CAPÍTULO III

Parte III

Aquella mañana el cantar de las aves despertó el profundo sueño de Adelaine, quien se encontraba en el suelo en una posición incómoda, levanto su cabeza de la dura madera, y su cuello trono al moverse de la posición en la que se encontraba, admiro todo a su alrededor y cayó en que había dormido en el suelo junto a la puerta, se levantó despacio, y un recuerdo llego a su mente de la noche anterior, la cena, su madre, sus padres, ella, Jacob... Jacob. Con lentitud e inseguridad Adelaine quito el seguro de su puerta y tomo la manilla, la admiro por unos segundos y pensó si él aún seguía ahí, esperándola, ¿Acaso la abandonaría? No, él no, ¿O sí?, su mente daba vueltas y la duda se apoderaba de ella, con brusquedad tiro de la puerta que se abría hacia adentro, y al hacerlo, la cabeza de Jacob casi da al suelo, por suerte sus reflejos siempre funcionaban, aun dormido, rápidamente se recompuso antes de estrellarse en el suelo, con lentitud admiro los pies de Adelaine y poco a poco fue levantado la vista hasta dar con la figura de Addy quien el sol iluminaba su figura dándole un aspecto angelical, como un ángel bajado del cielo, así se veía ante los ojos de Jacob, con los cabellos sueltos y esa bata blanca ondeada por la fresca brisa. Adelaine admiro el rostro cansado de su hermano quien permanecía sentado en el suelo, su estado aún adormecido le confirmaba su sospecha; Había dormido fuera de su habitación toda la noche. Nunca me abandono, ese fue el primer pensamiento que llego a la mente de Adelaine en el primer instante que admiro a su hermano quien tenía una expresión de sueño espantosa y que se cubría solo con una sábana, una sonrisa de ternura se posó en sus labios, y con eso toda coherencia abandono la mente de Jacob, aquella sonrisa fue su sol en esa mañana fresca, su brisa, su primavera. Fue lo más bello que apreciaron sus ojos y guardaron sus recuerdos.

Adelaine le tendió la mano con una sonrisa en los labios, Jacob contemplo la mano de su hermana por unos instantes, y con lentitud sus dedos gruesos de piel blanca rozaron la piel fina y suave de ella, tomando su mano pausadamente y de manera suave, casi como si estuviera tocando un diamante o el mismísimo cielo, tomo por completo su mano y con la mirada clavada en aquellos ojos verdes se levantó del suelo quedando frente a ella, admirando aquellos ojos verdes que le quitaban el sueño aquellos labios sonrosados que le quitaban el aliento y todo su rostro armonioso que parecía ser obra de los ángeles, la admiro bien; No, era ella el cielo mismo. Adelaine no soltó el tibio agarre de su hermano y admiro sus dedos enlazados, como su mano pequeña y delicada estaba unida a los dedos gruesos y largos de él, el cómo encajaban sus manos, como dos piezas restantes hechas para unirse entre sí, sus ojos se elevaron hasta dar con lo azules de él que la contemplaban con adoración, con tanta adoración así como la vehemencia en sus ojos azules aquella que  la hacía perderse, esos ojos azules tan profundos que decían todo y nada a la vez con una sola mirada, o su voz que enmudecía todo pensamiento coherente y su presencia que llenaba cualquier lugar, cualquier sentimiento, su calor tan abrigador que la arropaba hasta perderle en la inconsciencia, y al admirar sus ojos azules, tan azules como el cielo mismo, al sumergirse en aquel azul tan claro, al sentir lo tibio de su piel y su respiración pesada, al sentir el calor que emanaba de su pecho, ese calor que sentía tan tibio Adelaine, supo que él era su cielo.

Mi cielo azul.

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