de policías, Alba. —Respondió con preocupación—. No es seguro que se atreva.
Rina apretó los labios, claramente indecisa.
—No tengo opción. —dijo finalmente—. Voy a llamarla, ella lo puede traerme por la parte trasera de la casa. O tirarlo por la ventana.
Sin pensarlo dos veces, Rina sacó el teléfono y marcó el número de María, rezando en su interior para que la llamada no fuera interceptada por la policía.
—¿María? —dijo rápidamente cuando escuchó la voz de la mujer—. Necesito que me acerques el pasaporte. Me tengo que ir del país. Por favor, ayudame.
María, del otro lado, se mostró vacilante al principio.
—Señorita Alba... —dijo, con voz nerviosa—. No sé si puedo. Hay policías por todos lados, ¿qué quiere que haga? No puedo salir, no me dejan...
Rina se mordió el labio, intentando pensar con claridad.
—Voy a ir por la parte trasera, María. —insistió—. Solo tienes que tirarlo por la ventana. Por favor, no me dejes sola en esto.
Hubo un largo silencio en la línea.
—Está bien... lo haré. Pero apúrese, señorita Alba.
La llamada terminó abruptamente. Rina guardó el teléfono y miró a Sergio, quien había estado observando todo en silencio.
—Es mi única opción. María va a ayudarme... —dijo, aunque la ansiedad le apretaba el pecho.
Sergio asintió lentamente, reconociendo que en ese momento no había muchas alternativas y arrancó el auto.
***
La noche estaba extrañamente silenciosa, como si el mundo hubiera dejado de girar por un momento. Rina y Sergio habían llegado a la casa de Rina. Estacionaron el auto en el parque alejado de la entrada. La tensión flotaba en el aire, como una niebla espesa que no dejaba respirar.
Rina miró hacia la casa.
—Voy a ir yo. —Sergio rompió el silencio, mirando a Rina con determinación.