El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 38: La búsqueda de la fugitiva.

El motor del auto rugía mientras Rina pisaba el acelerador a fondo. El sonido de los disparos y las sirenas de la policía aún retumbaba en su cabeza.

Sergio, sentado a su lado, respiraba grave. Su estado era crítico, y Rina sabía que no podía perder tiempo.

El viento golpeaba el rostro de Rina mientras avanzaba a toda velocidad. El coche parecía volar sobre el asfalto, dejando atrás la ciudad y el caos que la había atrapado en su espiral. Pero, por dentro, Rina sentía que no estaba huyendo solo de la policía. Huyó de todo: de las decisiones equivocadas, de la culpa que la consumía, y de las sombras que la perseguían.

Miró a Sergio, que estaba en silencio con el rostro palidecido por el dolor. No podía perderlo. Ya que por fin en toda su vida encontró el verdadero amor.

—Sergio, aguanta —susurró —. Vamos a salir de esto.

Él apenas asintió, con los ojos entrecerrados, luchando por mantenerse consciente.

El coche se deslizaba como un espectro por la carretera, tomando cada curva con rapidez y agilidad.

***

Dentro de la casa de Héctor el ambiente estaba tenso. Los agentes de policía se movían por la casa con profesionalismo, pero una sensación de urgencia flotaba en el aire. Un oficial se acercó a María, quien estaba en la sala, visiblemente nerviosa.

—¿Quién era el hombre y que usted le tiró por la ventana? —preguntó el policía, con tono firme y directo, mirando a María fijamente.

María tragó saliva. Su mente estaba en caos.

—No sé —respondió María, su voz tensa y vacía—. No sé quién era. Nunca lo vi antes.

El policía la miró fijamente, intentando evaluar su reacción. Podía ver que algo no estaba bien, pero no podía presionar demasiado. Sabía que no tenía todas las respuestas, pero debía sacar algo de ella.

—¿Y qué fue lo tiró? —insistió el agente.

María apretó los labios y cruzó los brazos, intentando mantenerse firme.

—No sé —repitió, mirando a los policías que se movían por la habitación con detenimiento—Me llamó Alba y pidió ayuda. Era un paquete. Debe ser algo de dinero.

El agente frunció el ceño, sin convencerse del todo.

—La vamos a detener por ayudar a una fugitiva —dijó.

María agachó la cabeza.

—Llévenla. —el agente hizo una seña y uno de los policías se acercó a María, la esposó y la condujo fuera de la habitación.

Todo estaba fuera de control.

Al pasar por el comedor María se encontró con la mirada sorprendida de Héctor que en un segundo se transformó en un odio.

Perder el trabajo de empleada en casa de Héctor era el problema menor para María.

***

Rina aceleraba el coche, sus manos temblorosas al volante mientras miraba por el espejo retrovisor, buscando cualquier señal de los autos de policía que pudieran estar siguiéndolos. Cada segundo contaba.

—Rina... —la voz de Sergio, quebrada por el dolor, interrumpió sus pensamientos. Él estaba tumbado en el asiento del copiloto, su rostro pálido, los ojos entrecerrados.— Me duele mucho... ¿qué vamos a hacer?

Rina lo miró rápidamente. Sabía que él estaba en un estado crítico, pero no podía permitirse detenerse ahora. El destino de ambos dependía de mantener el rumbo.

—Te prometo que todo va a estar bien —le dijo, aunque la inseguridad en su voz era evidente. Desvió su mirada hacia el frente, sus pensamientos un torbellino de miedo y ansiedad.

Pero la chica se dio cuenta que tiene que hacer algo ahora mismo.

Estacionó el coche y apagó el motor. El silencio era pesado, solo interrumpido por la respiración agitada de Sergio.

Rina miró a Sergio. Su respiración era irregular. El dolor en su abdomen era palpable.

—Sergio, aguanta —le dijo, con un tono suave pero urgente mientras revisaba la herida. Había sangre por todo su costado. Un disparo limpio, pero peligroso.

Con manos temblorosas, Rina comenzó a improvisar lo que podía. Le quitó su camisa y usó una de sus propias prendas para tapar la herida. No era una solución perfecta, pero por lo menos frenaba un poco la hemorragia. Lo vendó con lo que tenía, apretando firmemente la tela sobre la herida.

Sergio la miraba, entrecerrando los ojos, el sudor cubriéndole la frente.

—Te prometo que no te voy a dejar —le susurró, su voz quebrada por la preocupación.

El coche se encendió nuevamente. Rina no dudó, sin mirar atrás, solo avanzando con rapidez. Tenía un objetivo claro: encontrar algo que pudiera ayudarlo antes de que fuera demasiado tarde.

La farmacia de 24 horas estaba a un par de kilómetros. La luz del establecimiento brillaba a través de la ventana, prometiendo alivio. Rina frenó el coche frente a la entrada. Se aseguró de que no hubiera patrullas cerca antes de salir del vehículo con agilidad. Su corazón seguía acelerado, pero el instinto la guiaba.

Rina puso su chaqueta al revés para esconder las manchas de sangre y entró a la farmacia.

Se apresuró en el interior, mirando rápidamente los estantes. Recorrió la tienda con ojos. Compró alcohol, vendas, algodón, y una caja con inyecciones calmantes y antisépticos. No quería dejar nada al azar. Si Sergio no recibía atención médica básica pronto, las consecuencias podrían ser fatales.

En el momento en que regresó al coche, el pánico era palpable, pero la necesidad de mantener la calma la mantenía en pie. Subió rápidamente al auto y arrancó, acelerando hacia su siguiente parada.

Finalmente, encontró un lugar apartado, tranquilo, y estacionó. Se bajó del coche y fue a la parte de atrás, donde Sergio aún estaba respirando pesadamente. Tomó una respiración profunda y comenzó a trabajar rápidamente, limpiando la herida, aplicando el alcohol, y vendando lo mejor que podía. La herida era profunda, pero por ahora, la presión parecía ayudar a detener el sangrado.

Sergio se retorcía del dolor, pero ella no podía hacer nada más que continuar con lo que había comenzado. Le administró las inyecciones de calmante y antiséptico. Sus movimientos eran mecánicos.




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