Aquella época, recuerdo que en ese instante todo parecía inexistente, un mundo que no tenía esfera en su tiempo, quizás era el sueño REM del romántico viajero del tiempo, yo qué sé… evoco aquellas paredes del lugar, más tenebrosas que el alma de Abraham, de seguro hay cosas que la biblia no cuenta, en fin.
A mi lado siempre me acompañaba Biorlach, mi amiga querida, perpetuamente llevaba un vestido blanco, ella como yo transitábamos perdidas por los senderos olvidados de aquel lugar, Tonnach y Biorlach, dos
lunas menguantes que resplandecían a medias a causa de la oscuridad del sitio.
Lo recuerdo, como si hubiese sido ayer…
La incertidumbre alcanzó a mi mente, no sabía la razón o las aterradoras razones de nuestra presencia aquí, levantamos la vista y revelamos que estábamos adentro de un edificio imponente, lóbrego, en sus paredes se lograba ver algunas hojas y flores que salían de las enredaderas.
Era más que obvio, por alguna extraña circunstancia, Biorlach y yo estábamos en un sanatorio mental, lo descubrí al dar un vistazo por una de las ventanas del pasillo, ahí estaban ellas, mujeres con mantos blancos, de aspecto enfermizo, delirando oraciones extrañas mientras observaban el cielo, también miré a las monjas de la hermandad del Sol.
Estoy segura que en ese lugar cualquier oración sería una verborrea en vano, mi instinto me susurro entre el suave viento, que ese lugar no tenía alma ni fe.
Era un sitio bastante enigmático, después de darnos cuenta que estábamos en un sanatorio mental, fue inevitable que el aire se volviera espeso, las paredes empezaron a murmurar secretos y las pinturas de los lienzos parecían hablar, sabía, por alguna razón, que esa sensación era una vieja amiga… ansiedad?... ¿O esquizofrenia?
Todo olía a pasado, no era mi pasado, no era mi niñez, ni siquiera era el pasado de mi árbol familiar, era algo más viejo, tan viejo como la piedra, era como si el espacio tiempo hubiese quedado atrapado entre estos muros coloniales, malditos muros coloniales que no dejaban visualizar los campos llenos de rosas, gardenias, caléndulas y amapolas.
Biorlach y yo comenzamos un largo camino por esos pasillos en busca de una salida, pero todo se empezó a volver cada vez más sombrío, era como si cada callejón fuese el túnel de un laberinto, parecían no tener ni principio ni fin, cada puerta que podíamos abrir tenía exactamente lo mismo… nada... el vacío existencial de nuestras almas posiblemente se estaba reflejando en ese misterioso lugar.
Muchas lunas pasaron sobre nuestras cabezas, incontables para nosotras a causa del hambre, el frío, el miedo y no tener un lugar en el cual descansar bien, pues parecía que éramos intangibles para los individuos del sanatorio mental, en ese momento, la vi, a ella... una mujer con mirada serena, cabello largo y de color negro, su piel era oscura, tenía unas prendas tejidas con colores tierra, evidentemente era una dama indígena, tan etérea como real.
Con una sonrisa en su rostro y una vos que parecía venir de las entrañas de la tierra, me dijo: -La salida está detrás de esa puerta, a la derecha. – Mientras señalaba con su dedo aquella dirección.
Biorlach soltó mi mano y salió corriendo hacia esa dirección, angustiada, la seguí, cuando por fin la pude alcanzar, la puerta ya estaba abierta, ella me miró, sonrió y se adentró, pero de repente esa puerta se cerro destempladamente, la volví a abrir y me di cuenta de que mi amiga ya no estaba, solo había un montón de ropa, observé con cautela y me di cuenta que era la puerta de un armario.
El miedo se apoderó de mí, busqué desesperadamente entre esa ropa vieja a mi amiga, nada… no había ni un rastro de ella, grité su nombre una y mil veces, pero solo se escuchaba el eco de mi voz entre los pasillos y aquella puerta.
En silencio, aquella matrona indígena apareció a mi lado izquierdo, recuerdo sus palabras… -Déjala ahí encerrada, no merece caminar a tu lado, corrió sola sin importar si te dejaba atrás, no le importó tu amistad. – Mis ojos se aguaron tanto que empezaron a caer lágrimas por mi rostro y entre sollozos dije:
-Por favor ayúdame, no tiene que ser así, ella no merece estar ahí. -
Esa mujer sintió tanta tristeza por mí, que asintió con la cabeza ante mi súplica.
Con voz firme me advirtió -Puedo traerla de vuelta, sin embargo… tú tendrás que ocupar su lugar. -
Mi corazón palpitaba demasiado rápido, pero no dude en mis palabras: -Sí, la quiero libre. -
Aquella indígena hizo unos ademanes con sus manos y luego
dio tres golpes con sus pies descalzos, cada golpe hizo retumbar el lugar, luego me sugirió que cerrara la puerta y después la volviera a abrir. Sin decir nada, hice caso y la vi a ella, a Biorlach, intacta, me abrazó y cuando le iba a decir lo que había pasado, me di cuenta de que la mujer indígena ya no estaba a mi lado.
Seguimos unas luces que de repente aparecieron en el pasillo, al parecer nos estaban guiando hacia la salida, subimos a un segundo piso, había un pasillo y a un lado había un enorme balcón, vimos al lado del balcón nuestra salida, como si los dioses nos hubiesen escuchado.
Varios techos alineados al lado de aquel balcón, como si hubiese un puente secreto hacia la libertad, salimos del balcón y nos encaminamos por aquellos techos, lo hicimos con mucho sigilo, pues temimos