El sabor de tu amor

Capítulo 5

Sentirse aprisionada por el doctor Carmona contra la puerta la hizo entrar en pánico. Tenerlo tan de cerca le dio la oportunidad de volver a sentir el aroma que lo envolvía. Una esencia varonil cuyo olor le recordaba al bosque: una combinación entre lavanda, musgo de roble y madera, la cual se grabó en ella desde su primer encontronazo.

Cerró los ojos y rogó a Dios que sus flacas piernas fueran capaces de sostener su cuerpo que, en esos momentos, amenazaba con desplomarse. Tragó la poca saliva que se alojaba en su boca, debido a la presión de tenerlo tan cerca, y por un segundo, fue capaz de mirarlo; aunque, inmediatamente, bajó su mirada de nuevo con el deseo de que él no pudiera apreciar el sonido de su corazón al golpear su pecho.

Santiago la mantenía presa, con su antebrazo, incapaz de manejar las sensaciones que lo habían llevado a esa situación. Verla a través de la rendija de la puerta lo hizo enloquecer. Aquella mujer tenía la fuerza necesaria para poner de cabeza su voluntad y él era consciente del peligro que aquello albergaba.

Acercó la nariz a escasos milímetros de su cabello, rojo y sedoso, e inhaló su aroma: «Coco, su pelo huele a coco», pensó mientras intentaba mantener el control. Era incapaz de apartar su mirada de los labios carnosos que deseaba volver a probar, la necesidad imperiosa de sentir de nuevo su sabor lo atormentaba.

—Tal vez eres una fisgona, quizá si tanto te interesa y me lo pides, podría enseñarte lo que tanto interés te causa.

La respiración de Diana se aceleró ante sus palabras, nada más pudo susurrar una pequeña disculpa y rogarle que la dejara marchar.

—Lo siento, no he querido incomodarle. Por favor, necesito irme.

Santiago controló el impulso de locura que su voz le despertó, debía de reprimirse, él no era así. Por ello, sin más, abrió la puerta y con un gesto de mano, la invitó a marcharse. Tras salir ella un gran portazo, seguido de un golpe, se escuchó en el pasillo mientras Diana huía aturdida.

Sofocada llegó a la puerta donde la esperaba Diego, quien al verla se quedó extrañado.

—¿Qué pasa contigo? Se diría que huyes de una pesadilla.

—Algo así. Por favor, Diego, vámonos de aquí. Necesito poner distancia entre el hospital y yo.

—De acuerdo, tengo el coche aparcado cerca, vamos a por esos Kebab y me cuentas que te hace huir de esa manera.

Durante la cena Diana le contó lo que le había ocurrido con el doctor Carmona en los vestuarios.

—Pero, Deedee, no me lo puedo creer. Eres una cotilla y encima te pillan, lo tuyo no tiene nombre.

—Sí que lo tiene, soy imbécil. Le he dado la oportunidad de reírse de mí.

—Bueno, bueno, creo que entre vosotros se está creando una tensión sexual que pronto deberíais resolver.

—¿Tú estás loco? No tenemos nada en común. Es guapo, sí, lo reconozco, pero no pegamos ni con cola. Él pasa de mí, solo juega conmigo.

—Hazme caso, tú espera y verás, tengo motivos para saber de lo que hablo.

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Santiago entró en la sala de descanso alterado y confundido. Los nudillos de la mano izquierda se le estaban hinchando a causa del golpe que había dado a la puerta tras la marcha de Diana.

—Hola, Julián. ¿Me preparas un café a mí, por favor? —demandó a su amigo, quien en esos momentos se preparaba uno.

—Claro, ¿qué te pasa? —quiso saber su amigo al verle la cara.

—Nada, demasiadas horas aquí metido.

Julián meneó su cabeza con preocupación en el momento en el que se percató de cómo Santi miraba su mano izquierda y un gesto de dolor se instalaba en su cara al tocarla.

—¿Se puede saber qué te ha pasado?

Con cuidado inspeccionó la mano que por suerte solo presentaba una ligera contusión. Se dirigió a la nevera y de ella sacó un pequeño saco de hielo.

—Anda, ponte esto que la inflamación no vaya a más y cuéntame cómo te lo has hecho.

—No es nada, una puerta se ha puesto en mi camino. Bueno, una puerta y cierta mujer.

—¿Cristina y tú habéis discutido?

—No, el tema no va con Cristina. Solo ha sido un pequeño encontronazo con tu enfermera.

Julián lo miró atónito, se levantó y dio unos pasos por la estancia con la intención de entender lo que le contaba su amigo.

—¿Me lo explicas? ¿Qué cojones te ha pasado con Diana?

—Nada, no ha pasado nada, solo que esa mujer… No sé bien cómo explicarlo. Además, sabes que no me gusta hablar de estas cosas, mejor lo olvidamos. Gracias por el café, voy a ver qué tal se encuentra mi paciente.

—Pero, Santi, no seas así. ¿Cuéntame qué ha pasado? Además, tu turno ya ha terminado.

—Hoy doblo. Total, irme a casa no me servirá de mucho.

—No está bien lo que haces, me preocupa tu estado de ánimo. Pensaba que estabas más recuperado, ahora veo que me equivoqué.




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