Rina estaba al volante. Tenía los ojos pesados y nublados por el cansancio. La carretera parecía un interminable río de asfalto, pero su mente estaba mucho más lejos de los kilómetros que avanzaba. Ya estaba muy cansada de este caos. La huida, las mentiras, la violencia… todo se había desbordado de una manera que ni ella había anticipado. Se sentía como si su vida se convirtió en una serie de decisiones que no podía controlar, y lo peor de todo: ya no sabía cómo salir de esta espiral.
Sergio estaba inmóvil con la respiración entrecortada por el dolor. Rina no sabía cuánto tiempo más podría seguir manejando así, con la presión de saber que cada minuto podría ser el último para Sergio. Su herida era grave, y el hecho de que la bala siguiera dentro de él complicaba todo. No quería pensar en lo peor, pero la realidad era que Sergio podía morir en cualquier momento.
El sudor perlaba la frente de la chica mientras pensaba que podía hacer.
¿Cómo podría encontrar ayuda en un país donde no conoce a nadie?
De repente, un sonido bajo, casi inaudible, la sacó de su pensamiento. Sergio se movió en el asiento. Emitió un gemido de dolor.
Rina lo miró rápidamente.
Sergio abrió los ojos, desorientado. Trató de levantarse un poco en el asiento pero un dolor intenso lo tiró otra vez abajo.
—¿Dónde estamos? —, preguntó, mirando a su alrededor con los ojos cansados.
Rina respiró aliviada al ver que todavía estaba consciente.
—Ya cruzamos la frontera, — dijo, tratando de mantener la calma. —estamos a salvo, pero tenemos que atender tu herida.
Sergio la miró con sorpresa, como si no pudiera comprender completamente lo que había sucedido.
—¿A salvo? — repitió en un susurro, con una leve sonrisa a pesar del dolor que reflejaba en su rostro. —Tú me salvaste.
De repente la expresión de la cara del chico se cambió. Una sonrisa pícara iluminó su rostro.
Parece que él se acordó de algo muy interesante.
—¿Así que tu madre era enfermera?
Las palabras de Sergio hicieron que Rina se tensara en el asiento. Su respiración se detuvo por un segundo, y su mente entró en pánico.
“¿Qué quiere decir con eso? ¿Será que él conocía a Alba suficiente para saber quién era su madre en realidad? ¿Y ahora con un simple descuido de Rina la descubrió?”
La mentira que había estado ocultando tanto tiempo se cayó, o al menos, él sospechaba algo.
Rina no le contestó. Solo intentó calmarse. No sabía qué pensar.
El silencio que se instaló en el coche se volvió pesado. Ella trató de sonreír para aliviar el ambiente, pero su sonrisa era una sombra vacía.
Sergio se quedó pensando, pero sin hacer más preguntas.
Rina seguía manejando el auto dejando este tema para después. Pero sabía que van a volver a hablar sobre esto.
Una lagrima se deslizó por la mejilla de la chica.
***
Héctor estaba solo en la sala de su casa, con la lámpara tenue iluminando las paredes llenas de recuerdos. Un vaso de whiskey descansaba en su mano, y el líquido dorado reflejaba la luz, como si fuera la única cosa que aún le proporcionaba algo de consuelo en este mar de caos.
Había pasado tantas horas pensando en las decisiones que había tomado, en lo que había tenido que hacer para proteger su fortuna, su vida, para mantener el control sobre la empresa. Y en el proceso había sacrificado a su propia hija.
Por un lado, se sentía culpable. ¿Cómo pudo haber traicionado a Alba de esa manera? Él, quien le había dado todo, la había criado bajo su techo, la había amado en su propia forma retorcida. Y ahora, por sus propios intereses, la había dejado caer en una trampa que había diseñado. Pero, por otro lado, había algo en él que no podía negar. El miedo. El miedo a perder todo lo que había construido. El imperio que había logrado construir durante años. Y eso, para él, era lo único que importaba.
Tomó otro trago, esta vez más largo, como si el alcohol pudiera borrar por un momento la angustia que sentía. Sabía que no había vuelta atrás.
De repente, el sonido del celular interrumpió el pesado silencio. Sacó el teléfono del bolsillo. Era el abogado.
—¿Qué pasa? — preguntó Héctor.
—Buenas noticias, Héctor— respondió el abogado. —Acabo de recibir una llamada de la policía. Detuvieron a Alba en la frontera.
El corazón de Héctor dio un vuelco. Todo salió según lo planeado.
—¿La atraparon? — preguntó, casi con incredulidad.
—Está en la comisaría. Mañana me presentaré como su abogado para poner en marcha todo el proceso. Y voy a hacer todo lo posible para asegurar que Alba este en la cárcel por mucho tiempo.
Héctor cerró los ojos por un momento, disfrutando de la victoria, aunque de una manera amarga. Su hija estaba atrapada, y él finalmente tendría el control completo sobre lo que quedaba de su imperio. La situación que había temido, que Alba pudiera escapar, ya no era un problema. La joven había caído en la trampa.
—Perfecto—, dijo Héctor, sonriendo al teléfono. —Mañana iré a verla en la celda como un “buen padre”.
Héctor colgó el teléfono y dejó el vaso vacío en la mesa.
Quiso llamar a María para que le sirva otro trago, pero se acordó que a la mujer la llevó la policía.
Sonrió.
Se levantó y caminó al bar.
Alba cumplió su propósito en el juego del padre. Y él, por fin, podría dormir tranquilo por la noche.
Levantó el teléfono una vez más y envió un mensaje a su asistente para que preparara todo lo necesario para la visita a la comisaría para mañana.
Pero apenas apoyó el celular en la mesa, el aparato volvo a sonar.
“El abogado”.
—¿Otra buena noticia? —preguntó Héctor.
El abogado se quedó por un momento en silencio, buscando las palabras adecuadas.
—No sé cómo decirlo.
—¿Decir qué?
—Me pasaron otra información de la policía que recibieron del área de migración… hay un registro que tu hija salió del país con su pasaporte nuevo.