El Rostro Prestado. Libro I

Capítulo 41: El Cruce.

Rina y Sergio llegaron a la frontera.

El sonido de un silbido rompió el silencio. Un oficial de frontera, con uniforme y rostro serio, levantó la mano para detener el vehículo. Rina se tensó, apagando el motor con un rápido movimiento y sacando el pasaporte de Sergio, junto con el suyo. Estaba lista, pero su cuerpo lo sentía de otra manera. En su mente, cada segundo parecía alargarse, pero sabía que no podía fallar. Tenía que pasar.

El oficial se acercó al auto con paso firme, y Rina, con calma pero con el corazón acelerado, bajó la ventana. El olor del alcohol flotaba en el aire, y el hombre lo percibió de inmediato.

— Pasaportes, por favor — dijo el oficial con voz autoritaria.

Rina le entregó primero el pasaporte de Sergio, luego el suyo. El oficial observó con atención con los ojos recorriendo los documentos antes de mirar al interior del vehículo. Fue entonces cuando notó que Sergio estaba profundamente dormido en el asiento del pasajero con la cabeza reclinada contra el cristal.

- ¿Qué le pasa a tu amigo? —preguntó el oficial mirando fijo a Sergio.

Rina se tensó ligeramente, pero mantuvo su compostura.

-Mi novio... tomó unos tragos de más. Está cansado — explicó con una sonrisa forzada. No vamos a suspender el viaje por una borrachera.

El oficial no parecía convencido del todo, pero no dijo nada. Olfateó el aire, como si estuviera buscando algo más. El olor a alcohol era evidente, pero nada fuera de lo normal en situaciones como esa. Sin embargo, al fijarse en el pasaporte de Rina, algo le llamó la atención. Una parte del pasaporte estaba mojada.

El oficial olió el pasaporte y luego levantó una ceja, al notar que también tenía el leve aroma a alcohol.

— Parece que su viaje podría complicarse, — dijo con un tono serio. — Menos mal que los datos importantes no se han borrado, pero les recomiendo guardar los documentos con más cuidado.

Rina respiró profundamente, disimulando la pequeña gota de sudor que ya se le deslizaba por la frente.

— Lo tendré en cuenta, oficial. Gracias, — dijo, con una sonrisa que intentaba ser natural, aunque su estómago se revolvía por dentro.

El oficial miró una vez más a los dos, inspeccionando el interior del coche y luego volvió a fijarse en los pasaportes. Después de un par de segundos de silencio, asintió, y sin más preguntas, entregó los documentos.

- Está bien. Pueden pasar. Tengan un buen viaje.

Rina asintió rápidamente, sin perder el tiempo. Sin decir una palabra más, arrancó el motor y comenzó a moverse lentamente, manteniendo la calma hasta que, finalmente, pudo dejar atrás al oficial y el puesto de control.

A medida que avanzaba, Rina sintió el peso de la tensión ceder, pero no del todo. Sabía que aún faltaba la frontera de la entrada al otro país.

El viaje en el auto continuó, pero Rina no podía dejar de observar a Sergio de reojo, sintiendo que algo no iba bien. A medida que avanzaba, un leve crujido en el asiento de Sergio llamó su atención. Su mirada se desvió hacia él, y allí, en el asiento del pasajero, apareció una nueva mancha de sangre.

La mancha crecía lentamente bajo su cuerpo, la sangre empapando la tela del asiento. Rina sintió un nudo en el estómago y el pánico empezó a ascender dentro de ella. Sergio seguía dormido, ajeno a su dolor, pero Rina sabía que la situación estaba empeorando. El tiempo corría en su contra. La herida no iba a mejorar por sí sola.

Y Rina ya no tenía tiempo para hacer nada.

Trató de mantener la calma. Estaba sola en este caos, sin recursos, sin mucho tiempo, y con Sergio desangrándose poco a poco. Respiró hondo, conteniendo sus pensamientos oscuros. No podía perder el control. Necesitaba cruzar la otra frontera entrar a otro país, lejos de la persecución.

En ese momento, un pensamiento frío y pragmático la invadió: el oficial no había notado la mancha de sangre. Si bien había revisado todo lo demás con atención, sus ojos no se habían detenido en el lugar equivocado. Rina había tenido suerte, por ahora. Pero no sabía por cuánto tiempo.

Al llegar a la frontera del siguiente país, el procedimiento fue casi igual. El oficial, mirando los pasaportes y haciendo algunas preguntas breves, no encontró nada fuera de lo común. Rina, con el corazón en la garganta, trató de sonreír, pero lo único que podía hacer era pensar en la situación crítica de Sergio.

—¿A dónde se dirigen? — preguntó el oficial con tono monótono.

—Hacia el sur — respondió Rina, con un tono firme, pero sin mirar directamente al oficial.

El oficial asintió y, tras un par de segundos de revisar los documentos, les permitió pasar. Rina no esperaba menos, pero cada frontera cruzada era un alivio temporal, un paso más hacia la libertad, aunque la huida no había terminado aún.

Con la mirada fija en el camino, Rina aceleró el auto y cruzó hacia el otro país, adentrándose en otro territorio. La sensación de libertad era breve, pero al menos sentía que habían logrado escapar del peligro inmediato.

A medida que el paisaje comenzaba a cambiar, los nervios de Rina se desbordaron. Después de un rato, ya más tranquila, se apartó del camino principal, estacionando el auto en una zona apartada, rodeada de árboles. Por fin, con el motor apagado, Rina se permitió un respiro.

Su cuerpo se desplomó contra el volante con la cabeza descansando pesadamente en él, mientras su mente se ralentizaba por el agotamiento. No quería pensar más. No ahora. Solo quería cerrar los ojos por un momento y dejar que el peso del miedo y la tensión se desvaneciera.

Pero incluso mientras descansaba, sabía que esto era solo un descanso momentáneo. La vida de Sergio aún estaba en peligro. Y cada minuto contaba.




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